El Día de las Madres, les relataba a unos amigos reunidos en casa, los desórdenes y malas prácticas que había podido constatar en las elecciones. Aun con mi camiseta de Participación Ciudadana, no faltó quien me dijera por qué diputada votar o quien, del gobierno y de la oposición, me ofreciera volantitos de uno u otro candidato.

Con los amigos y nuestras madres, discutía cómo en mero siglo veintiuno y a la vista de todo el mundo, el clientelismo hace de las suyas para ganar votos. Todos a unanimidad, concluimos, como siempre, en que hacen falta “políticos más serios”.

“¡Pero es que no son suizos!”, nos corrigió una amiga. “Esos políticos, los corruptos y los ladrones, son dominicanos y dominicanas normales, que se hacen candidatos. Y así, nuestra conversación dio un giro. A una, nos dimos cuenta de que para que este país cambie, no hacen falta mejores políticos, sino mejores dominicanos.

Y es que mientras a estar en punto, le digamos “en hora gringa”; mientras nos pasemos en rojo a plena luz del día; mientras tiremos basura en la calle, al lado de un zafacón; mientras nos colemos en las filas y queramos que el primo Diputado nos consiga “una botellita”, este país no cambiará.

¿Cómo aspiramos a más? ¿Tigueraje en la calle y seriedad en el Gobierno? Esa ecuación simplemente no da. Para tener un mejor país, tenemos que empezar a cambiar, cada uno y cada una. Porque los políticos, los actuales, los aspirantes y los que vienen en agosto, como decía Sussette, “no son suizos”.