No sé muchas cosas, las que sé las aprendo cuando leo, cuando miro una película o un documental
y cuando escucho a quienes sufren las mayores vejaciones. Las mujeres, en general, y las dominicanas, en particular, dan cuenta de ese sufrimiento.

Se trata de mujeres que trabajan día a día y que no figuran en los textos de enseñanza primaria y secundaria, a quienes a penas se analiza en los estudios universitarios y son sólo mencionadas en los informes estadísticos de los organismos internacionales para narrar sus miserias y enristrárselas al mundo para recordarnos los indices de pobreza.

Me refiero a las mujeres que en los anales de la historia no tienen nombres ni apellidos rimbombantes. Las madres solteras, las jóvenes desempleadas, las migrantes, las convictas en las cárceles oscuras o "blacksites", las estudiantes de colegios comunitarios detenidas en redadas policiales en los aeropuertos y en las universidades de Nueva York para verificar su derecho a vivir en naciones-estados opresores que para acumular riquezas para un grupito de sátrapas y sus proles, las explotan y las expatrían.

Me dirijo a las mujeres que transitan entre los muros de miseria de las ciudades satélites, entre las fronteras otrora derribadas y ahora construidas, entre los túneles subterráneos que disfrazan las fronteras.

Lo que viven ahora las mujeres es el resultado directo de la transición de la era industrial o moderna a la post-industrial o post-moderna. La modernidad es la transferencia al Estado de los úteros de las mujeres para producir fuerza de trabajo. En la necesidad de ampliar la cantidad de mano de obra, el Estado incitó a las mujeres a parir un gran número de hijos y las empujó a las fábricas.

Con la entrada de las mujeres al mundo laboral se abrió el espacio privado a la esfera social y las mujeres de la clase media perdieron el control de lo doméstico.

El propósito del capitalismo es controlar la reproducción de la especie para que, al parir, las mujeres fabriquen manos y cerebros para trabajar al servicio del statu quo.

Con las guerras modernas se creó el Estado totalitario que dirige, controla y regula esas manos, esos cerebros. La novela de George Orwell "1984″, que se ha vuelto viral en esta era post-moderna, da cuenta de esa realidad.

Si observamos con detenimiento nuestro tiempo, en esencia lo que ha cambiado es el tipo de tecnología, no la ideología del capital.

El Estado post moderno crea manos y cerebros artificiales para trabajar las nuevas tecnologías y también crea úteros artificiales para fabricar seres con la fisonomía "adecuada" al nuevo estadio de cosas, descartando así la utilidad de las humanas que nacieron en el antiguo modelo, sobre la base de que no son útiles en el sistema de producción del capital de la era robótica.

He aquí donde el control de la violencia por el Estado juega un papel brutal. Las mujeres, en su rol de madres, trabajadoras, domésticas, empleadas, desocupadas, administradoras de la cosa pública y de los espacios privados no resultan útiles en el nuevo orden. Si antes las mujeres recibieron cierta protección social para servir a la conformación y consolidación del capital moderno, ahora no sólo no son protegidas, sino que son maltratadas, como lo somos todos los humanos, ya que no somos útiles a los intereses de la clase dominante del nuevo orden.

Situaciones factuales nos enseñan que no podemos dejar en manos del Estado la administración y el control del espacio privado.

En su control de la violencia legal, el Estado crea leyes para incriminar al agresor, algunos centros de capacitación y pocas casas de acogida para las víctimas. Estos mecanismos, además de escasos, carecen de los recursos necesarios para paliar los efectos perversos de la violencia contra la mujer.

Para erradicar los elementos violentos heredados de nuestros ancestros en la victimización de las mujeres se hace necesario un cambio cultural, una nueva voz con un lenguaje claro y preciso que diga Basta Ya!