Como en ocasiones anteriores he expresado, “le hemos fallado a los padres de la patria y a todos nuestros héroes independentistas que concibieron la idea de una República libre y soberana, de carácter liberal y democrática, en la que nos rigiera un texto constitucional ubicado jerárquicamente por sobre todo el ordenamiento jurídico del país”.
Le hemos fallado, muchos por acción, pero la gran mayoría por omisión; y es que en los anales de nuestra historia republicana, son muchas las ocasiones en que nuestra Carta Magna ha sido sometida a procesos de modificación con la intención expresa [o solapada en algunas ocasiones] de permitir la reelección del Presidente de turno. Sin embargo, gran parte de nuestra colectividad ha sido indolente ante el accionar, muchas veces artificioso y plagado de maniobras, que aunque jurídicas, no necesariamente legítimas.
La Constitución de la República, que es la Ley fundamental de todo Estado, que es la que determina la forma de gobierno que le regirá en su vida política, social y jurídica, que representa la esencia para la armonía social y para el desarrollo de los Estados; ha estado siempre, bajo el acecho de sectores que buscan tergiversar la voluntad ciudadana por medio de mayorías congresuales fabricadas y valiéndose en muchas ocasiones de medios “non sanctos”, logrando imponer sus propósitos continuistas.
La reelección indefinida ha sido funesta para el desarrollo político, social y económico de la República Dominicana, las referencias están a la mano y sobran. Para mencionar sólo algunos perjuicios, no huelga afirmar que la reelección favorece la corrupción y la impunidad, pues en períodos de gobierno consecutivos, los hechos corruptos caen en el olvido; se establece una especie de relación mercantil entre el poder económico y el político; el gobernante es “caudillizado” por sus acólitos y cortesanos que lo ensalzan constantemente buscando privilegios; y, obstaculiza el relevo generacional y surgimiento de nuevos liderazgos; entre otros muchos detrimentos para la vida en un Estado social y democrático de Derecho.
La Constitución Dominicana ha sido sometida a reformas en 39 ocasiones y sólo en 6 de ellas se ha procedido mediante un Congreso Constituyente que a decir de muchos entendidos, es la mejor manera de participación para el pueblo, en la conformación de su Carta Sustantiva, porque este elige a quienes le representarán en la redacción de aquella y no podrán interferir con el mandato dado; además, porque es obligatoria su promulgación, pues emana del soberano. Desde la primera de tales reformas, comenzaron a aflorar las intenciones reeleccionistas cuando el 23 de febrero de 1854, por convocatoria del presidente Pedro Santana se extiende el período presidencial a seis años. Pero más calamitoso aún, es el hecho de que en la primera Constitución del naciente Estado Dominicano se comenzó a desconocer en su texto, sus propias disposiciones de supremacía complaciendo las exigencias de aquel Caudillo de establecer el funesto Artículo 21O que le otorgaba poderes extraordinarios.
En la mayoría de las reformas que ha sufrido la Constitución ha estado presente como móvil principal, la reelección presidencial, sea a favor o en contra, o bien sea para otorgar mayores poderes al gobernante de turno. En la reforma del 2O1O el presidente de turno el Dr. Leonel Fernández no propuso la reelección presidencial, aunque si fue suprimida la imposibilidad que había establecido la reforma del 2OO2 del “nunca jamás” permitiendo, en un lapso intermedio de 4 años, una nueva postulación.
En la actualidad, se escuchan voces que propugnan por una reforma constitucional con el sólo propósito de una reelección del Presidente Danilo Medina, voces de seguidores que parecen olvidar tiburones podridos; que parecen ignorar juramentos del mandatario; que no recuerdan las afirmaciones de su líder en el sentido tirar al zafacón los escrúpulos producto de los aprestos reeleccionistas; en fin, que a nuestro entender tales cortesanos buscan convencer al presidente de lanzarse al ruedo reeleccionista, desdiciéndose y haciendo caso omiso a su propia prédica de no intentarlo, lo que no creo que haga, pues sabe que el pueblo está atento a su accionar en ese sentido.
De manera que, mi indocta sapiencia, entiende [como lo he expresado en otros artículos] que el Presidente de la República no se aventurará a una segunda reelección, máxime, siendo sabedor de la prohibición constitucional; consciente de no contar con los votos necesarios en el Congreso y de la ojeriza que causaría obtenerlos de buenas a primeras; conocedor del 71.4 % en contra que las encuestas dan a la reforma constitucional para la reelección; pero peor aún, documentado sobre el seguro juicio de la ciudadanía, si le faltara a su palabra empeñada.
Dejemos la cifra de las reformas constitucionales donde se encuentra, que no aumente para hacer posible una reelección que el propio mandatario ha catalogado de nefasta, no lleguemos a la 4O.