“Entendemos el futuro entendiendo el pasado. El futuro es oscuro, nadie sabe qué va a pasar, pero podemos ver los patrones y lo que ocurrió en el pasado. Nunca profetizo sobre lo que va a ocurrir sino sobre lo que es posible que suceda. La profecía no es más que un análisis.” – Rebecca Solnit

¿Qué fue la pianola?

En su primera obra, Piano Player, el novelista estadounidense Kurt Vonnegut describió un entonces futuro cercano en el que los humanos han sido sustituidos por máquinas en el trabajo. Irónicamente, el autor utilizó la pianola del título, un artefacto musical de reproducción mecánica en acelerada extinción en ese momento, como metáfora de una sociedad del futuro dirigida por máquinas en vez de personas, una distopía de la automatización.

La ficticia amenaza de la pianola a la profesión de pianista es una caricatura que ilustra el fenómeno del temor al avance de la tecnología. Ya era evidente entonces, en 1952, que la pianola jamás desplazaría al músico profesional de su trabajo, como es evidente hoy que los humanos no seremos desplazados ni dominados por la Inteligencia Artificial.

Casi siete décadas después, seguimos aterrorizados por la distopía de la automatización. Sin embargo, tampoco Spotify ha eliminado la necesidad de creadores de música de carne y hueso, sino todo lo contrario, al tiempo que en poco más de una década ha creado miles de empleos directos y muchos más indirectos, y tiene casi 250 millones de entusiastas suscriptores de su servicio digital de música por demanda en todo el mundo. La facturación de la empresa sueca en 2018 fue de casi 6,000,000,000 millones de dólares estadounidenses. Con respecto al trabajo humano y la creación de riqueza, la tecnología es una fuerza netamente creadora, no destructora.

Por otro lado, pocas personas observaron cómo, al mismo tiempo que aumentaba el temor por la pérdida de empleos por los avances tecnológicos a mediados del siglo pasado, la incipiente automatización creaba la demanda de nuevas profesiones y oficios. Según Wikipedia, “la lingüística computacional surgió en los EE. UU. en los años 1950 como un esfuerzo para obtener computadoras capaces de traducir textos automáticamente de lenguas extranjeras al inglés, particularmente de revistas científicas rusas. Surgió como resultado de las aseveraciones de Warren Weaver, quien veía en la traducción una forma de descifrado. Cuando la inteligencia artificial apareció en la década de los sesenta, la lingüística computacional se convirtió en una rama de la IA, tratando con el nivel de comprensión humano y la producción de los lenguajes naturales.”

La lingüística computacional ha evolucionado y hoy “especialistas en inteligencia artificial, big data y otras ramas de la ingeniería trabajan codo a codo con filólogos y traductores. Aportan competencias específicas que permiten manejar y transmitir a las máquinas aspectos del lenguaje complejos y difícilmente reproducibles en código de programación, como el entendimiento de una emoción o un contexto. Es decir, lo que permite identificar, por ejemplo, la diferencia entre un cumplido y una ofensa, entre una broma y un reproche. Cada vez más empresas e instituciones se dan cuenta de que necesitan incorporar a estos perfiles en sus equipos.” La lingüística computacional sigue creciendo vigorosamente, nos informa El País, pues “según un estudio impulsado por la Secretaría de Estado para el Avance Digital (SEAD) en 2018, tres de cada cuatro empresas dedicadas a las tecnologías del lenguaje en España habían contratado personal en los 12 meses anteriores.”

Ni hablar de las diferentes especialidades en el campo de la ciberseguridad creadas por la rápida penetración de las tecnologías de la información y la comunicación en todas las facetas de la vida, hoy seguridad informática es una gigantesca industria (650,000,000,000 de dólares hasta 2020) y de rápido crecimiento. Miles y miles de profesionales trabajan para velar por la confiabilidad y confidencialidad cibernética en diferentes sectores de la economía y el gobierno, porque la automatización conlleva nuevos riesgos, aunque la pérdida de puestos de trabajo no es uno de sus inminentes peligros.

Al respecto, ¿quién sabe qué es un empatólogo?

El empatólogo es un profesional que todavía no existe, pero que se considera necesario, según apunta Esat Dedezade en un reciente artículo publicado por Microsoft. El trabajo del empatólogo sería “enseñar empatía a la inteligencia artificial”, materia que hasta la fecha las máquinas inteligentes no han sido capaces de aprobar. Para que la IA siga relevándonos de cada vez más tareas (sin temor, que siempre tendremos que seguir enseñando algo nuevo a las máquinas), tenemos que desarrollar su inteligencia emocional. De seguro que esta misión requerirá de un nutrido ejército de profesionales dedicados, porque se ha comprobado que las emociones no les son naturales a los autómatas.

Nadie sabe lo que va a pasar con la automatización que hace posible la IA. Sí sabemos que en cada etapa del avance tecnológico desde el invento de la rueda hace cerca de 6000 años, ninguna herramienta (tecnología) ha hecho redundante ni obsoleto el trabajo humano. Con la IA gana la humanidad en su conjunto, pero debemos velar por no dejar atrás a individuos o grupos aferrados ilógicamente al pasado, atemorizados por la incertidumbre del futuro.

La tecnología potencia nuevos trabajos y grandes obras, y el desarrollo de la Inteligencia Artificial sigue creando enormes oportunidades de empleo en nuevos sectores de la economía, algunos que incluso suenan fantasiosos como la empatología.

¿Sonaba la lingüística computacional (o la ciberseguridad) menos fantasiosa en 1952 que la empatología hoy?