“Confiar en todos es insensato; pero no confiar en nadie es neurótica torpeza.” – Juvenal

La confianza, en su primera acepción del diccionario, “es la seguridad o esperanza firme que alguien tiene de otro(s) individuo(s).

Confiamos en una persona cuando sentimos razonable seguridad de que actuará correctamente, haciendo lo que se espera de ella, sin defraudar nuestras expectativas. Por muchísimas razones la persona que universalmente más confianza nos inspira es nuestra propia madre. Es una hipótesis razonable confiar en que si alguien no nos va a fallar- y mucho menos tirar ganchos- es nuestra madre. Premisa que repetidas veces se confirma en la experiencia desde que nos nutre y protege en la tierna infancia, aunque existen dolorosas y traumáticas excepciones que confirman la regla. Mucho más común- y por tanto, trágico- es no poder confiar en su propio padre.  La frecuente falta del padre pudiese ser un elemento traumatizante para muchos niños dominicanos, y origen de algunos de nuestros más pronunciados males sociales. Quizás el incumplimiento del padre explique la causa del síndrome del temor a caer en gancho de muchos dominicanos, desde mucho antes de tener contacto con otros incumplidores.

Generalmente la confianza se extiende paulatinamente sin mayores dificultades a los miembros de la familia nuclear, los demás parientes y muchas otras personas que comparten con nosotros el diario vivir en el vecindario y en la escuela. Y el círculo se sigue ensanchando prácticamente durante toda la vida, o por lo menos así debería ser. Pero no todos los individuos son dignos de nuestra confianza, como temprano o tarde descubriremos en el camino.

Desde la Antigüedad se entiende que la confianza es producto de la experiencia vivida, no de las promesas recibidas. En palabras de Aristóteles hace casi veinticuatro siglos: “Los discursos inspiran menos confianza que las acciones”. El cumplimiento valida la confianza. Y la confianza genera confianza como una espiral ascendente, siempre que no nos defrauden los hechos. Ni discursos ni promesas generan confianza, pues son las acciones las que inciden en su desarrollo. En palabras de Horacio, el  poeta romano: “Las muchas promesas disminuyen la confianza.” Cuando se generan altas expectativas que no se pueden cumplir, se socava el fundamento de la confianza. De hecho una sola promesa incumplida puede detonar una reacción en cadena, demoliendo todo el complejo articulado de relaciones entrelazadas basadas en la confianza mutua. Y reconstruir la confianza destruida es una tarea mucho más difícil que desarrollarla en primera instancia. Hay incluso quien hiperbólicamente afirma que la confianza, como la inocencia, solo se pierde una vez.

Si nos comportamos correctamente, cumpliendo con nuestros deberes y nuestra palabra,  también iremos ganando la confianza de los que nos rodean a medida que crecemos y maduramos. Pues, según el historiador romano, Tito Livio, “generalmente ganamos la confianza de aquéllos en quienes ponemos la nuestra”. La confianza siempre funciona mejor cuando es recíproca, a sabiendas de que la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.

El grado de confianza que tenemos unos en otros tiene enormes implicaciones para las relaciones e intercambios que caracterizan la vida en colectividad, y que o fomentan o entorpecen el desarrollo humano. Un buen ambiente de confianza es un bien social de inestimable valor.*

El trabajo en equipo requiere de una alta dosis de confianza entre los integrantes. El líder debe inspirar auténtica confianza en sus seguidores, al tiempo que poder confiar en ellos. La confianza es una poderosa fuerza, crucial para los grandes emprendimientos de toda índole, sobre todo en la democracia. Sirve de cemento social para aglutinar las voluntades de los integrantes de grupos que van desde la familia y la tribu hasta grandes estados-naciones y confederaciones, permitiendo emprender tareas imposibles para un individuo aislado. La confianza es al tejido social lo que la fe es a la religión.

Existe una correlación muy estrecha entre igualdad y confianza. “Cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza reina en ella”, escribió el historiador británico Tony Judt. Pero también es cierto que la confianza entre ciudadanos promueve la igualdad social. Es un auténtico círculo virtuoso.

