Las indignadas turbas han avanzado en sus propósitos de incendiar vehículos y saquear comercios en el vecino país de Haití. La situación ha sido caótica en los últimos días y las multitudes amotinadas protagonizan el escarceo sin obtemperar al llamado de paz que ha hecho el presidente bajo la promesa de que ha resuelto suspender el aumento de los precios de los combustibles como parte de una serie de reajustes fiscales recomendados por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Las huelgas, el saqueo, la destrucción de bienes y el desorden es lo que impera en Haití mientras las autoridades se muestran incapaces ante semejante estado de cosas.
La situación generada en aquella nación es una réplica de lo sucedido en otros países en épocas anteriores, donde el FMI impuso reajustes fiscales a cambio de prestar dinero a los países solicitantes. Venezuela fue un ejemplo de ello, cuando se sucedieron múltiples protestas conocidas hoy en la historia venezolana como “El Caracazo”. Parecida a la situación que acaece en Haití, en Venezuela hubo una cantidad indeterminada de muertos, saqueos de centros comerciales y hechos lamentables que hacían de la paz social una cuestión imposible. El motivo de los disturbios, al igual que en el país vecino, fue un conjunto de reformas fiscales que sugiriera el FMI al gobierno de Carlos Andrés Pérez; reformas que modificaban sobre todo el aspecto macroeconómico de la nación bolivariana y encarecían la vida de los ciudadanos.
República Dominicana no ha sido la excepción a las funestas recomendaciones del Fondo Monetario Internacional. Durante el gobierno del Dr. Salvador Jorge Blanco, el Estado Dominicano suscribió un préstamo con el Fondo bajo las condiciones de hacer reajustes fiscales que afectarían, forzosamente, a los más pobres. Consecuentemente las reacciones no se hicieron esperar, el pueblo se lanzó a las calles, la situación se tornó caótica y la cifra de muertos comenzó a ascender.
El gran problema, según el Premio Novel de Economía Joseph Stiglitz, es que el Fondo Monetario Internacional no hace ningún estudio económico en el país que pretende recomendarle reajustes fiscales, sino simplemente se limita a sugerir sus “recetas” en nombre de la necesidad del país empobrecido. Naturalmente, aquellas recomendaciones se constituyen en una condición obligatoria para que la institución ceda a prestarle dinero al país necesitado: Los presidentes muerden el anzuelo y comienzan las implosiones sociales.
Aquella es la realidad que vive Haití en estos momentos. No se trata de que la brujería ha dado al traste con la estabilidad y la paz social del país, sino que se trata de un pueblo empobrecido, víctima de los gobiernos que han devorado aquella nación y que ahora, tras una cadena de desgracias, se le pretende imponer una alza en los combustibles de más del 50% a sugerencia de una institución internacional que para nada le importa la suerte que corran los estados pobres y los pueblos vulnerables.