La eficiencia en la asignación de recursos en una economía de mercado requiere de la máxima movilidad social. Una sociedad estratificada en castas es en extremo ineficiente, como también lo fueron históricamente  las economías basadas en la esclavitud heredada; precisamente por eso tienden a desaparecer las sociedades estáticas, aunque mucho más lentamente de lo deseable.

Las barreras a la movilidad social que hoy subsisten enraizadas en la cultura son más sutiles que las de antaño- aunque no por eso menos nocivas- y por tanto difíciles de desmantelar. Cualquier limitación a la movilidad social es económicamente contraproducente y distorsionante; para fomentar la productividad y competitividad necesariamente hay que eliminar las barreras que dificultan la evolución de los individuos y fomentar oportunidades para todos desde temprano, sobre todo para los que vienen de abajo, los marginados que cargan un lastre histórico. No solo las leyes y las políticas públicas inciden en la apertura social, pues las actitudes y prejuicios de la ciudadanía impactan con igual o mayor fuerza.  Es relativamente fácil adecuar las leyes para permitir la movilidad social; más arduo es hacerlas cumplir.  Todavía más difícil es trazar y ejecutar políticas públicas para crear oportunidades que fomentan el ascenso social. Mucho más desafiante es eliminar las barreras culturales a la libre movilidad social. ¿Cómo transformar la mentalidad determinista encapsulada en el refrán criollo, “el que nació coco de piñonate no pasa”, y descubrir en cada individuo un impredecible potencial creando las oportunidades para su desarrollo a tiempo? Son siglos de bagaje heredado que pesan sobre nosotros sin que nos demos cuenta para poder remediar, y si no hacemos un esfuerzo consciente por cambiar, seguiremos preguntando a las nuevas generaciones de dónde vienen, en lugar de explorar adónde pueden llegar.

Es prácticamente un reflejo innato de los humanos ubicar a las personas por sus antecedentes. Con frecuencia preguntamos: ¿de quién eres hijo?, ¿dónde estudiaste? ¿de dónde vienes? Utilizamos rasgos fisionómicos, gestos y formas de hablar y hasta de vestir para encasillar a la gente en estereotipos que son limitantes de su crecimiento y movilidad social. Raras veces indagamos, ¿hacia dónde vas?, ¿cuáles son tus planes?, ¿qué visualizas para el porvenir?, con la intención de allanarle el camino hacia un mejor futuro, potenciando su máximo aporte, sobre todo a los que proceden de generaciones de marginación.

Una de las tareas más apremiantes de nuestros tiempos es formular estrategias para modificar nuestra tendencia a agenciar ventajas desleales para los nuestros en perjuicio del principio más eficiente de igualdad de oportunidades para todos. El nepotismo es una forma extrema de este fenómeno, e incluso es formalmente ilegal aunque sigue siendo muy común y tolerado. También hay favoritismo familiar en las empresas e instituciones privadas, siendo igualmente perjudicial aunque no prohibido por ley.

Las instituciones de educación privadas y los servicios privados de atención médica  son manifestaciones claras de nuestra fuerte propensión a dar gabela a nuestros familiares basados en nuestra posición y poder, para asegurar a ellos heredar la ventaja y legarla a los suyos. Evidentemente mientras mayor es la brecha entre la calidad de los servicios básicos que reciben los que pueden pagar y los condenados a los servicios financiados por el Estado, más ineficiente es la sociedad. La brecha es particularmente distorsionante y perjudicial para los individuos y la colectividad cuando se trata de servicios dirigidos a la primera infancia y la etapa formativa de la juventud, pues su impacto se multiplica exponencialmente a través de toda la vida. 

Más temprano que tarde tenemos que interiorizar que “no importa de dónde viene cada uno, sino adónde va”, asegurando  que, incluso por razones económicas, es esencial despejar el camino para que todos tengan las mismas oportunidades de desarrollar a plenitud su particular talento en provecho de la humanidad. A sabiendas de que es un duro desafío el prescindir de dar gabela a los nuestros, actitud prácticamente grabada en el ADN humano, tenemos que iniciar cuanto antes la tarea. No podemos ni debemos pretender garantizar igualdad de resultados para todos, pero sí podemos y debemos proveer igualdad en las oportunidades para todos y para el bien de todos. No es solo asunto de justicia social, sino que también es necesario para la eficiencia económica y el pleno desarrollo humano.