No podemos negar que dos características únicas del dominicano son el "allante" y la "aguarería". Nos ahogamos en mentiras para ocultar nuestra miseria y para aparentar que estamos mejor que el vecino.

El dominicano es el ser que supuestamente no le tiene miedo a nada, ni a los cables eléctricos ni a los motoristas. Sin embargo es el primero en aplaudir cuando aterriza el avión en el que viaja. ¡Gracias a Dios que llegué vivo! se dice a sí mismo en voz baja.

El mismo que coloca fotos en facebook mientras almuerza con las más finas delicatesen. ¡Aquí estoy en el mejor restaurante de Paris! Claro, sin decir esquina Duarte, y que esa fina delicatesen consiste en pan de agua con chocolate (a mí personalmente me encanta).

El mismo que tiene dos o tres jeepetas, tal vez prestadas o alquiladas. Pero en caso de ser comprada, tiende a ser producto de un lío descomunal. O le ha vendido su alma al diablo, o le debe un dineral al banco,  que son casi la misma cosa. ¿No tiene jeepeta? No hay problema, simplemente tírese fotos delante de una ajena. Un sentimiento de riqueza efímera que se esfuma con el flash de la cámara (perdón, del iPhone).

Habla de sus viajes a Nueva York (o es realmente Neyba York?), y de sus compras en grandes malls de Miami, aquellas pirámides cuadradas llenas de “aguajeros” que transitan como robots  por sus pasillos esperando la oportunidad de comprar las mejores camisas del mercado americano (claro, todas hechas en la zona franca de Santo Domingo).

Hay otros que tratan de exaltar sus atributos (o los que le faltan) usando grandes prendas de oro y plata, solo para empeñarlas dos días después para tener con que comer. Son los mismos que en asuntos de riña o peleas alardean de atributos que nunca llegan a poner en práctica y solo se quedan en palabras.

Así como aquel familiar de político que se refiere a otros de manera peyorativa y poco diplomática. ¡Usted no sabe quién soy yo! , solo para ahorrarse los 50 pesos que no tiene.

¿Pero quién lo puede culpar?  Tiene como ejemplo a máximas figuras en el arte del allante, como aquel personaje oriundo de Villa Juana, que disimula con complejas expresiones y un verbo exquisito que le encanta a todos, pero que al final no ha dicho nada.

El allantoso, sea quien sea, cae peor que un palo de cotorra, aquel silloncito detrás de los asientos delanteros de cualquier minibús, que por más que traten de acolchonar la bendita tabla, termina siendo igual de incomoda.

Así de incomodo caen los allantosos. Sin embargo, cualquiera pensaría lo contrario, al ser una especie tan abundante en este país. Me decía un amigo que aquí todo se allanta, hasta el patriotismo, y creo que tiene razón.

Por eso está claro que no solo de pan vive el hombre, sino también del allante.