No sé si es porque ya estoy viejo y por lo tanto chapado a la antigua, pero hay píldoras que no puedo tragar por más endulzadas que me las pongan en la boca. Como por ejemplo, la de Odebrecht, eso de que siga trabajando en el país como si aquí no hubiera sucedido nada y nos dijeran aquello de ¨pelillos a la mar¨, ahí les mandamos unos cuartos y tan amiguetes como siempre.

Una empresa extranjera que ha producido tanto daño al país en lo económico, en lo moral, en lo social y en lo psicológico, ahora quiere reivindicarse abonando 180 millones de dólares a plazos, como si se hubiera llevado una lavadora de una tienda de electrodomésticos, o pagando el muerto como sucedía antes con los asesinatos en muchos lugares sin ley de América Latina,  colocando una nueva directiva y ¡cómo no! una eficaz campaña que lave su imagen con unos buenos detergentes de medios masivos, ya está todo solucionado, e inclusive sigue trabajando uno de los proyectos más importantes del sector energético.

Esto no debería funcionar así, pero como estamos en la cuarta dimensión de lo ético, o sea, lo anti ético, no solo funciona sino que lo hace a las mil maravillas. Durante muchos años Odebrech corrompió a importantes funcionarios y empresarios nacionales, sobrevaluaron para obtener grandes beneficios de manera descarada sus presupuestos donde levantaron obras, convirtieron la capital dominicana su centro mundial de operaciones de sobornos aprovechando la venalidad de sus políticos, ensuciaron la imagen del país en todo el mundo presentándonos como mucho más corruptos de lo que ya somos.

Odebrech ha producido un escándalo de tales dimensiones que ha afectado la psiquis y la credibilidad de muchos ciudadanos porque los principales implicados en los sobornos llamados comisiones están sacando la sobrilla de la impunidad, para que no les caiga la bosta sobre sus cabezas y reputaciones, o les toque con la menor intensidad posible.

Que unos claros imputados entren y salgan en un mes de las cárcel para ver ¨qué pasará después¨, un después con olor a eternidad que aquí sabemos demasiado bien lo que significa. Que sobre este asunto el presidente de los dominicanos mantenga la postura de los famosos monos chinos que no ven, no oyen o no hablan porque hay altos funcionarios implicados de su partido y cercanos a su persona.

Que se deje, como tantas otras veces, al tiempo la tarea de diluir en lo posible el impacto de lo ocurrido, distrayendo a la gente con otros sucesos como la OMSA (¿por cierto, en qué está el feo asunto del crimen del abogado y de las compras millonarias?) o lo nuevo de Los Tres Brazos, son acciones para enervar y a la vez desmoralizar a las personas decentes, que constituimos la inmensa mayoría.

El daño que  Odebrecht le ha hecho al país es tan inmenso que ni nosotros mismos sabemos su alcance, y va más allá de una multa pagada a pedazos y muchas promesas de transparencia, aunque estas puedan ser verdaderas.

Si por mí fuera, hubiera expulsado a Odebrecht y a sus funcionarios implicados del país, con la orden expresa de no poder entrar jamás en nuestra República. Además derribaría su sede central, cubriría el solar con dos metros de sal para que en ese pedazo no creciera nada y pondría un cartel que dijera ¨Aquí tuvo lugar uno de los oprobios más vergonzosos de nuestro país. Prometemos que no volverá a suceder¨.

Para los culpables de aquí, les condenaría a trabajos forzados a perpetuidad, a pan y agua, con una bola de hierro atada  a los tobillos como en las historietas cómicas de los paquitos de antes. Ya les dije al principio que por la edad me he vuelto bastante incrédulo, y por los desengaños que la misma conlleva, tengo ideas  más radicales, pero que de seguro resultarían útiles en estos tiempos de tanto celular y modernidad.

Y eso que el primer impulso fue comprar un par de troncos y una soga con el nudo corredizo ya hecho. Adivinen para qué.