Lo que no sé,

Tampoco creo saberlo.

Platon.-

La historia es tan misteriosa como la vida misma. Los intereses crean fábulas que en el tiempo mediato se convierten en verdades irrefutables pero, pasado el tiempo, la misma historia adquiere voz y denuncia la falsía de lo que se creía verdad. Con el derecho que me da el estar vivo, no como muchos pudieran pensar que es la llamada democracia, no, es el deseo de hacer y decir lo que creo porque solo tengo una vida para escribir lo que a mi entender es nuestra historia, mi historia, la que vivo, no la que otros me quieren imponer.

Los medios electrónicos les han abierto la puerta a la expresión de todo el mundo, sin distinción de clase social, económica o política, y es en esa apertura donde los intelectuales se ven obligados a interactuar con analfabetos, donde los justos se ven de tú a tú con lo injusto y donde la verdad se enfrenta a muerte a la maldita mentira, la difamación y cuantas bajezas se puedan exponer en blanco y negro.

Supe y viví muchos de los resabios de un gran hombre y de las malquerencias que producía en un grupo indeterminado de “compañeritos”, quienes lo veían y sentían como un peligro para llevar a cabo sus actuaciones mafiosas e indecorosas relacionadas con asuntos de aduanas, y de las argumentaciones llevadas a las más altas cumbres sobre la inconveniencia de la permanencia de él al frente de la Dirección General de Aduanas. Y Ganas no faltaron para sustituirlo, pero no había valor para llevar a cabo esa acción.

Es por eso que hoy, y ante los ataques desconsiderados, difamadores, cobardes y abusivos que no han dejado de lanzar contra mi persona el mismo grupo de ratas, cobijadas bajo el manto político indecoroso y cobarde, utilizando sus enormes recursos económicos y hasta utilizando a esos facinerosos cuasi analfabetos que tienen acceso a los recursos mediáticos, es que  reitero la máxima escrita por mí siempre amigo Miguel Cocco: “ Convencido de que la vida termina con la muerte física, sin absoluta duda de mi parte, digo que vivir en el corazón de los justicieros es alcanzar la plenitud de la inmortalidad que para nosotros los revolucionarios es más importante que la sorda en la posteridad”.

Y me adelanto a esas lenguas desacreditadoras, y a las lacras que hicieron el último viaje a Puerto Rico tratando de desacreditarme e incriminarme en asuntos que solo ellos han llevado a cabo, de que bajo ningún motivo estoy siquiera insinuando compararme con ese portento de profesionalidad, honestidad y desinterés para dar lo mejor de él en pos del bienestar de la institución o la sociedad a la cual perteneció y que sus amigos solo lo llamaban Miguel. Lo que sí dijo es que por donde quiera que he prestado mis servicios, tanto en la vida civil como militar, he dejado huellas de lo que significa ser un profesional y gracias a Dios –sin que en verdad él tenga que ver con estos asuntos-, aún están los hombres para hablar y aún están las acciones para ver.

Y como acabamos de pasar unas desgraciadas elecciones y una más azarosa campaña partidaria, ciertos ánimos se han exaltado por no poder etiquetarme en ninguno de sus bandos y les recuerdo que vendrán otras en poco tiempo y será lo mismo como lo ha sido siempre. Como muestra lo expresado por el Dr. Joaquín Balaguer en el año de 1966: “…piden hacer , en la administración pública, las sustituciones que sean de lugar para que los puestos claves no permanezcan bajo el dominio de una facción determinada…las cuales otorgan al partido que las domina ventajas incalculables tanto desde el punto de vista del enorme personal que figura en las nóminas hipertrofiadas, como desde el punto de vista de los gajes de orden económico que se hallan al alcance del partido favorecido…”

Y como cada causa por lo regular tiene más de un efecto, solo me resta decir como el General y orador ateniense Marco Aurelio: “No vienen a ti las cosas cuya persecución o rechazo te perturban, sino que en cierto modo tú mismo vas a ellas. Así que serénese tu juicio acerca de ellas y permanecerán sin temblar, y no se te vera ni perseguirlas ni rehuirlas”. ¡Si señor!