Dedicado a todos los miembros de la primera promoción de ingenieros agrónomos de la UASD.

Del 15 al 16 de noviembre del presente año algunos miembros de la primera promoción de ingenieros agrónomos de la Escuela de Agronomía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) celebramos un encuentro ordinario que tuvo por escenario el Hotel Don Juan ribereño a la popular y hermosa playa de Boca Chica en la bahía de Andrés.

Además de la expansión y el entretenimiento procurados por la nostálgica compañía de los ex compañeros de pupitre desde más de cincuenta años,  habían dos acontecimientos que contribuyeron a sus éxito: el primero fue su realización en un espacio costero que para el autor de este artículo está preñado de gratas vivencias que ocupan un destacado segmento dentro de sus reminiscencias más placenteras.

El segundo fue la presencia del condiscípulo Franklin Abbott Pérez que por primera vez asistía a nuestras periódicas juntaderas, el cual reside en Miami desde el siglo pasado y cuya formación universitaria no se compadece de su real vocación pues de acuerdo a esta última su verdadero lugar sería un despacho de la Cancillería , una oficina en Cap Cana o como gerente  de ventas  de automóviles Jaguar, Lexus o Bentley.

No obstante el sofocante calor y las repentinas, breves y torrenciales lluvias registradas durante nuestra permanencia, nos sentimos muy a gusto sin necesidad de repetir las anécdotas, los chistes y los cuentos de siempre que por lo general convierten estos eventos en un ejercicio de aburrimiento, ni tampoco protagonizamos excesos con las bebidas ni las comidas, inapropiadas para quienes rebasamos los setenta años de edad.

Sea a través de una animada conversación privada o de una paciente observación a distancia, comprobé una vez más la imposibilidad de definir a cualquier persona que aún viva, y que toda semblanza, perfil o biografía destinada a retratarle en resumidas cuentas es una aproximación, un transitorio intento de descripción, en fin algo que sería exagerado creer al pie de la letra, es decir textualmente.

La locución latina ₺cum grano salis₺ cuya traducción al castellano es ₺con un grano de sal₺ ilustra muy bien lo que deseo significar en el sentido de que siempre debemos admitir con un cierto escepticismo toda afirmación, no atribuirle una certeza absoluta a lo que leemos, escuchamos e incluso a lo que vemos, pues en definitiva las cosas nunca son lo que parecen ser. Podemos saber algo del continente pero muy poco del contenido.

En atención a lo dicho anteriormente he considerado adecuado el título escogido para este trabajo ya que traduce algo ampliamente constatado: de alguien ya fallecido, y por razones obvias, podemos aseverar lo que sea sin abrigar el temor de ser desmentido por él, pero de la conducta futura de los aun vivientes solamente podemos hacer conjeturas, avanzar cautelosas suposiciones.

Las especulaciones de estos tres últimos párrafos, filosóficos si que quiere, derivan de lo siguiente: en el 2010 elaboré unas semblanzas sobre mis compañeros de estudios universitarios que constituyeron el texto de una obra titulada ₺Sólo mueren los que se olvidan₺ la cual fue editada por la UASD y puesta en circulación por el ex – rector Mateo Febrillet en el Museo de esta institución en agosto 2013.

Aunque en los retratos en prosa habían algunos fallecidos, la gran mayoría viven todavía estando varios de ellos presentes en el encuentro de Boca Chica, siendo precisamente el estudio a hurtadillas, el examen furtivo de éstos últimos condiscípulos la confirmación de que lo especulado por mí en sus semblanzas constituía únicamente mi versión, mi opinión de lo que sabía o les suponía hasta entonces.

Hago este señalamiento, no porque su comportamiento o actitud durante el reciente pasatiempo playero estuviera en contradicción con lo referido en sus respectivas semblanzas, sino porque descubrí otra facetas, aspectos de su personalidad que completaban sus retratos y que solo podían ser advertidas si se conocía ₺ de visu₺ sus nuevos roles de abuelo, suegro, huérfano, viudo, divorciado, jubilado o de envejeciente enamorado.

Si la paternidad obliga a todo hombre a la adquisición de una responsabilidad que la juventud y la soltería apenas dejaban vislumbrar, la condición de abuelo alienta como una especie de retorno a la infancia instalándose en su carácter una propensión hacia la tolerancia que los hace ser más dóciles y sosegados. La rebelde intransigencia de antes se transmuta en perezosa mansedumbre, como están mis colegas.

