No tengo muchas ganas de escribir. Desde mi última entrega hasta el día de hoy, me han ocupado sentimientos de cansancio, tristeza, abatimiento ¿A quién diablos le importa el humor que cargue? A poquísima gente. Sin embargo, ¿se sorprende si le cuento que sé de muchos que, como yo, sienten igual? El país que queremos puede que esté más cerca de lo que imaginamos, puede que nos cueste más tiempo, más esfuerzo, más frustración, más humillación y más de muchas otras cosas.
Definitivamente la cultura del "deja eso así", "no te metas en esa vaina", "ahí viene' tú con tu política", "¿dónde ta' lo mío?", "¿qué hay pa' mi?", "e’to no lo arregla nadie" y muchas otras más, nos está costando demasiado. Parece que amaneció, que despertamos, ¡pero caray!, qué caro estamos pagando el lograr disipar la oscuridad para ver el sol. Esta actitud colectiva nos ha costado niños muertos en los hospitales, un mozalbete entrándole a bofetadas a una muchacha, ¡en la escuela! -dos situaciones, una más grave que la otra-. Nos cuesta la gasolina más cara del planeta y varias galaxias juntas. Nos ha costado droga en los bolsillos de nuestros muchachos del Capotillo. ¡Nos está costando tanto! y mis dedos se resisten a seguir listando nuestros problemas.
Para remate, hay quien hace un llamado a irnos a la calle. ¡Nada más desatinado! aunque parezca que el horno está listo para meterle galletitas. Quien se anuncia con semejante invitación no puede -ni lo haría aunque pudiera- hacerse responsable por los muertos que surgirían de una revuelta social, fruto del cansancio y la ira pasiva que sienten muchos dominicanos. Quien propone eso se presta, sin querer, para el propósito que adivino en muchas acciones de algunos organismos de este gobierno indolente: la de darnos en la madre a todos… Sí, ha leído usted bien, en la madre, partirnos en dos. Este sistema nos ha arrebatado la salud, la educación, nos ha quitado el agua de la llave, la luz de los bombillos, la paz para transitar en cualquier calle o avenida de la ciudad, nos sigue reventando los bolsillos con altos impuestos, intenta quitarnos el derecho de protestar, y ahora, ¿vamos a darles la vida?, ¿tan gratuitamente? No queda espacio para más violencia.
¡No! Me niego a una revuelta, me niego a replicar el ’84 en nuestras calles, no quiero un coronel que haga un "buen trabajo" luego de que nuestros hospitales se llenen de gente herida o muerta, luego de que nuestras madres lloren a sus hijos y nuestros hijos lloren a sus padres. ¡No señor!, no seamos tontos. Esto hay que resolverlo en el marco legal, con insistencia, persistencia y mucha resistencia. Es el precio que esta generación debe pagar por décadas de indiferencia, es el castigo de mucho tiempo creyendo que no nos importaba y que lo que se gestaba y ocurría solo afectaba a los de la orilla del río, a los de Katanga de los Mina, o al tigueraje de Gualey. Es lo que nos toca por limitarnos a ejercer ciudadanía solo en mayo. Tenemos que chuparnos nuestro caramelo de cianuro con inteligencia y estoicismo, eso sí, haciendo uso de todos los recursos que nos ofrece la Ley para poder enderezar este camino tan torcido y viciado. Por décadas entregamos este país a una claque blanca, roja y morada, y ahora debemos recuperarlo.
La nación no necesita más violencia. Suficiente tenemos con aquella que es promovida desde los mismos cimientos del Estado, demasiado con la que se decide a puerta cerrada en los despachos. Ya es mucha la violencia que implica la confesa intromisión del Poder a nuestra privacidad. No necesitamos más insulto a nuestra moral y dignidad que la que representa un Agripino o un Corripio trabajando en una comisión de chiste y acomodaticia. Ya es demasiado ver a los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial francamente coludidos, con una prensa genuflexa y blandita. ¡No señor! No queda espacio para más violencia.
Esto se tiene que arreglar, pero no a la manera de ellos, sino que a la nuestra. A la manera de un pueblo que ha madurado y que no debe, de ninguna forma, dejarse conducir al terreno de la insensatez. Será con el espíritu de la Ley que por décadas ha estado dormido, y que con cada grito habremos de despertar.
Nos vemos mañana en Azua.