Soy muy consciente de que conté mi historia desde el privilegio, habiendo tenido acceso a un aborto seguro en Estados Unidos, donde se protegió mi dignidad, mi salud y mi vida. Cuento lo vivido sin temor a perder mi trabajo o a no tener con qué alimentar a mis hijos por abiertamente expresar mi posición. Mi conciencia del privilegio irremediablemente me hace también consciente del privilegio de las personas a mi alrededor. A veces, aunque me cueste admitirlo, con más rabia que compasión leo lo que las personas escriben en las redes ignorando su privilegio, o más bien, a pesar de este. Se me hace necesario, con ejemplos puntuales, aterrizar la palabra privilegio para una sociedad que dice la prensa (y hasta el mismo presidente) está “dividida” por este tema de las causales, pero que las encuestas confiables muestran claramente la posición favorable de la mayoría.
Privilegio es tener tres hijas con pasaporte visado y dinero suficiente en una cuenta y que, en caso de enfrentar una de las difíciles situaciones de las causales, tengan acceso al primer vuelo y, por ende, a salvar sus vidas o su dignidad. Privilegio es tener a tu hija viviendo en EEUU, sabiendo que si se ve en una situación similar no tiene ni que contártelo y tiene medios para resolver, pero dejar caer en tus redes, como quien no quiere la cosa, que estás en contra de las causales. Privilegio es tener acceso a un aborto seguro en caso de requerirlo, pero querer impedir que otras personas lo tengan porque TÚ Dios “así lo quiere.” Privilegio es no querer “entrar en polémica” (o incluso en política— porque “no te afecta”) para no perder seguidores, dinero o trabajo. Privilegio es no saber cuántas niñas se embarazan cada año, porque tu hija no es una de ellas. Privilegio es ignorar cuántas mujeres pobres mueren por abortos clandestinos. Privilegio es legislar sabiendo que, de verte en esa situación, para ti no es un problema porque tienes recursos para salvar tu vida o la de las tuyas.
Ya basta de oprimir de manera sistémica desde el privilegio. Basta de este charade pro-vida mientras condenamos a personas que no están en nuestro círculo social a morir. Catalogar las causales como un tema religioso o moral es cobardía. No entiendo todavía qué moralidad puede decirte que hay que olvidar al ser humano que tienes frente a ti y hacerte insensible a su dolor. No entiendo qué denominación religiosa puede decirte qué hacer y, además, juzgarte y condenarte en una situación extrema como lo son las tres causales.
Me quedo casi sin aliento cuando veo personas en mis redes, que no se verán nunca en peligro de muerte por promover leyes injustas, en contra de las causales. Lo peor: lo hacen seguras de que se ganarán el cielo. La iglesia, tantos años después, continúa metiendo miedo con ese Dios castigador, que al parecer solo castiga supuestos pecados puntuales, y de grupos específicos. Hoy vemos hasta al presidente con miedo, haciendo reuniones que cataloga de “muy importantes,” con “varios líderes eclesiásticos” en plena discusión de las causales, buscando “ayuda” para gobernar. ¿Qué ayuda puede necesitar hoy de la iglesia que nos prefiere muertas, un presidente que necesitó el voto de las mujeres para asegurar su victoria?
Este miedo colectivo a una “agenda” imaginaria, inventada por los sectores conservadores que se benefician del círculo de la pobreza, no me cuadra. A mí me da mucho más miedo imaginarme una mujer que quiere salvar su vida, abortando con una percha o en un lugar sin la higiene necesaria. Me lleno de pavor al pensar en una niña de ocho años violada por su papá, persona que la debió proteger, y además pensar que la mayoría del congreso es capaz de obligarla a parir.
Llamar “plan divino” las tres situaciones extremas de las causales solo puede hacerlo aquel que no lo ha vivido. Alguien que me explique lo divino de ver a tu hija morir en tus brazos por negársele un aborto que le puede salvar la vida, o lo divino de llevar a término un embarazo inviable. Si el cielo estará lleno de personas que tendrían acceso a un aborto seguro, pero obligan a las personas que cuidan a sus hijos e hijas a abortar en lugares clandestinos arriesgando sus vidas, sinceramente, yo paso. No me interesa pasarme la eternidad acompañada de personas que fueron muy diligentes en pintar sus redes de azul y en hablar de un tal Dios de bondades, cuando les faltó empatía y misericordia para salvar vidas de personas pobres. Parece que el plan divino de Dios es continuar la opresión sistémica que mata año tras año a nuestras niñas y personas gestantes pobres y negras.
Tiene que haber un límite de insensibilidad. No se puede continuar pisoteando. No se puede dar la espalda y permitir que continúen muriendo. No se puede continuar oprimiendo y coartando libertades en nombre de Cristo. ¡Carajo! Cristo tiene que estar harto de tanta hipocresía, de tanta falta de empatía y de tanta maldad en su nombre. Ser pro-vida es más que ese discurso sin base científica alguna. Si hay un grupo pro-vida en este país, somos todas las personas que pasaremos a la historia defendiendo la vida, la integridad, la salud y la dignidad de nuestras niñas y mujeres.
Tengo semanas haciendo un gran esfuerzo, tratando de buscar un discurso que una. Pero la realidad es que no puede haber un discurso que una cuando no se entiende el reclamo de la otra parte. Defender las causales no solo es lo justo, sino también lo lógico. No hace falta verse en una de esas situaciones para lograr empatizar. El que haya mucha gente que no entienda de qué se tratan las causales (y que confunda y comparta información falsa) evidencia otra de las fallas terribles de la educación dominicana. Sencillo: educación no es sinónimo de criticidad.
Como personas adultas, nos corresponde cuestionar las creencias crueles e inhumanas que pasamos de generación en generación y que impiden el desarrollo de sociedades. Como educadora, identifico en esta triste situación la gran necesidad que tenemos como país de desarrollar el pensamiento crítico y de guiar a nuestros menores por un sendero más humano, para evitar generaciones como las que ya tenemos. Ese es el verdadero reto de la educación dominicana: enseñar a cuestionar para poder pensar libremente.
Seguimos luchando contra un estado que no nos quiere pensantes. No nos quiere en capacidad de hacer un análisis crítico, porque no le conviene. No nos quiere con tres dedos de frente, paradas frente al Palacio Nacional, exigiéndole al presidente que cumpla con sus promesas de campaña. Nos quiere cansadas y sin esperanza… nos quiere vencidas. Pero aquí y en toda América Latina, el futuro es verde. No tenemos miedo. No nos detendrán. Continuamos con cabeza alta, en pie de lucha, con más fuerza, por nosotras, por nuestras hijas, y sí… también por las suyas.