Ser suegro consiste  entre otras cosas en tratar como hijo/a a un extraño que por un lado no tiene parentesco de sangre con uno pero que es el padre o madre de tus nietos/as, y esta familiaridad no consanguínea es causante de una querencia, ni hemática ni amorosa, que nos hace más receptivos y menos recelosos con el prójimo. Por esto algunos condiscípulos son hoy menos refractarios que hace 50 años.

En vista de que generalmente los abuelos han perdido uno o los dos progenitores, la orfandad subsiguiente –aunque estén divorciados o viudos –es la razón de que en el transcurso de los años se asome de vez en cuando en los ojos de los huérfanos una tristeza vital que en ocasiones adquiere las características de un total desamparo. En la casi totalidad de los asistentes al encuentro se notaba ese desconsuelo visual.

La viudez origina en quién sobrevive un desvalimiento muy acusado sobre todo si ocurre después de muchos años de vida en común, situación angustiosa que conduce a esta alternativa: que el viudo/a decida formalizar o no un nuevo emparejamiento o por el contrario se resigne a una existencia solitaria equivalente a una vida de clausura. En ambos casos la viudez enseña la importancia de una dependencia, los beneficios de una sumisión.

El divorcio o la separación que en el fondo simbolizan el alejamiento o abandono de uno de los miembros de la pareja, conlleva a que en los dos se refuerce la creencia de que nada es para siempre, y luego de rebasada la crisis inicial se aposenta en ambos el presentimiento  de que no solamente todo es provisional sino que paradójicamente  existe la posibilidad de encontrar alguien que nos comprenda. Ciertos colegas evidencian este último optimismo.

La jubilación por edad o antigüedad en el servicio nos coloca en un escenario donde estamos forzados a enfrentarnos con nuestra verdadera vocación y personalidad, desarrollándose tendencias y disposición antes escamoteadas por el ejercicio profesional. Consagrarse a la fotografía, a la escritura, a la pintura o a la culinaria forman parte de las aficciones inventariadas entre mis antiguos camaradas de la Universidad.

No debo omitir el eventual surgimiento de una pasión amorosa en el otoño de nuestras vidas, que a menudo, por la sexualidad declinante que lleva aparejada es objeto de burlas y chanzas por parte de nuestros colegas pero que en no pocas ocasiones es fruto de una envidia corrosiva por no poseer los recursos necesarios para mantener la joven conquista y, desde luego, por la extinción en los envidiosos del erotismo que caracterizaba sus tiempos de adolescente.

Este tardío donjuanismo incorpora en la existencia de quienes lo experimentan un efímero rejuvenecimiento de naturaleza emocional, dotando a sus portadores de unas ansias de comunicación verbal y unos deseos de figuración social que dejan asombrados, a quienes les atribuimos en su mocedad una discreción, una reserva hoy totalmente anuladas por el arrebato amoroso de que es objeto.

Estas nuevas condiciones o roles-ser abuelo, suegro, huérfano, viudo, divorciado y envejeciente enamorado-junto a otras de índole casual o natural tales como la ocurrencia de padecimientos invalidantes, la comisión de acciones dolosas o motivados por la política o el azar entre otras, son fuentes capaces de hacer variar la trayectoria vital de los individuos e inducir mutaciones significativas en sus biografías.

Para testimoniar que una persona no ha experimentado cambios o transformaciones considerables durante su vida, los españoles suelen utilizar la expresión ₺genio y figura hasta la sepultura, que por su excepcionalidad casi siempre provoca una íntima satisfacción en aquellos individuos que creen no haber jamás modificado su comportamiento en el transcurso de su existencia.

Lo normal, lo esperado es que nuestras existencias estén sujetas a reiteradas metamorfosis que alteran nuestra conducta y actitudes frente a ante los demás y ante uno mismo, y cuando uno se convence de su veracidad, de su implacable certeza y de que en gran medida moriremos desconociéndonos íntimamente, en nuestras conciencias se impondrá la inexorable gravedad del título de este artículo.

Señores lectores, cada individuo es y será siempre un gran misterio. No hay posibilidad de comprender a los demás. Es todo un atrevimiento definir a una persona estando aun viva. Únicamente los muertos, por su impedimento de realizar cualquier tipo de emprendimiento pueden ser definidos, aunque siempre ignoraremos las motivaciones reales que presidían su vida. Debido a esto la segunda edición de ₺Sólo mueren los que se olvidan₺ deberá ser enriquecida con otros detalles.