Acostumbrada como me tiene, señor Danilo Medina, a su mudez desconcertante e insidiosa, esperé con ansias desmedidas sus palabras decisivas. Palabras que debían pulsar el botón de arranque para poner en movimiento a un país que se mantuvo inerme y expectante durante todo un mes. Inútilmente, por demás. Lo creo a usted un hombre cruel y desalmado al hacer frente a un alelado pueblo que esperaba que su innoble majestad se dignara dirigirle la palabra para encender la máquina social.
Al último sonido de su voz, dicho y hecho, salieron de sus guaridas todos los desaforados correligionarios ambiciosos de su digna posición de máximo gobernante. Entre éstos, los de su opositor acérrimo y antiguo canchanchán, salían con “rostros de sapos enriquecidos” por la costosa puerta de la Fundación Global, que dicho sea de paso, a todos nos pertenece. Con ánimo exultante expresaban su certeza del regreso a la unión de ése su bihemisférico PLD, con el deseo de seguir montados en el “caballo de los cuatro hijos de Aymón” cargados de lucro y ambición hasta el año de 2040
Por otro lado, del hemisferio que a usted le corresponde, los seis delfines que aspiran a su corona salieron en las primeras páginas de la prensa, cual esperanzados escogidos.
Pero en lo que duraba todo este teatro burlesco tragicómico, sólo una vez o dos como máximo, oí, y de boca suya por demás, las mágicas palabras principios y valores patrios. Y me pregunto yo si alguno de ustedes, con ambos líderes a la cabeza, habrá pensado alguna vez durante su época de gloria y de alabanzas hipócritas en el poder, en esas palabras sinónimas de amor a su pueblo, amor a su país, amor a la patria. O es que sencillamente olvidaron desde aquel día del triunfo, claro o no, en las urnas, que habían sido elegidos para guiarnos y gobernarnos con decencia, decoro, transparencia y devoción completa a nosotros, su pueblo anhelante de modelos dignos a imitar.
En días pasados, cuando vi en torno a su figura a un grupo expectante y rendido de todos aquellos empresarios, algunos amigos míos merecedores de todo mi respeto, debo admitir que me sorprendí sobremanera. Fue así porque desde mi cubículo silencioso de una vieja torre de Naco, me sentí impotente ante la realidad que tenía ante mis ojos. Cada día y de más en más, me convenzo de la genial elocuencia persuasiva de vocablo llamado “INTERÉS”. Movido ese sentimiento por más riqueza desmedida, sea ésta honesta u obtenida a base de todo tipo de triquiñuelas bien disimuladas. Me parece que muchos, no todos, de esos empresarios no tienen la necesidad de inclinarse rindiendo pleitesía ante ninguna autoridad de turno para la obtención de más poder. Ustedes ya tienen lo que necesitan, y además, algunos tienen un nombre digno que los avale. Sepan ustedes, amigos empresarios, que todos estos políticos de pacotilla que entraron a sus cargos descamisados, emulaban ser lo que ustedes son a base de trabajo y sacrificios. ¡Lamento que hayan dado ustedes el placer de su rendición!
Señor presidente, no le debemos nada. Todo lo contrario. Si ponemos sus cacareadas visitas sorpresas, su teleférico, sus tarjetas de solidaridad y todo lo material que ha provisto durante su mandato versus Odebrecht, Puta Catalina y demás sobornos, la balanza de una justicia verdadera se inclinaría con toda seguridad hacia la generosidad del pueblo de la República Dominicana de la que usted ha abusado y que son los dueños y señores de TODO lo que usted pretende regalar.
Yo le aseguro, señor Danilo Medina, que todos los dominicanos de bien estaremos velando por la escogencia de un gobierno digno, justo y capaz de regir los destinos de este país que así lo espera desde el tiranicidio de Rafael Trujillo.