Un alto grado de confianza recíproca de los ciudadanos es un elemento esencial para el desarrollo del espíritu asociativo que Alexis de Tocqueville identificó como característico del ethos estadounidense, y clave del  rápido ascenso de esa nación como poder mundial. Los individuos pasan a confiar no solo en otras personas, sino también en las nuevas entidades de variada naturaleza que surgen como resultado del fuerte espíritu asociativo basado en la confianza entre pares. Entonces las instituciones merecen la confianza de los ciudadanos.

Para poner un solo ejemplo, así funcionan los grandes mercados de valores en las capitales financieras. A esas bolsas concurren libremente ciudadanos de todos los rincones del mundo a invertir sus ahorros porque confían en el cumplimiento de reglas claras por todos los actores, lo que permite la capitalización de empresas globales que exceden a muchos estados soberanos en el monto de sus ingresos. Ocasionalmente se produce la ruptura de esa confianza en el eslabón más débil, como ocurrió con el escandaloso caso de Enron en 2001, provocando fuertes caídas en los valores de los títulos financieros (unos 60 mil millones de dólares en pocos días solo en Wall Street). La recuperación de la confianza es siempre lenta, y solo posible con enérgicas y calificadas acciones (no promesas).

Existe una correlación muy estrecha entre igualdad y confianza. “Cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza reina en ella”, escribió el historiador británico Tony Judt, pero también es cierto que la confianza entre ciudadanos promueve la igualdad social. Es un auténtico círculo virtuoso.

La confianza repetidas veces violada y ultrajada engendra desconfianza. El costo de la desconfianza en una sociedad como la nuestra es muy alto. En lugar de dedicar tiempo y esfuerzos a labores productivas, velamos constantemente por cubrir nuestras espaldas, cuidándonos de no caer en ganchos. Desconfiamos de nuestros competidores, pero también de nuestros socios. Los patronos sospechan de los empleados, y los dependientes de sus superiores. Recelamos de los que tienen mucho, por ser ladrones; y de los que tienen poco porque quizás nos quieran robar. Dudamos de nuestros gobernantes así como de los de la oposición. Muchas promesas y pocos resultados nos impulsan aceleradamente hacia la neurótica condición de desconfiar de todos. En este contexto viene al recuerdo, el título de la obra de ficción de Jean Shephard, “En Dios confiamos, todos los demás deben pagar al contado”, que recoge una expresión común en los tiempos de la Gran Depresión en Estados Unidos.

El cumplimiento del deber y de la palabra es el único antídoto contra el síndrome del temor a caer en gancho. Y eso significa que cada uno de nosotros debe cumplir a cabalidad con el papel que nos toca desempeñar sin esperar que el otro cumpla primero como condición de nuestro correcto proceder. A los líderes además  toca poner el ejemplo evitando propagar falsas ilusiones, sin posibilidades ni intenciones de cumplir. Y para no sucumbir en “neurótica torpeza” o paranoia, a todos nos incumbe aprender a distinguir entre quienes con el canto de sirena  de “no hay peligro en seguirme” nos llaman a confiar en ellos, y los que con firme voluntad  trillan el camino hacia el futuro, cumpliendo en cada etapa con su programa. Debemos premiar a los que cumplen con su deber, aumentando nuestra confianza. Y retirar nuestro apoyo a los que nos defraudan, destruyendo la preciada confianza. Confiamos que siguiendo este curso de acción, con el tiempo crecerá el contingente de los cumplidores, merecedores de nuestra confianza, para bien de todos.

*Desconocemos si existe alguna metodología de medición de la confianza como bien social en una comunidad. En EEUU tienen un “Índice de confianza del consumidor” (ICC) que desde 1967 mide el grado de optimismo económico de la población y sirve de base  a los actores económicos para planificar sus futuras actividades comerciales, pero solo en este sentido muy estricto. También existen índices de confianza empresarial en varios países. Recientemente hay ensayos de índices de confianza social en varios países, pero estos miden la confianza de los ciudadanos en diversas instituciones, no el nivel general de confianza en la sociedad.