Virgilio Eugenio, el pasado noviembre no te escribí por tu cumpleaños, en cambio, hoy me apetece dejarte una nota. ¿Dónde te llegará? Lo ignoro, de todos modos, quiero escribirte.
Se aproxima el día 12 de enero, fecha que dejó profundas huellas en nuestros corazones y donde estés, junto a tus compañeros Bienvenido, Amaury y Ulises, quiero decirte que les recordamos, cada año, como aquel trágico principio del 1972.
Cómo olvidar que igual a las fieras en acecho, los uniformados rodearon la zona; de años posteriores, conocer las vivencias de algunos lugareños; el episodio que ocasionalmente contaba Doña Esperanza, la vecina próxima a la casona que alguna vez estuvo habitada –en aquella ocasión por ustedes- quien aquel día despertó sobresaltada, porque los ruidos próximos a su casita no eran usuales. Estaba acostumbrada al trino de las aves, además del silbido del aire desplazándose entre las ramas de los árboles.
Despuntaba la mañana del 12 de enero. Con los destellos del alba, la buena mujer despertó por sonidos semejantes a los que escuchara en abril del ’65. Inquieta y curiosa, decidió echar una ojeada por la hendija próxima a su cabecera. Esa bendita tabla rota, “a remendar cuando recibiera la próxima remesa de sus hijos” – pendiente a atender, luego
de resolver necesidades prioritarias- quienes partieron a “Nueva Yol”, para buscar mejor vida”. Así explicaba a sus vecinas.
“Santa Bárbara Bendita” –exclamó ante lo que sus ojos vieron- ¿qué son esos? ¡No llegaron los Reyes Magos! Sus juguetes no son tan grandes; los tanques no tan altos; sobre el suelo, los soldados llevan armas largas… Dios, ¿qué está pasando?” – exclamó confusa, acobardada.
Remedios, su nieta -hasta tanto sus padres estuvieran en “lo paise”- vivía con ella. Ante la persistencia de los interminables estruendos, ¡ra ta ta ta tá, uíu, uíu, ra ta tá!…., parecidos a los que antaño escuchara, decidió despertarla. “Remedios, hija, algo grande está pasando; escucho ecos de metrallas, ¡no de pistolitas de mixtos!, muchos uniformados en el entorno, algunos con unos gorros muy adornados, que no reconozco. Levántate y vamos a refugiarnos debajo de la mesa, ya comeremos. ¡Dios mío, que está pasando; parecería que están cazando! Pero no, por aquí no hay chivos, tampoco gallinas o conejos. Remedio, tate tranquila, después nos enteramo”.
Virgilio, ante su miedo, doña Esperanza decidió no encender su radio. Ya en horas de la tarde, surgió el silencio. Con cautela, sintonizó la emisora que mil veces le informaba todo cuanto quería saber. El locutor decía “¡que habían caído!”; otra voz, un tanto prepotente y mal educá, vociferó: “Coño, la fiesta terminó, cayó”…. Shhhhh shhhh, plup. Se cortó la energía. ¡Carajo, se fue la lú!
Sabia y entristecida, comentó a Remedios: “hija, quizás lo que ellos llamaron fiesta, era la cacería contra los vecinos, contra los muchachos de la casona alguna vez ocupada por gente que no ha molestado nunca, gente buena. Mañana, con Mercedes, quien sabe todo lo del barrio, nos informaremo”. Remedio, ´concluyó diciendo – oye lo que te digo, esos no eran los Reyes Magos, esos eran otros”.
Hermano, doña Esperanza tenía razón, ¡esos no eran los Reyes Magos!, eran los otros, los caza hombres revolucionarios, los mercenarios, los cazadores de quienes posean ideas libertarias.
Concluyó el 12 de enero con un saldo de persecuciones, sangre, muerte y dolor. Y ¡no quiero recordarte como desfiguraron tu rostro y cobardemente se ensañaron con tu indefenso y gélido cuerpo! Quiero evocarte feliz, junto a Milagros, tu compañera elegida para formar familia, porque de no hacerlo así, las musas se espantarían, las estrellas soslayarían su resplandecer nocturno; y ¿qué decir de las hadas, dejarían de vivir en las ilusiones infantiles?
Virgilio, con tu muerte y la de tus compañeros, los verdugos jamás imaginaron, que al extinguirles físicamente, les abrían las puertas donde yacen los hombres de la Patria, a la Nación de los Inmortales. Hermano, Amaury, Ulises, Bienvenido, “Comandos”, ¡hasta siempre; “Palmeros”, hasta luego…!