“El avance de la democracia se medirá por la conquista de los espacios
que hasta ahora están ocupados por los centros de poder no democráticos”
Norberto Bobbio
Después del acostumbrado chequeo acerca de lo que se escribía en el país hace cuatro años no queda otra que comprobar que de aprendizaje nada y que solo habría que cambiarle la fecha a muchos de los artículos publicados para encontrar alguna diferencia. Frente a esa realidad tampoco es posible esperar cambios de conducta: los temas siguen siendo siempre los mismos, desde los gobiernos la reelección, desde la oposición la urgencia de la unidad. Los resultados hacen innecesarios mayores comentarios.
Por supuesto que para septiembre de 2014 se podían leer esos consejos arrogantes tan propios de la falta de intuición política: “a Medina no le conviene promover un cambio constitucional porque perdería parte de la base de su encanto en la población…”. Nosotros en esta columna discutíamos la tesis del “partido único”.
De vuelta al presente hasta la repetición perpetua de las viejas monsergas son útiles y definitivamente se está haciendo evidente que las estrategias hasta ahora utilizadas conducen a derrotas anunciadas. Mientras observamos a los casi atormentados, “impotentes” dice Almeida, estrategas reinventar los mismos cuentos, reafirmamos la necesidad de “un proyecto pues se ha perdido la visión de “hacia donde deben ir nuestros países”. Todas nuestras acciones las grandes y las pequeñas deben tener como objetivo la construcción de confianzas y la decisión de caminar con la mayoría de la gente en la dirección del cambio obligatorio.”
Eso significa hacer una lectura de una ecuación traída a la discusión y que nos puede ayudar, se trata del 62%/35%. Antes de entrar al tema quiero dejar establecido que creo que no es bueno entrarle a ciertos candidatos con experiencia que están en las filas de la oposición. Acusarlos por su falta de carisma o por el “…sectarismo, la prepotencia de quienes se consideran mejor posicionados y las ambiciones individuales…” dejaría fuera de competencia a Guillermo Moreno y a Luis Abinader los únicos “candidatos” a los que se les pueden colgar tales adjetivos, pues son los únicos candidatos y sería el cuarto intento del primero, y el tercero del candidato único y “genio concertador”.
Todo ejercicio por patético que parezca se debe hacer sabiendo que no es posible importar “políticos suizos”. Quienes conduzcan a la democracia dominicana serán los que andan dando vueltas, no hay otros y no intenten inventar, porque los que ya leímos “Por un Gobierno de Transición Democrática y Nuevo Modelo de Desarrollo Económico-social” y que sabemos quien lo escribió, nos pusimos a estudiar a Jimmy Morales, Martinelli, Funes y otros y sospechamos que tales aventuras pueden ser medicinas peores que la enfermedad, lo primero que van a conseguir es politizar organizaciones sociales y empresariales y retrasar avances políticos puesto que no hay mejor señal de que la transición comienza que el protagonismo de los partidos democráticos. Pero se debe reconocer que tras décadas de concertación estos esfuerzos, no exentos de “…sectarismo, la prepotencia de quienes se consideran mejor posicionados y las ambiciones individuales…” sumaran una línea a la larga lista de imprudencias que murieron sin conseguir absolutamente nada. Mientras alguien logra la unidad de las innumerables iniciativas para conseguir la más amplia unidad, creo que lo que más ayuda es la reflexión sobre la construcción democrática y acerca de la transición que anuncian los que han vivido de no concluirla. Y ahora vamos por la ecuación.
Si algo expresa con claridad el 62/35 es que estamos frente a un sistema electoral que no favorece la competencia electoral y con un claro intento de mantener un bipartidismo hegemónico (nunca partido único). El análisis se hace mejor ignorando el 3% que falta pues no solo resulta irrelevante, sino que es la primera consecuencia de la falta de competencia que la ley 33-18 acordada por el PLD(D) y el PRD(M) se asegura de mantener. Entonces ¿cuál debe ser la lectura?
En primer lugar se muestra casi con brutalidad que el 35 menor que el 62 lo es por razones totalmente ajenas a la falta de unidad de la oposición. Tampoco nada indica todavía que electoralmente quienes no están en el gobierno puedan tener mejor suerte apostando a legisladores y alcaldes. Se pueden revisar los resultados y recordar que la forma en que se eligen los senadores atenta contra la posibilidad de lograr mayores representantes en el poder legislativo. El hecho que la cosa esté difícil no significa que no deban intentarlo, pero en un país presidencialista (como toda América Latina) pero sin ninguna perfomance democrática, ignorar la candidatura presidencial solo conduce a malos candidatos.
Entonces, frente al 62/35 la condición para avanzar no es conseguir que suba el 35 y baje el 62, mucho menos viceversa. De lo que se trata es de que bajen los dos, el 62 y el 35, pues ésa es la única manera de que cualquier propuesta alternativa consiga alguna representación electoral, es decir mejores resultados.
Entonces, si no es el programa, sino el proyecto, ¿cómo podrá resolverse el tema? He recordado a la Concertación chilena (que les gusta tanto a los que saben poco de ella) y rescato de esa experiencia el hecho de que lo que habría que acordar son una serie de reformas políticas, condición para la democratización del país (reformas electorales, institucionales, constitucionales) y dejarse de creer que el país está lleno de estúpidos que esperan con ansias la “ley de la tarjeta solidaria”. Igualmente rescatable es que antes del programa se proceda a hacer el perfil del candidato o candidata “que pueda ganar” (ya se sabe los que van a perder) y dar paso entonces al acuerdo político-social.
Mientras no aparezca una “tercera fuerza” la historia electoral dice que los partidos del sistema seguirán manteniendo la obra más imperecedera de Balaguer: el sistema político. Esa cuestión quedó muy clara con los acuerdos para la aprobación de la ley de partidos, en los que el affaire del PRD(M) no fue solo abandonar los acuerdos tomados en el grupo de los 11, lo peor fue lo que aprobaron.
Conocedores de que en América latina existe una relación positiva entre la democracia y la existencia de una izquierda que aprendió a valorarla, resulta ineludible referirnos a la necesidad de ir también creando un “lenguaje” de la construcción democrática. Lo digo pensando en que llegó la hora de dejar atrás afirmaciones como “el Acuerdo de Santo Domingo, que ha sido la coalición más poderosa en la historia dominicana.” Pues la realidad es que de poderosa no tuvo nada, sabiendo como sabemos que no eligió ni un solo presidente y que cumplió rápidamente con el requisito que toda coalición debe cumplir para desaparecer: perder. Lo más que pasó en aquella coyuntura es que la izquierda siguió su aprendizaje de elegir con quien perder, sin ganar ella construyéndose. Igual se hace necesario asumir que en el 1996 Balaguer y el PLD (D y L) fueron quienes consiguieron pasar unas reformas que eliminaron para siempre a los amigos de la “flexibilización” y dejaron a la democracia pendiente. Si es tan frecuente oír aquello de que “no es posible la democracia sin demócratas”, también hay que empezar a cuidarse de frases que son un verdadero atentado: “Hay que devolverle al país la institucionalidad democrática” ¿cuál? ¿cuándo la hubo?. “Hay que restituir la independencia del Poder Judicial”. ¿El Poder judicial tuvo independencia alguna vez? ¿cuándo? ¿la que ejerció cuando la Sund Land?
De seguir por ese camino ya ni siquiera podremos decir que la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa. Los campeones del cambio consiguieron ser protagonistas de una historia que no se repite, pues es siempre una tragedia y siempre una farsa.