Con la venia habitual de los directores del medio, que me honran con la oportunidad de dirigirme cada semana a los, muchos o pocos, lectores interesados en nuestros temas – y con la venia también de estos últimos- nos saldremos de nuestra zona de confort y del compromiso temático de cada domingo, y lo haremos escribiendo sobre uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad; un tema que aunque está relacionado con la arquitectura, quizás no lo esté más o menos que cualquier otro evento histórico de importancia (o quizás sí). El tema en cuestión es la Reforma Protestante y la celebración, ayer 31 de octubre, del 503 aniversario de la publicación de las 95 tesis del Dr. Martín Lutero, clavadas en la iglesia de la Universidad de Wittenberg.
Además del hecho general, sugerido en el párrafo anterior, de que el fenómeno histórico conocido como Reforma Protestante pudo influir en el devenir de la arquitectura; a partir de dicho acontecimiento hay un par de factores que este movimiento social y económico (además de religioso), planteó para las artes y para la arquitectura propiamente.
La Reforma, que contaba con una historia previa a ella misma, protagonizada por hombres de la talla de Jan Hus, se planteaba entre otras cosas la no adoración de imágenes, ausentes en sus templos, sobre todo en la tradición calvinista.
Templos vacíos de imágenes dieron pie a una arquitectura desprovista de estas ornamentaciones, adorables por el ritual católico romano. La música en sus expresiones de alabanza y adoración, con una sólida cultura en cuanto a himnología se refiere, sirvió en gran medida para suplir – en la psique del pueblo- esa necesidad de adorar lo tangible, lo visible. En efecto, se “inauguró” una arquitectura religiosa apoyada en otras simbologías, en otros efectos, como la luz que entraba a los templos, o por lo menos en una reinterpretación de la misma luz con vitrales sin santos, ni ángeles, ni vírgenes.
La cruz vacía coronando el presbiterio, mandaba otro mensaje a la congregación: ¡No está aquí, no está ni muerto ni crucificado; ha resucitado ya! La narración iconográfica de la pasión y muerte de Cristo, quedaba para las letras de los himnos y no se rendía culto a su muerte, más bien a su victoria sobre ella.
Tan importante como clavar la pica de la libertad, por el Dr. Lutero, en las puertas de la Iglesia en Wittenberg, fue la proclama realizada en la Dieta de Worms (la asamblea de los príncipes de Sacro Imperio Romano Germano) por el mismo reformador: ¡No puedo y no quiero retractarme! Con esta frase, parte de todo un discurso en respuesta al mismísimo Emperador Carlos V, no solo se produjo un cisma religioso; se produjo además un cisma político, económico, cultural , artístico y hasta arquitectónico. El mundo que hoy conocemos debe, en gran parte, “su forma de ser” a este acontecimiento. Probablemente como muchos otros hechos de la historia de la humanidad, éste, hace 503 años, marcó un cambio de ruta. La Europa y la América que hoy conocemos deben – en gran parte- su configuración social a este punto histórico. Lo que es Alemania, lo que es España, en parte lo que es Reino Unido (Enrique VII aparte), y mucho de lo que es Estados Unidos de América, viene de aquel 31 de octubre en Wittenberg.