Desde Herbert Hoover (1929-1933) no habían tenido los Estados Unidos un presidente tan proteccionista como Donald Trump. Pero mientras el primero usaba esa práctica dentro de la gran depresión y para tratar de salir de ella, el segundo la ha iniciado dentro de la bonanza.
Trump tiene la noción muy errada, no aceptada por la gran mayoría de los economistas, de que si un país importa más mercancía que la que exporta, eso le perjudica mucho, cuando lo que le afecta realmente es el saldo en la cuenta de mercancías y servicios (turismo, por ejemplo), la llamada “cuenta corriente” de la balanza de pagos.
Con el establecimiento de altos aranceles a ciertas importaciones de países tanto rivales (China e India) como socios (Europa, México y Canadá), Trump ha iniciado una guerra comercial, pues ya los países afectados han reaccionado reciprocando y gravando algunas de las mercancías que reciben desde Estados Unidos. La historia nos indica que en esta guerra todos los países salen perdedores, pues el empleo disminuye y el costo de la vida aumenta. La base electoral de Trump, los campesinos, verá cómo se reduce el precio de la soya y del maíz que exporta, pues México, por ejemplo, traerá esos productos desde Argentina. El costo de los tractores aumentará para el campesino americano, pues el arancel impuesto por Trump cubre las importaciones de aluminio usados en los tractores, desde México, Canadá, Europa y China.
Nadie sabe cuál será el futuro del acuerdo de libre comercio norteamericano con México y Canadá, el NAFTA, sí, como quiere Trump por razones de estrategia (divide y vencerás), Washington buscará cambiarlo por dos acuerdos bilaterales, en vez de uno tripartito o si simplemente desaparecerá.
¿Cómo afecta la política de altos aranceles de Trump y la guerra comercial que ha desatado a la República Dominicana? Inicialmente se pensaría que en nada, ya que hasta ahora el presidente norteamericano no ha criticado el acuerdo de libre comercio con Centroamérica y nuestro país, el DR-CAFTA, posiblemente porque Estados Unidos ha logrado, bajo el mismo, un fuerte superávit comercial, a lo que se agrega un incremento en los flujos de inversión privada norteamericana hacia el área. Pero tal vez sea cuestión de tiempo hasta que chinos y mexicanos monten plantas en nuestras zonas francas para evitar los nuevos aranceles sobre sus exportaciones de zapatos, ropa, equipo de hospitales, etc. hacia Estados Unidos y así aprovechar la ausencia de aranceles a las exportaciones dominicanas de esos productos. Es lo que se conoce como la “desviación de comercio” y que surge cuando los aranceles son diferentes dependiendo del origen de las mercancías. Washington entonces podría tumbar o modificar el DR-CAFTA, o imponer aranceles sobre esos rubros “desviados”.
Es dentro de este ambiente de un nuevo, alto e impredecible proteccionismo norteamericano y la incertidumbre adicional sobre si se mantendrá el NAFTA, que nuestro nuevo ministro de agricultura, preocupado porque cada día bajo el DR-CAFTA, como estaba previsto, existen menos obstáculos para las importaciones procedentes de Norteamérica de pollos, cerdos, arroz, frijoles, lácteos, etc., ha sugerido a nuestro gobierno renegociar ese acuerdo. Resulta irónico que quien propone eso, el señor Benítez, fue el principal negociador de las cláusulas agrícolas de ese acuerdo que tanto ha perjudicado a nuestra agricultura y que se firmó siendo presidente de nuestro país, precisamente un agrónomo, Hipólito Mejía.
Pero nuestro país no puede negociar solo. Tendría que hacerlo junto con los centroamericanos y estos sí están conscientes de que toda renegociación comercial, coincidiendo con los muy serios problemas de la emigración ilegal centroamericana hacia Estados Unidos, incluyendo la separación de niños de sus padres, abriría los ojos a Trump, quien tal vez pediría renegociaciones que harían que iríamos por lana y saldríamos trasquilados, pues el presidente norteamericano bien podría exigir, como medida proteccionista, desmontar las facilidades que nos permiten hoy exportar a Estados Unidos ropa, zapatos, equipos médicos, etc.
No suena lógico, pero resulta que Trump no actúa bajo normas lógicas, sino buscando golpes de efecto para conseguir votos. ¿Alguien en nuestro gobierno ha consultado sobre esto a nuestro cabildero Brian Ballard, amigo de Trump, quien nos cuesta novecientos mil dólares al año?