Para hacer amigos fuera del Liceo donde estudiamos el bachillerato en Baní, bastaba con enviar una comunicación a una institución similar en cualquier lugar del país para iniciar un intercambio epistolar y hacer amistad con una persona hasta ese momento desconocida. Yo envíe una al Liceo de San José de Oca, que  parecía lejano por estar ubicado entre lomas, aunque René Domenech recorrió el trayecto en bicicleta.

Me respondió la estudiante Norma Bautista Pujol,  a quien conocí, junto a su hermana Olga y su hermano Américo,  en mi primer viaje a San José de Ocoa, que por estar entre  altas montañas estaba muy cerca del cielo.

San José de Ocoa es de los paraísos que el mismo Dios en persona, se encargó de construir.  Al llegar, trataras de abrir los ojos, porque te parece que estas dormido, por los paisajes que están frente a ti.   Rodeado de montañas cómplices, de rosas de todos los colores,  es tan íntimo que te cabe en el corazón, para no olvidarse nunca más.

Norma, como Laly y otras mujeres de Ocoa, que mi abuelito llamaba “El Maniel”, era una mujer educada, inteligente y hermosa.  Hicimos una amistad pura, que hizo que ella fuera años después la madrina de Isabelita, mi primera hija y cuya amistad  duró toda la vida.

Norma rompió el cascaron de la aldea y se fue a estudiar Derecho a la UASD, graduándose con honores.  Inició de inmediato una exitosa carrera profesional, llegando a ser Presidenta de la Corte de Apelación de San Cristóbal, con una dimensión ética, una sensibilidad humanística extraordinaria y una conciencia de sus responsabilidades sociales, siempre al servicio de la verdad, la justicia y del pueblo.

Cuando la dictadura ilustrada de Joaquín Balaguer se equivocó políticamente conmigo, fuimos acusado injustamente, lo cual nos costó  varios meses en La Victoria mientras se debatía en los tribunales, Norma, al lado de Julio Ibarra Ríos y Abel Fernández, ilustres abogados, junto con la credibilidad de Prim Pujals y  Alexis Joaquín Castillo, me defendieron en los tribunales con dignidad, sin cobrarme un centavo, ayudándome a salir de la cárcel con más estrellas en la frente que oscuridades, como  Amaury y el Che.

Norma no era una profesional tradicional, desde que la conocí era mujer decidida, militante, luchadora, coherente políticamente, al lado del pueblo y de los mejores intereses del país. ¡Por eso sentía orgullo de su amistad sin importar el tiempo y la distancia!

Inmediatamente ajusticiaron al sátrapa, al derrumbarse la dictadura trujillista, comenzamos los estudiantes de Bani y del país a realizar manifestaciones callejeras, pero en nuestro caso local, al tener una represión policial troglodita, fueron amainando significativamente.  Como dirigente estudiantil estaba preocupado.   

Una mañana de lucidez, fui a visitar a Norma a San José de Ocoa.  Al conversar con ella le externé mi preocupación y mi idea.  Al terminar me dijo: “Vamos a hablar con Luis Gonzales Fabra, Presidente de la Asociación de Estudiantes Ocoeños”.  Este aprobó todo lo que discutimos.

Al otro día, al llegar la  hora del recreo, me subí en un pozo casero clausurado, convocamos a todos los estudiantes del Liceo de Bani y tomé la palabra: “Estudiantes de Bani, nosotros los estudiantes de San José de Ocoa estamos decepcionados con ustedes, nunca pensamos que eran tan pendejos.  No pueden negar que son trujillistas.  Porque se lo merecen, ahí le enviamos ropas interiores femeninas, (que yo saqué de una funda). Esperamos que le queden bien, porque se lo merecen”.  Salimos del Liceo enfurecidos y ese día fue historia de protesta callejera en Bani.  Esa carta la escribí yo y Norma fue cómplice.

Formó una hermosa familia con el Dr. Guillermo Castillo, amigo, ocoeño, siendo ambos excelente profesionales en sus campos académicos, ejemplos de ciudadanos comprometidos con la Patria.  Sin renunciar de Ocoa, vinieron a residir a Banì, dándose a querer por todos los que los conocieron.

Como en el cielo no hay conflictos jurídicos, Norma dejó su toga de dignidad y se fue sin despedirse, con el corazón lleno de realizaciones, de aportes, satisfecha con el deber cumplido, por ser ejemplo de una abogada de la verdad, de la justicia y del pueblo, que hoy se pueden contar con los dedos de las  manos, sobre todo si son las de Dios.