Cuando pensamos que nuestra profesión está "devaluada", que ya no somos los de antes, que el dicho de que "en el pueblo, el cura y el médico son, por sus cualidades morales, la verdadera autoridad" pasó de moda, que ya no tenemos pacientes, sino clientes; la nostalgia nos embarga y somos presa de la melancolía.

Hace algunas semanas, asistimos a un acto que revirtió esos sentimientos negativos y dejó un saldo afortunado. La Sociedad Dominicana de Cardiología reconocía la labor y trayectoria de tres grandes maestros de esa rama tan importante en la preservación de la salud de jóvenes y viejos. Hablamos de los doctores Héctor Mateo, Guarocuya Batista Del Villar y Carlos Lamarche Rey. Dos de ellos fueron profesores muy queridos nuestros.

En el acto, departimos con médicos de todas las ramas y encontramos en el auditórium a grandes amigos que hacía tiempo no veíamos, pudiendo renovar afectos y expresar simpatías. Pero lo mejor del acontecimiento fue aprovechar la experiencia de cada uno de los homenajeados, los que hicieron recuento de la historia pasada y reciente en una especialidad que ha dado un salto tecnológico dramático pasando a ser puntal de excelencia en el mundo moderno en el que se desenvuelve la salud de nuestros días.

En medio de tanta precariedad y deficiencia, podemos asegurar que no todo está perdido y que cuando se quiere, se puede. Para muestra el ejemplo de esos tres grandes maestros que han visto la evolución y mejora de tan importante especialidad médica y no solo han sido testigos, sino que han jugado un rol preponderante y protagónico en la consecución de objetivos tan positivos.