“La revolución no es una manzana que cae cuando está podrida. La tienes que hacer caer”-Ernesto Che Guevara.

El momento exige austeridad, no dispendio. Inteligencia y planificación, no improvisación. Los ejemplos deben venir de arriba que los de abajo viven en permanentes y trágicos aprietos. Estamos en la antesala de una Administración moral o ante el inicio de una estafa más a la intención de millones de dominicanos. Todo dependerá del comienzo. Este sella el proceso y su final.

El pueblo dominicano se inclinó contundentemente por el “cambio”, que tenemos la esperanza que no solo sea de nombres y apellidos, como siempre hemos reiterado en esta columna. Sobre todo, porque la herencia es desafiante, muy cargada de problemas complejos.

La acumulación de la presión a las finanzas públicas, como resultado de las medidas adoptadas para paliar los efectos adversos de la pandemia, ha llegado a su máximo. El endeudamiento irresponsable y alegre compone más de la mitad del ingreso nacional bruto. La estructura de las recaudaciones luce inflexible y estancada, la evasión es sustancial y el gasto irracional en muchas vertientes. El comercio exterior sigue sin diversificarse; la competitividad de la economía es un mito; los bajos salarios son la norma. La estructura de la Administración amerita una reconsideración responsable, que tenga las agallas de enfrentar la dinámica clientelista y prebendaria que la sustenta.

La cultura de la corrupción es generalizada y atenta contra la eficiencia administrativa. La impunidad no puede seguir siendo, en un verdadero proceso de reformas diferenciadoras, un elemento presente y en constante reforzamiento silencioso. El crimen de la corrupción y la impunidad deben castigarse ejemplarmente y deben activarse expedientes aviesamente paralizados o engavetados. La ley debe imponerse. Debemos recobrar gradualmente la autoridad moral perdida.

El PRM tiene la desafiante oportunidad de hacerlo bien. De sentar antecedentes convincentes. Debe hacerlo bien desde el principio cerrando toda oportunidad al reflorecimiento de la delincuencia pública que el favor del voto mayoritario parece estar exigiendo claramente.

Debe hacer cumplir invariablemente principios morales rectores no discriminatorios. La retaliación no ayuda, pero saciar la sed de justicia de millones sí. Olvidar y comenzar de nuevo no es fórmula aceptable. Hurgar en los archivos, buscar evidencias concluyentes, encadenar a los pillos y exhibirlos con la satisfacción de que efectivamente se están marcando diferencias, y que el ejemplo puede ser extensivo en cualquier momento para cualquiera que transgreda las normas, sin que importen para nada sus banderías políticas.

Es más, el PRM tiene la oportunidad de implantar el sueño de Bosch de una Administración moral que el PLD, con las venalidades de su cúpula envanecida, estafó de la peor manera. Abinader y sus allegados pueden casarse con la gloria siendo fuentes de ejemplos contundentes y aleccionadores. Las señales deben ser claras. Firmes, constantes y ejemplarizantes (en lo moral: dar ejemplos).

Importante es conservar en el Gobierno la experiencia, el conocimiento y los expertos en funciones. Cierto que es que la demanda de trabajo es abrumadora y no es asunto de partidos, sino un problema nacional de muchas aristas. Pero pretender resolver el problema de la recompensa del favor político con la ignorancia, la improvisación y el pancismo que predominan en las multitudes, no es buen camino. Es la senda más trillada por el clientelismo rapaz y destructivo. Es políticamente ineficaz y conduce a las mismas dimensiones cavernarias de la corrupción por un siglo sufrida.

Abinader está preso en la cerca de las muchas y complejas expectativas ciudadanas. Debe ir más allá de los programas sociales ensayados por el gobierno saliente; debe ser creativo y receptivo en los asuntos económicos; debe hacer un gran e inteligente esfuerzo para retornar al crecimiento y a la estabilidad macroeconómica; debe continuar escalando las escabrosas alturas de las necesarias reformas institucionales y normativas; debe alcanzar nuevos niveles de eficiencia y decencia en la Administración; debe demostrar que la economía dominicana puede sobrevivir sin endeudamiento excesivo; debe atender a los más necesitados y reducir los lujos y el dispendio de los altos funcionarios; debe implantar los cimientos de una economía competitiva e innovadora; debe reformar los vínculos empresa-Estado.

El momento exige austeridad, no dispendio. Inteligencia y planificación, no improvisación. Los ejemplos deben venir de arriba que los de abajo viven en permanentes y trágicos aprietos. Estamos en la antesala de una Administración moral o ante el inicio de una estafa más a la intención de millones de dominicanos. Todo dependerá del comienzo. Este sella el proceso y su final.

Pasamos a la prueba definitiva. Las elecciones funcionan todavía para castigar. Lo ocurrido el 5 de julio, en medio de una pandemia creciente, lo demuestra de manera muy fehaciente. Esta democracia defectuosa todavía sirve para algo: para expresarnos y sustituir a los ineptos, descarriados y estafadores del mundo político. Creemos que evitó el fortalecimiento de la dictadura de una cúpula que no conocía límites en sus actuaciones y que se creía insuperable e inamovible. Eso y sus muchos malos ejemplos, redujeron, ante los ojos de los electores, los méritos de muchas de sus grandes realizaciones.