Hablar de los tributos no es en modo alguno fácil, pero para muchas personas los es. Bertrand Russell decía que junto a la religión y la política es de los temas de los que las personas hablan de hechos no demostrados, en el que los académicos más rigurosos con sus demostraciones científicas y que todo lo sustentaban en el dato comprobado, suelen proponer hipótesis desconcertantes, con escasas evidencias que confirmen las realidades que argumentan.

En el campo de los impuestos el experto es un producto natural. A nadie se le pregunta sobre sus estudios para hablar de las virtudes de un equipo de beisbol, para hablar de los impuestos tampoco. Ni se cuestionan sus escasos antecedentes en el tema de las finanzas públicas o la gestión de los tributos para nombrarlo Director General de un órgano de la Administración tributaria, lo que quizás no es necesario. Se puede razonar que el Director General es un responsable político cuyo aval técnico puede ser escaso.  Un Director General sólo debe dejar trabajar con aquellos que saben y rodearse de personas que tengan competencia técnica a los fines lograr resultados, que no deben reducirse sólo al burdo objetivo de recaudar explotando los negocios pequeños o de escaso cobijo político o económico, o cerrando negocios sin base legal hasta que quiebren o se rindan pagando una obligación que tal vez no existía.

En todos estos años uno escucha declaraciones de recaudadores que definen políticas tributarias por encima del Ministerio de Hacienda. Unos que hablan de su curva de aprendizaje porque llegaron al cargo sabiendo poco de lo que se ha puesto en sus manos, otros predicaron sobre un modelo tributario de acuerdo con el esnob de un estudio inglés. Cuando se trata de la efectividad de recaudar por medio del terror se puede escuchar a uno de los jefes putativos de uno de los órganos de la Administración tributaria. Se le escucha decir que para recaudar el miedo debe ser vitalicio y el recaudador inamovible, creo que tomando todas las previsiones médicas para que no se nos muera mientras ejecuta la hazaña de recaudar por el terror, considerando necesario pagarle todos los seguros médicos que existan en el universo con el objeto de que un hombre con tal virtud no colapse en uno de los rebatos de arrogancia que suele dar el poder.

A nadie se le refuta con argumentos fundamentados cuando de los impuestos tiene una opinión, se le refuta creando prejuicios en gente que no hace el esfuerzo para examinar los supuestos que sobre alguien arguyen o se le oponen a un argumento todas las razones ideológicas. En un concierto de mediocres adoptan políticas para evitar los tonos distintos en la amalgama de opiniones en los temas tributario. John K. Galbraith, en su libro «La Cultura de la Satisfacción», decía que en una empresa eso se denominaría política empresarial y que en las organizaciones públicas se denomina política oficial o departamental, o según mi opinión, se puede llamar política de lealtad o de complicidad, cuya ejecución se inicia botando trescientas personas y acusándolas a todas, sin excluir a las personas honradas ni hacer diferencia alguna, de ladrones y corruptos. La política tiene como principal objeto abolir las discrepancias.

En el libro citado, Galbraith decía: «En consecuencia, el hombre o la mujer que, aunque con razón, pongan en entredicho la política oficial está atacando una de la condición básica del éxito organizado. Esa condición es aceptar el objetivo común y ponerse al servicio; ser, según la terminología común un buen jugador de equipo.  Galbraith citaba a Tolstoi, y decía: «Pocas cosas son tan agradables comentaba Tolstoi, como someter la propia individualidad al regimiento. Hay pocas cosas tan desalentadoras, dolorosas incluso como la actividad mental y la expresión o la acción que perjudica las propias relaciones sociales y laborales, y nada hay más perjudicial para las perspectivas de sueldo y promoción. “Puede ser un tipo muy brillante, pero no coopera”.»

Galbraith decía más, «Forma parte de la vanidad humana el que esfuerzo mental proporcione una satisfacción intrínseca. Esto es cierto para algunos, sin duda; para la mayoría, el esfuerzo mental es algo que resulta excepcionalmente agradable eludir. De esto se deriva el carácter de toda organización. Los que sirven tienen un fuerte compromiso de lealtad a la creencia oficial y por tanto a la actuación oficial. Esto beneficia normalmente a los que someten el pensamiento independiente a la política de la organización. Este sometimiento colabora, a su vez, a la aceptación personal y la armonía social y es fundamental para la cultura de la satisfacción y potente condicionante de ella.

En esto predios se escucha a neoliberales pidiendo más impuestos para eliminar el déficit, cosa rara. Antes hablaban de que había muchos impuestos y un gobierno grande, pero no hablan ya de eso, ni de reducir el gasto público, porque de ahí sale la buena paga de sus argumentos. Han sido bien pagado por todos los gobiernos a parte de su redituable influencia colateral o su ejercicio recopilando datos del sector público y haciendo estadísticas para consultas y proyectos que se colocan en el mercado de las ideas bien informadas. Siempre tienen unos sus alfiles en posiciones claves de las instituciones públicas. Los neoliberales no se ensucian en una función pública y no es parte de su credo trabajar en el Estado, pero algunos su permanencia en el sector público ha sido tal que sería justo darle una medalla al mérito por sus inefables aportes a la Administración pública y jubilarlo para que no salgan tan caro.

La antinomia de teóricos liberales y recaudadores de impuestos ven en uno un problema cuando escribe. Hacen su buena tarea buscándonos en tax solutions y en todo el sistema de la DGII. Su gran faena es buscar en el sistema lo que no tengo, cuando no se dedican a darme la fama de que soy difícil, que es absolutamente justa, con otros agregados que no lo son. En los justo corroboran mis peores enemigos, mis amigos, cuando son parte de las lealtades que ellos profesan. Soy de tal modo difícil que he trabajado con los directores generales del impuesto sobre la renta y los generales de impuestos internos hasta Guarocuya Felix, que cortó mi 31 años trabajando en la administración pública, también trabajé con directores generales de la Dirección General de Aduanas, y con varios ministros de hacienda, algunos con grandes diferencias, pero nunca hubo en ellos la saña con el débil que hoy se profesa ni la mediocridad arrogante que hoy se cultiva en la gestión de los tributos internos, que llega a brindar con tragos por que se cumpla el deseo de la muerte mía.

Si supiera de otra cosa no hablara de impuesto, mi gran tema sería las cartas de amor, ese género epistolar que mató el email. Así como en los impuestos, en un tema como el amor hay millones de expertos y si uno se cree tal no afecta a nadie, pero cuando se trata de los impuestos en concreto, sobre todo cuando se trata del mejor de todos, el que paga el otro, las consecuencias pueden ser terribles. Por eso no me gusta escribir de ese tema, pero estoy condenado, pues lo único de lo que creo saber y no dejo de aprender.