En una sociedad injusta no puede existir un sistema tributario justo, y si el sistema fuera justo, en una sociedad injusta la Administración tributaria puede perfectamente encargarse de que sus resultados no lo sean. La justicia y la equidad, así como la igualdad, son metas del orden social que se particularizan como objetivos a conseguir con el sistema tributario y se colocan en la Constitución de la República, como principios fundamentales que se deben considerar para la conformación de la estructura tributaria, pero su concreción está dada por las políticas y las actuaciones de los gobiernos en la aplicación de los tributos.

Hablar de justicia en una sociedad injusta cuesta. Uno hasta puede sentirse perseguido y puede saber que su vida económica se hará difícil. Cuando uno opina sobre los impuestos, cuya recaudación está a cargo de una burocracia faraónica, puede que con su poder en Hacienda alguien estime que puede llamar a uno para pedirle que en un acto público y notorio se arrepienta de todo lo que ha escrito y que, si no lo hace, en el mejor de los casos uno se las verás en una situación económicamente difícil o tendrá que batirse en duelo desigual con un burócrata lleno de poder en una relación de fuerza asimétrica.

No faltan los consejos, que uno debe dejar de escribir, pues nadie va a arreglar este mundo, que escribir sobre las actuaciones de personas que tienen poder, hipersensible a la opinión mediática porque vende mentiras, me pone en peligro. Se ha creado tal ambiente que algunos de mis amigos tienen delirios de persecución, y suelen establecer con precisión descriptiva que uno o más de los que se sientan atentamente a escuchar las conversaciones que sostenemos en la cafetería me tiene a mi como objetivo.

Tal esfuerzo si fuera cierto es inútil, yo no pretendo cambiar ni interpretar el mundo. Una vez tuve ese afán, pero era joven. Hoy ya lo he perdido. Lo único que me cuida es la metresa a la que mi madre endosó mi protección desde niño. No tengo resguardo que me ampare, en mi casa sólo están guardadas las trenzas del cabello que me fue cortado al concluir la promesa que desde pequeño me obligó a tener el pelo largo, para que Dios me protegiera de no sé qué cosa y me ha protegido de todo con cierta eficacia.

El vano afán de justicia que el poeta Manuel Machado, dijo haber perdido, eso en mí no ha sucedido, y seguiré escribiendo. No quiero cambiar el mundo, pero tengo en mi memoria ciertas dosis de doctrinas, que, si es de elegir, me obligan a optar por lo justo. No porque soy bueno o porque soy valiente y no tenga miedo ni porque no me duela con frecuencia no tener un peso, sino porque no puedo dejar de hacerlo. Todo el que me conoce sabe que digo lo que pienso, se lo he dicho a ministros con le que he trabajado, también lo he hecho con directores de impuesto, todo en el transcurso de más de 30 años.

En todo ese tiempo sólo ahora, en tiempo presente, la gente me habla de malos presentimientos, de que me cuide y también me calle. Sólo hoy me dicen que guarde silencio o moriré de hambre. Pueden sin cuidado hacer lo que quieran, a peores cosas he sobrevivido.