Naces sin miedo entre el aire vegetal. No hay sonidos ni excusas para interrumpir tu nombre nuevo. Temblor de manos del cielo con estrellas falsas. No sabes a qué velocidad vienes bajando. Las estrellas verdaderas andan reptando por el piso de cartón. Desde acá, el pueblo murmulla un rumor mudo, de encías enfermas y flores que nacen entre las podredumbres. Hojas secas. Olor a mierda. Una marcha de elefantes en la nueva avenida, desde acá lo veo todo sin pensar y con muchísimo respeto, debajo de los paquetes de calendarios espero la próxima bala, una llamada que deja caer la esfera de mis manos. Déjala caer. Crece, crece dentro de mí sin miedo. Crece de mí el corazón en ayunas. Fuera de mí la carne de tajadas de sangre en las orillas. Veneno bendito de camas con alambres y reproches de agonía. Último llamado a las pasajeras hermanas madres de la primavera de humo.
Vidrio mío levántate sin sangre. Retrato mío de larga espera, quédate lejos. Pared mía llena de gusanos quiéreme y acéptame como uno de los tuyos. Cama mía déjame llorar contigo estas goteras de polvo inagotable. Tinta mía de las mañanas que exprimo, navégame por las cunetas imposibles de aquel temblor, del que te hablaba. Hijo mío que estas tan dentro y tan fuera, dame, regálame una idea de cómo llamarte hijo desde tan lejos.