No, Sara Pérez, creo que eres injusta con el monarca constitucional de la Res Pública cuando afirmas que “De hecho, el Presidente Fernández es el principal miquifriqui del país y creador del miquifriquismo nacional, en su variación más agobiante, que es la conocida por unos discursos más envaselinados que los supositorios, mientras las actuaciones tienen más retruécanos que las alcantarillas del Infierno”.
En primer lugar creo que los supositorios en la brillante oratoria del monarca son de glicerina, aunque por igual producen el efecto de la catarsis aristotélica, pero en el sentido estricto, no metafórico, de lavativa o purgante que alimentan esas “alcantarillas del infierno” que sólo tú sabes inventar.
Acusar de miquifriqui a una persona que, para ser justo, brilla por su inteligencia maquiavélica, que reúne todas las condiciones que el genial florentino celebró en “El príncipe”, sería como acusar de lo mismo a su maestro Balaguer.
Balaguer no era un miquifriqui, era un hombre del destino, como el monarca constitucional, y la historia lo demostró cuando fue enterrado en olor de santidad, olor de multitudes, a pesar de sus innumerables crímenes y fraudes electorales.
Sabía fingir que no era responsable de las fechorías que cometía y acusaba a fuerzas incontrolables bajo su mando del asesinato de Orlando Martínez, aparte de Narcisazo, entre otros miles
Sabía como nadie desdoblarse, sobre todo en libros en que escribía acerca de “El Cristo de la libertad” y terminaba siendo Cristo, pero sin que lo sacrificaran.
Sabía fingir que no era responsable de las fechorías que cometía y acusaba a fuerzas incontrolables bajo su mando del asesinato de Orlando Martínez, aparte de Narcisazo, entre otros miles.
Pretendía que creyeran que la corrupción se detenía ante su despacho, cuando su despacho era la caja de Pandora. Un congreso basura lo nombró padre de la democracia, pero es el padre de la corrupción por excelencia.
Balaguer, siempre lo he pensado, era el típico presidente hembra (de los que cantan como gallo y ponen como gallina, como decía Bosch), a mitad de camino entre Catalina de Médicis y el papa Borgia. Un andrógino con una capacidad genética infinita de hacer el mal. El odio lo preservó porque nada preserva tanto como el odio, al decir de un autor que no recuerdo. Pero nunca fue un miquifriqui.
De esa acusación, también al monarca constitucional la historia lo absorberá. (A JRBA).
pcs, jueves, 06 de octubre de 2011