La fotografía que circula por las redes se explica sola. Cuatro hombres sentados juegan al dominó con sus pies sumergidos en las aguas contaminadas que inundan la ciudad. No tienen mascarillas, ni tampoco la llevan esos tres hombres que observan la partida. Se entretienen con el popular juego de tablero de origen chino (allí se conoce desde 1232 sic) que hoy es pasatiempo predilecto del dominicano (no de las dominicanas). Un entretenimiento identitario; hábito imprescindible para millones de hombres que disfrutan contando puntitos negros y golpeteando las fichas en el tablero.
Jugando “botan el golpe”, el golpe de la jornada, de las cuitas familiares, de angustias económicas y, como cualquier pasatiempo de adultos, alivian desencantos personales con las victorias del tablero. Refuerzan lazos de amistad y entusiasman al vecindario. Este juego es rutina imprescindible para muchos compatriotas. Es un sedante barato y reconfortante.
Indiferentes a la contaminación de las aguas pútridas en que sumergen sus extremidades inferiores, ignorando el Covid-19, y ajenos a la crisis económica y al desempleo amenazante, este cuarteto de jugadores no pudo prescindir de esa costumbre lúdica que tiene visos de adicción. Los entiendo y los envidio. ¿Quién pudiera olvidarse por un momento de las convulsiones de este mundo, la infección que asecha, la quiebra, el sufrimiento familiar? ¿Quién pudiera, colocando fichas y trancando con el doble seis, borrar este perturbador momento de la humanidad?
Adquirimos hábitos irrenunciables, costumbres del “homo sapiens” desde hace setenta mil años. Rituales que facilitan las tareas del diario vivir y traen sosiego a nuestras tensiones psicológicas. Donde no hay rutina hay desorganización, ansiedad y poco rendimiento. Apegados a esas usanzas, andamos mejor por el mundo. Por eso, cuando algo o alguien las interrumpe y nos descoloca, comenzamos a irritarnos y a sentirnos agresivos. De ahí que siempre queramos volver al ritmo cotidiano, a lo que hacíamos antes de la interrupción.
Hoy, la pandemia, las medidas sanitarias, el confinamiento, la cuarentena, la distancia física, el desempleo, la crisis económica y el fenómeno atmosférico a que fuimos sometidos, han pulverizado drásticamente parte de nuestras costumbres. Quizás cien años atrás, el ser humano sufrió una dislocación similar en su existencia.
Aquí, a ese descarrilamiento debemos agregar la incertidumbre política ante un nuevo gobierno. No es exagerado afirmar que la población actual se encuentra en grados extremos de tensión y desasosiego, susceptible a cualquier explosión social. Si no, véanse el surgimiento de las tensiones raciales que en la actualidad enfrentan Estados Unidos, y la crisis política que atraviesan España, Brasil, y otros países.
Humanos al fin, nuestra susceptibilidad irá en aumento y acumularemos agresión. Este fenómeno psicológico es inescapable y debe tenerse bien presente, no solo por las nuevas autoridades, sino también por las salientes. La ira y la frustración generadas pueden descargarse sobre ellos. A los que se van por lo que hicieron, y a los que llegan por lo que pudieran no hacer.
Entonces, en las actuales circunstancias, acogerse al dominó parece ser un calmante necesario. Alivia la desesperación y reduce la agresión. Esa fotografía que circula por las redes testifica la apremiante necesidad de retomar a la rutina sin importar enfermedad o muerte. Esos cuatros personajes que juegan sumergidos en aguas sucias, sin mascarillas ni distanciamiento físico, dicen desesperadamente: “Que lo quiten todo, menos el dominó.”