La letra de “La unánime Declaración de independencia de los trece Estados unidos de América” (4 de julio de 1776), garantiza ante los hombres y ante Dios la igualdad de derechos  para el pueblo (“We, the people”), pero, lamentablemente, y como explica Howard Zinn en “La otra historia de los Estados Unidos”, “the people” no es siempre igual a the people, “Algunos americanos fueron claramente excluidos de este círculo de

intereses que significaba la Declaración de Independencia, como fue el caso de los indios, de los esclavos negros y de las mujeres” (https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf).

Es decir, el cincuenta por ciento de la población blanca, por ejemplo, las mencionadas mujeres, no eran parte del “people”, no tenían igualdad de derechos y tampoco lo tenían los blancos pobres y los esclavos blancos. Menos derechos tenían los indios y los negros. Todo para ellos estaba torcido.

Los indios no perdieron, desde luego, el derecho a seguir siendo exterminados. Los negros no perdieron el derecho a dejar la piel y la vida en la esclavitud de plantación y, pocos años después de la abolición de la esclavitud, a raíz de la guerra civil o guerra de secesión, se promulgaron en el sur esas leyes especiales de las que habla Douglas A. Blackmon en su libro “La esclavitud con otro nombre”,  leyes que garantizaron el derecho a la re-esclavización de los negros norteamericanos. La resurrección de la esclavitud.

Trabajos forzados

Es un “período de la historia –dice Blackmon en una entrevista con Michael Slate-, que comienza a fines del siglo XIX, y que continúa hasta la II Guerra Mundial”, una historia que “ocurrió en un país en el que hemos compartido una especie de amnesia colectiva, o por lo menos una minimización de la realidad de los afroamericanos a lo largo del sur del país”.

“…en efecto en 1901, todos los estados del Sur habían privado de derechos a virtualmente todos los afroamericanos. Básicamente no había ninguna participación electoral significativa de los negros en el Sur a partir de 1901. Cada estado del Sur tenía su propia versión de estas leyes con que detener a cualquier negro que no viviese bajo el control explícito y la protección de un blanco. Y cada estado sureño, en una manera u otra, había adoptado la práctica de arrendar a las personas a las empresas comerciales para realizar trabajos forzados, por períodos de uno o dos años y aún más, en lugar de enviarlos a prisión por pequeños o aun ficticios crímenes. Alabama fue el estado donde este sistema duró más tiempo, y en la manera más explícita, y fue el sistema más perfeccionado en cuanto a la participación de cada gobierno cantonal y el enorme número de afroamericanos que fueron contratados en arriendo por el estado. En Alabama se calcula que por lo menos 100 mil hombres afroamericanos, entre las décadas de 1890 y 1930, fueron contratados en arriendo o vendidos por el estado de Alabama a las minas de carbón y de hierro, los aserraderos, los campamentos de tala de los bosques, las plantaciones de algodón y las destilerías de trementina, a lo largo del estado.

Para peor  -como hace notar en la entrevista Michael Slate- “Una de las más terribles ironías que (sale) a relucir en el libro de Blackmon es que en los comienzos de la esclavitud, un amo estaba un poco más renuente a matar directamente a un esclavo, porque tenía mucho más invertido en éste”, mientas que durante “la neo-esclavitud podían ejercer en otra forma su dominio de terror sobre la masa de trabajadores forzados, pues la desaparición de un esclavo no tenía consecuencia alguna”. ¿Eran pues las condiciones de la segunda forma de esclavitud tan malas o peores que las de la primera?

La realidad –explica Blackmon- era que a los nuevos esclavos “los hacían trabajar hasta que cayesen muertos, o los ponían en trabajos donde la muerte era posible o probable. Debido a que su costo de adquisición a través del sistema jurídico era tan bajo, mediante una farsa de mecanismos jurídicos que se desarrollaron para alimentar este tráfico de seres humanos, no había incentivos para protegerlos en absoluto, y raras veces los protegían.

Blackmon pone el ejemplo de “Green Cottenham, el personaje alrededor de quien el libro se teje, su esposa y la familia de esclavos y descendientes de esclavos de los cuales viene él”. Narra la historia “de lo que ocurrió en el curso de esta resurrección de la esclavitud, y cómo esta empezó a entrometerse en la vida de los ex esclavos y de sus descendientes, y cómo Green Cottenham llega al delta a comienzos del siglo 20, y  es detenido en Columbiana, Alabama, en las afueras de la terminal del tren, donde, en una manera muy espuria, es decir, acusándolo de violación de una regla de menor envergadura, y más tarde acusado de violar otra ley menor, solo para hacerlo comparecer ante el juez tres días más tarde, y que el juez, para obviar la confusión, simplemente lo declara culpable de otra violación, vagancia, y lo obliga a pagar 10 dólares, y encima de eso le impone toda una serie de multas: una para el sheriff, una para el comisario que lo detuvo, los costos por su detención de tres días, multas para los testigos que declararon en contra suya, y lo peor es que al parecer ni siquiera hubo testigos. Todos estos costos eran equivalentes al salario anual de un trabajador agrícola afroamericano de esa época, una cantidad que Green Cottenham, un hombre afroamericano pobre y analfabeto no hubiera podido pagar en 1908.

“De manera que a fin de pagar esas multas, según el sistema, lo dan en arriendo a la U.S. Steel Corporation, una compañía que todavía está en existencia, y lo obligan a trabajar en minas de carbón en el campo de Alabama, junto con mil negros más que hacen trabajos forzados. Estos hombres vivieron en condiciones inenarrables. Trabajaban la mayor parte del tiempo en las profundidades de las minas, parados en charcos de agua, agua pútrida y mal oliente, filtrada de la profundidad de la tierra. Estaban obligados a permanecer de pie en esos charcos y a falta de otra agua, se veían obligados a beber esa agua. Tenían que desenvolverse en esas condiciones increíbles, apretujadas. El que no llegaba a extraer un mínimo de ocho toneladas de carbón al día, era sometido a azotes al fin de la jornada y si todavía no lograba hacerlo una y otra vez, también era azotado al comienzo de la jornada.

“Los hombres empezaban a trabajar antes del alba. Salían de la mina a la noche. Vivían constantemente en la oscuridad en esas circunstancias espeluznantes. Carecían básicamente de cuidado médico. Estaban atacados por oleadas de disentería, tuberculosis y otras enfermedades, y así fue, como por fin, en agosto de 1908, Green Cottenham sucumbió a una de esas epidemias cinco meses después de su encarcelamiento”.

La realidad todavía sigue siendo particularmente oprobiosa en lo que respecta a los negros, y a ellos también se suman en parte los latinos como víctimas privilegiadas de una guerra interna, la guerra contra las drogas que, al decir de Noam Chomsky es un “instrumento de EE.UU. para criminalizar a los pobres".
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