En el año 2008 Douglas A. Blackmon publicó un libro terrible que no pasó desapercibido para una parte de la opinión pública norteamericana, un libro que no ha dejado de tener actualidad y se actualiza ahora más que nunca. Le valió un premio Pulitzer, si acaso el Pulitzer vale algo, y sigue suscitando interés, haciendo opinión, alimentado a las conciencias críticas de un país en que para la mayoría de la gente y de la prensa (la presstitute, la prensa prostituta) el resto del mundo y los grandes problemas internos no existen.

Es una obra polémica desde el título, el título de una historia que no había sido contada de esa forma tan dolorosamente convincente. Es la historia de “La esclavitud con otro nombre -La re-esclavización de los negros norteamericanos, de la guerra de Secesión a la II Guerra Mundial” (Doubleday, 2008). La historia de la re-esclavización de los negros norteamericanos después de la abolición de la esclavitud.

“Es una obra fundamental –dice  Ted Pearson  – para toda persona que quiera saber el peso que ha tenido y tiene el racismo en los Estados Unidos.

“La profunda desconfianza en el código de justicia penal estadounidense entre los afroamericanos tiene sus raíces en el brutal sistema de trabajos forzados que describe Douglas A. Blackmon en “La esclavitud con otro nombre”. En ese sistema

Convicto esclavo

tiene sus raíces el persistente, enorme y creciente abismo entre ricos y pobres, blancos y negros en los estados unidos. Tiene sus raíces la creciente ola de encarcelaciones masivas de hombres y mujeres negros y latinos.

“El trabajo forzado en el sur durante el periodo posterior a la guerra civil no solo fue muy rentable. Fue absolutamente indispensable para que las corporaciones pudieran romper las huelgas organizadas por trabajadores libres. Los rompehuelgas no tenían que ser reclutados. Los convictos-esclavos simplemente reemplazaban a los huelguistas. El látigo reemplazaba al salario.

“Un documental de la televisión pública, basado en el libro de Blackmon y narrado por Lawrence Fishburne ganó  un premio  en el Sundance Film Festival de 1912. Pero el documental no le hace justicia al libro, fracasa en la tentativa de mostrar la brutalidad del trato dado a los negros condenados a trabajos forzados, el horror de las condiciones de vida, las golpizas, el hambre, las torturas y muertes en los campos de trabajo forzado de los esclavistas del sur. No era posible representar, dramatizar en un documental para la televisión pública, las atrocidades del régimen  bajo el cual vivieron y trabajaron ‘los nuevos esclavos’ del periodo posterior a la guerra civil”. (El documental puede verse en http://www.pbs.org/tpt/slavery-by-another-name/watch/).

En definitiva –confirma por su parte Michael Slate- “El libro desentierra los más feos capítulos de la historia estadounidense que han estado bajo tierra por décadas. Con detalles gráficos y verídicos, este poderoso libro ilumina cómo se usaron de manera generalizada los trabajos forzados después de la guerra de secesión, y cómo representó una nueva forma de esclavitud que incorporó muchas de las mismas condiciones infrahumanas de confinamiento brutal tales como grilletes, latigazos, atar de pies y manos, y tortura con agua”.

Todo lo anterior fue posible -según explica Blackmon en una entrevista-  gracias a la promulgación de un sistema de leyes que criminalizaba múltiples aspectos de la vida y que se aplicaba casi exclusivamente a los negros.

“Después de la guerra de secesión, los afroamericanos, en gran número, a través de todo el sur, experimentaron un sentimiento de emancipación. No fue así cómo realmente sucedió. Fueron tiempos difíciles y en un mundo de pobreza y de privación de servicios así como de grandes dificultades y antagonismos entre negros y blancos en esa época.

Negros condenados a trabajos forzados

“De manera que no fue una época dorada. Eran tiempos en los que había cuatro millones de negros, al fin de la guerra de Secesión en el sur, y gran cantidad de ellos participaron en elecciones libres. A ellos se les había concedido derechos plenos como ciudadanos bajo la Enmienda XV de la Constitución. Tenían trabajo, poseían granjas, tenían diversas categorías de empleo. Como lo dije, era una época difícil, con mucha pobreza, pero existía una verdadera emancipación y libertad.

“Pero lo que empezó a suceder en el sur, particularmente después de que las tropas fueron retiradas en 1877, y sobre todo 15 años después cuando quedó muy claro que no había posibilidad de que los blancos del norte volvieran a enviar tropas para garantizar los derechos civiles a lo largo del Sur, los legisladores de cada uno de los estados promulgaron leyes para criminalizar la vida de los negros. Estos se vieron en una situación en que era imposible no estar en violación de una leve infracción casi en todo momento. La infracción aplicada más frecuentemente era cuando no se podía probar empleo. De modo que se usaron las leyes contra el vagabundeo para encarcelar a miles de negros, al mismo tiempo que miles de blancos que pudieron ser arrestados por el mismo motivo no lo fueron sino raramente. Una vez bajo detención, el sistema jurídico había sido reestructurado de tal manera de coaccionar a grandes grupos de hombres a trabajar en empresas comerciales en trabajados forzados con la venia del sistema jurídico. Miles de personas vivían con el temor de que algo semejante les pasaría a ellos y esa era una parte de cómo los intimidaban a fin de obligarlos a aceptar otras clases de trabajo forzado, como la aparcería, el arrendamiento de tierras y muchas cosas más”.

La extensa documentación de la obra  de Douglas A. Blackmon, sin olvidar los testimonios de los personajes que intervienen en la historia, es sencillamente apabullante y resulta desde luego muy difícil de digerir para los segregacionistas y supremacistas, junto a las grandes corporaciones del sur.

“En mi libro –dice Backmon- yo documento las historias de hombres como Jonathon Davis, que en el otoño de 1901 dejó su algodonal para tratar de ir a la casa de sus suegros, donde su esposa se encontraba enferma; a pesar de los cuidados que le brindaron, falleció. Él trató de ir a ver a su esposa antes de que muriera. En el camino a verla en el pueblo situado a 15 ó 20 millas, lo abordó un alguacil, quien básicamente lo secuestró y unos días más tarde lo vendió a un granjero blanco por 45 dólares. En mi libro relato docenas de casos similares. Está muy claro que este tipo de secuestros ocurrieron cientos y cientos de veces a otros afroamericanos”.

Se trata, en resumen de “un gran documento con narrativas personales, sobre la perdida de la historia de los esclavos y sus descendientes, que viajaron en libertad, para terminar en la sombra de la servidumbre involuntaria. Un legado del racismo que repercute en el día de hoy”.

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