“Ella se encontraba encinta y, mientras estaban allí, se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”. Lucas 2, 6-7.

En esta navidad muchas mujeres haitianas darán a luz en algún lugar inhóspito de la frontera, lejos de sus familias, porque no había lugar en nuestro país para ellas. Antes de llegar a ese momento fueron humilladas, maltratadas, empujadas, y arrojadas al otro lado de la verja, sin importar si alguien las esperaba allá, si su familia quedaba aquí, o donde estaban sus otros hijos…

Hace poco más de 80 años una mujer haitiana dio a luz a su hijo en una loma, cerca de la frontera, y a los pocos meses tuvo que huir a Haití porque estaban matando a todos los negros que no hablaban español y dejó su hijo en manos de una familia dominicana que le dio su apellido y lo crio como suyo. Si hay que tomar partido me siento más orgulloso de ser dominicano como lo era la familia Peña Gómez que pertenecer a la misma nacionalidad de quienes ordenaron y ejecutaron esta masiva deportación de mujeres haitianas embarazadas.

Me pongo del lado de los religiosos dominicos que a través de Montesinos le echaron en cara a sus compatriotas españoles que no trataban a los indígenas como seres humanos. Me pongo del lado de los obispos dominicanos que a Trujillo le increparon: “…la raíz y fundamento de todos los derechos está en la dignidad inviolable de la persona humana. Cada ser humano aun antes de su nacimiento ostenta un cúmulo de derechos anteriores y superiores a los de cualquier Estado. Son derechos intangibles que ni siquiera la suma de todas las potestades humanas puede impedir su libre ejercicio, disminuir o restringir el campo de su actuación”.

Algo está pasando en el corazón y la mente de quienes deben decidir sobre estos temas. Primero fueron los estudiantes y ahora las embarazadas. Definitivamente tenía razón Juan Bosch en 1943 cuando le escribía una carta a tres amigos: “Los he oído a Uds. expresarse, especialmente a Emilio y Marrero, casi con odio hacia los haitianos, y me he preguntado cómo es posible amar al propio pueblo y despreciar al ajeno; cómo es posible querer a los hijos de uno al tiempo que se odia a los hijos del vecino, así, sólo porque son hijos de otro. Creo que Uds. no han meditado sobre el derecho de un ser humano, sea haitiano o chino, a vivir con aquel mínimo de bienestar indispensable para que la vida no sea una carga insoportable; que Uds. consideran a los haitianos punto menos que animales, porque a los cerdos, a las vacas, a los perros no les negarían Uds. el derecho de vivir…” Pienso que en el gobierno hay mucha gente que debe sentirse asqueada de lo que está pasando.