Estoy entre los que creen que una suma de hechos políticos, sociales y hasta naturales, han generado una sensación de derrota histórica en gran parte del pueblo dominicano. Hechos, y por supuesto, los valores dominantes que resultan de las imposiciones de las clases que dominan.

Hace 40 años yo era un joven, de los "nidales" de una generación llamada Manolo, llena de ideales revolucionarios y dispuesta a jugársela por la revolución dominicana.  Sigo con más determinación cada vez en esa causa, con más responsabilidades, y sin imaginar siquiera dar marcha atrás. Igual que otros y otras, aunque somos menos que en aquellos tiempos.

De la generación que nos precedió y que fueron nuestros emblemas,  en pie de lucha hay  apenas  dos o tres, por asuntos de vida o de muerte.

Desde que me integré a la lucha revolucionaria, en América Latina y el Caribe ha tenido lugar tres olas de cambios revolucionarios y progresistas;  la de los años de 1950 en adelante, signada por el triunfo de la revolución cubana, y que cerró con la intervención militar norteamericana a nuestro país el 28 de abril de 1965, y agregaría,  que el final de esa ola fue sellado con la caída del Che en Bolivia en 1968.

A está ola siguió la de los años de 1970, centrada en Centroamérica, en la que triunfó la Revolución Sandinista,  en 1979, y avanzó en El Salvador.

Luego  vino la ola  actual,  iniciada en Venezuela con el triunfo del Comandante Chávez en Venezuela,  en 1999; que irradió esperanzas de cambio en muchos países,  la cual está hoy amenazada por la injerencia del imperialismo norteamericano que lucha, y tiene algún éxito, por cerrar este ciclo y recuperar espacios perdidos en América Latina.

Fuera de lo que ocurrió el 24 de abril de 1965, valga decirlo otra vez, obstruido por la intervención militar norteamericana del 28 de ese mes y año, ninguna de las tres olas se expresó en victoria en nuestro país.

Las políticas que definió mi jefe político eterno, Maximiliano Gómez (El Moreno), cualquiera que sea el lente con que se las mire hoy, procuraban avanzar lo más posible la revolución o los cambios progresistas, antes de que se agotara la subjetividad de la primera ola, iniciada en concreto en Guatemala en 1954 con el gobierno de Jacobo Arbenz, derrocado por los norteamericanos.

Al Moreno, como a Otto, Amin, y otros de nuestros más audaces dirigentes, los mataron.  Y menguó   así la audacia, y la perspicacia para observar brechas y trillos por donde abrir grandes cauces a la revolución, o como menos, a cambios democráticos avanzados.

Quedan algunas mentes lúcidas en la Izquierda. Pocas.

Pero, al decir del camarada Rafael Chaljub Mejía, “hay una sequía” muy pronunciada de talento y buen juicio político, a tal nivel que predominan los políticos de oído, la emoción, la fanfarronería intelectual, la adivinanza y la veeduría de taza en el análisis político. Estas confluyen para dañar el mínimo de posibilidades que hay ahora para avanzar, en el país en general, o aquí, allí, en algún lugar de este.

Que no pueden darse cuenta que el pueblo dominicano está afectado de una sensación de derrota histórica, resultado de reveses.  Que esa sensación de derrota debe ser superada, aunque sea por una sensación de victoria, que facilite a las fuerzas más avanzadas proponerse conquistas otras más trascendentes en lo adelante.

Que se está en sensación de derrota histórica cuando en base a experiencias vividas, o sufridas, se asume como imposible cambiar para mejor la realidad que oprime, y se entra en el conformismo, o en la aceptación de lo que hay como algo que es, y así será.

Una expresión casi trágica de esta sensación, son datos de una encuesta de la Gallup, según los cuales, el 60% de los jóvenes entre 18 y 25 años de edad quiere irse del país, mientras que lo mismo desea el 49% de la población más adulta. Esta tendencia a la desconfianza en la posibilidad de que se resuelvan los problemas del país, se ha movido de menos a más, sin parar desde los años de 1980.

Las dictaduras, los huracanes que han hecho daño por las condiciones sociales en que mal vive el pueblo; las intervenciones militares norteamericanas (1916 y 1965); el golpe de Estado al gobierno constitucional del profesor Bosch en 1963; los asesinatos a los patriotas del 14 de junio de 1959, a las hermanas Mirabal, Manolo, Caamaño, el Moreno y a cientos de revolucionarios y patriotas, sin que los culpables hayan pagado cuentas; las traiciones del PRD y el PLD a la causa nacional y democrática; la privatización de las empresas y servicios públicos; la pervivencia de la pobreza desde que llegó Colón; las divisiones lamentables de la izquierda y el movimiento democrático; en fin, reveses solo reveses, sin parar, se juntan; y caen como un fardo pesado sobre la conciencia del pueblo dominicano, creando en este indiferencia política, desesperanza, dispersión, incredulidad, sensación de derrota, y hasta simpatías por un Trujillo.

Invito a estudiar el libro “La psicología del pueblo dominicano”, publicado hace varios años por el Dr. Fernando Sánchez Martínez, ex rector de la UASD y gran ser humano, en el que analiza con rigurosidad científica la relación entre hecho sociales, políticos y naturales trágicos, con la subjetividad del pueblo dominicano.

En el contexto de sensación de derrota histórica que planteo, preguntémonos: ¿Qué, si a pesar de todo lo malo denunciado, visto y sufrido en sus gobiernos, el PLD se impone otra vez?

Me inclino ante los sectores políticos que ven la dimensión histórica de este peligro; valoran la necesidad de un triunfo del pueblo, aunque sea mínimo, la conquista de una nueva ambientación política en la que el trabajo revolucionario o por el cambio progresista, sea más fácil; y sobre todo, trabajan para acumular fuerzas y ponerse en condiciones de ser la mediación para el cambio de gobierno; o de aportar para que el mismo tenga calidad democrática, y no se quede en un “quítate tú, para ponerme yo”.