Muchos de nuestros amigos hablan de la “conspiración” que existe en los medios sociales, de mayor penetración comunitaria, por su bloqueo sistemático a algunos tratamientos médicos contra el Covid-19, al ver cómo se censuran muchos reportes y comentarios bien estructurados sobre intervenciones médicas en la pandemia. No creo que sea para nada cierto, o al menos no creo que se trate de una asociación para conspirar contra nada ni nadie.

Lo que estamos viendo en este momento es una respuesta automática de medios, como YouTube y Facebook, a través de mecanismos digitales que usan “algoritmos de inteligencia artificial” orientadas a lograr respuestas comunitarias alineadas a sus criterios. Que no exista intervenciones humanas a menos que estén acorde a sus programas.

Esos algoritmos son “comprados” a empresas que se han dedicado históricamente a soportar gobiernos autoritarios, para censurar la disidencia. La ejecución de la censura le ofrece a los gobiernos y organismos internacionales un tremendo poder, que no están dispuestos a ceder. Lo han estado usando desde hace mucho tiempo, pero no lo habían aplicado con tal nivel de rigurosidad, en especial en el sector salud, al menos en los países occidentales, donde la ley de censura y las costumbres democráticas son capaces de destruir esos mismos gobiernos y organismos.

En síntesis, no existe tal conspiración de los organismos internacionales. Lo que existe en la confluencia de intereses protagónicos y económicos, no siempre legítimos ni éticos, con el temor a imponer políticas basadas en un liderazgo responsable y valiente.

Ese es el caso que estamos notando con la Ivermectina, que está prácticamente condenada a ser censurada, relegada y proscrita por algunos organismos nacionales e internacionales, que basan sus criterios en supuestos fundamentos técnicos; en una suerte de intervenciones apoyadas por sectores con tendencia social, supuestamente de avanzada, que influyen en la toma de decisiones políticas. Entienden que las iniciativas independientes y privadas deben ser ignoradas, y que solo se tiene que aplicar “la línea oficial”.  Dentro de esos grupos están muchos de los salubristas, epidemiólogos, e inclusive muchos de los investigadores formales. No se trata de un complot, es un estilo de vida que los lleva a despreciar cualquier disidencia.

El objetivo, a veces indirecto, es controlar la información para controlar “la verdad”; un proceso que, en ocasiones, es apoyado por “sectores progresistas” con tendencia social de izquierda, enclavados en los propios ministerios. Notamos, además, que algunos profesionales médicos clínicos están de acuerdo con este tipo de censura, sin darse cuenta que “están afilando cuchillo para su garganta”; y, también sin darse cuenta, están coligando con sectores mercantiles que buscan pingues beneficios durante la pandemia. Sectores poderosos sacando beneficios de la crisis.

Por otro lado, debemos comprender que el mundo de la investigación está haciendo “su agosto”, su mayor negocio de la historia, al apostar a nuevas formulaciones protegidas por patentes, en desmedro de las alternativas conocidas y redireccionadas. Sin embargo, estos genuinos héroes, los investigadores, no se dan cuenta de esa encerrona. No lo comprenden porque les venden una ilusión sobre su tradicional e injusta situación precaria, y se encuentran, además, en medio de esta crisis mundial con un sentimiento de protagonismo; ellos son “los que saben”; ellos son los que primero se oponen a valorar los reportes experimentales basados en la observación acumulada; y con ello pasan de la sombra al protagonismo.

No hay dudas de que ese protagonismo es muy merecido porque han sido profesionales muy preparados, con múltiples estudios, PHDs; pero olvidan que han sido siempre relegados por la sociedad que no les paga el valor que generan. Eran “los cerebritos” de las escuelas a los que siempre les hacían el bulling más ofensivo, y después que se preparan viven de lo que los gobiernos y las empresas les pueden “facilitar”. Se sienten bien de todas formas por la atención que ahora reciben.

Sin embargo, la parte más negativa de la ecuación ocurre cuando el liderazgo político cede ante esta presión de técnicos, y evita, por desconocimiento o temor, tomar las decisiones con sentido común y en procura del bien común. Se olvidan que las crisis tienen que ser manejadas por líderes, no por técnicos. Los técnicos tienen que ser asesores para recomendar acciones, de ninguna manera vinculantes por defecto, para que el gerente líder tome la decisión correcta, responsable y valiente, con todas las informaciones sobre la mesa.

Se nota a leguas que muchos países están delegando las decisiones en “los técnicos expertos” con una mínima o inexistente capacidad de gerenciar la crisis, aun con toda su capacidad disponible, PORQUE NO SON GERENTES, NO SABEN MANEJAR CRISIS. Por ello vemos con demasiada frecuencia decisiones que son “lógicamente irracionales”, como la de esperar a que terminen los estudios clínicos controlados, aun a sabiendas de que se van a demorar varios meses en completarse, publicarse y someterse a estricta revisión de pares.  Estudios que muchas veces son innecesarios en medio de una pandemia, como el caso del efecto de la Ivermectina, que desde el principio mostró múltiples resultados observacionales muy positivos, repetitivos en todas las áreas del mundo; … pero no ha merecido su atención, ni mucho menos su aprobación.

En síntesis, no existe tal conspiración de los organismos internacionales. Lo que existe en la confluencia de intereses protagónicos y económicos, no siempre legítimos ni éticos, con el temor a imponer políticas basadas en un liderazgo responsable y valiente.