A PRINCIPIOS de la década de 1950, publiqué un relato de mi amigo Miko Almaz. En ese momento, el nuevo Estado de Israel estaba en una situación desesperada, sus dirigentes no sabían cómo pagar por la comida del mes siguiente.

Alguien recordó que en una parte remota de África había una pequeña comunidad de judíos que eran dueños de todas las minas de diamantes y eran inmensamente ricos. El gobierno escogió al más eficiente recaudador de fondos y lo envió allí.

El hombre se dio cuenta de que el destino del Estado descansaba sobre sus hombros. Reunió a los judíos locales y les dio “El Discurso”. Era acerca de los pioneros que dejaron todo atrás para ir a Palestina y hacer florecer el desierto, sobre su trabajo agotador y sobre sus elevados ideales socialistas.

Cuando terminó, no había un ojo seco en la sala. De regreso a su hotel, él sabía que había dado el discurso de su vida.

Y, en efecto, a la mañana siguiente a una delegación de los judíos locales llamó a su puerta. “Sus palabras nos hicieron sentir que estamos llevando una vida indigna”, dijeron. “Una vida de lujo y explotación. Así que decidimos por unanimidad entregar las minas como regalo a nuestros trabajadores, dejar todo, y volver con ustedes a Israel para convertirnos en pioneros”.

DAVID BEN-GURION fue un verdadero sionista. Creía que un sionista era un judío que se iba a vivir en Eretz Israel. Incluso, un presidente de la Organización Sionista Mundial no era un sionista si vivía en Nueva York. Él se mantuvo firme en sus convicciones.

Cuando viajó a Estados Unidos por primera vez como primer ministro de Israel, sus asesores le preguntaron cuál sería su mensaje. “¡Voy a decirles que dejen todo y vengan para Israel!”, respondió.

Los asesores se estremecieron hasta la médula. “¡Pero Israel necesita su dinero!”,  exclamaron. “No podemos existir sin él!”.

A esto siguió una batalla de conciencias. Al final, Ben-Gurión fue vencido. Se fue a Estados Unidos, les dijo a los judíos que podían ser buenos sionistas si hicieran donaciones generosas a Israel y le dieran su apoyo político.

Después de ese episodio, Ben-Gurión nunca volvió a ser el mismo. Sus convicciones básicas habían sido destruidas.

Lo mismo ocurrió con el sionismo. Se convirtió en un lema cínico, para utilizar por cualquier persona que quisiera hacer avanzar su propio programa. Se convirtió principalmente en un instrumento de los dirigentes israelíes para someter a los judíos del mundo y movilizarlos a favor de sus objetivos nacionales, partidistas o personales.

Volviendo a la historia: no puede haber mayor catástrofe para la judería mundial que los judíos del mundo hagan las maletas y vengan a Israel. El inmenso poder de los judíos de Estados Unidos organizados, la gran mayoría de los cuales recibe sus órdenes de Jerusalén, es esencial para la existencia del Estado.

PENSABA EN todo esto el fin de semana cuando leí un motivador ensayo del popular escritor izquierdista israelí A.B. Yehoshua, que es casi el único entre los principales escritores israelíes que no es askenazi (judío oriundo de Europa Oriental). Su padre pertenecía a una antigua familia sefardí de Jerusalén, su madre es marroquí. Esto lo hace, en la jerga de hoy, un “mizrahi” (“occidental”).

En su ensayo, Yehoshua hace una distinción entre el nacionalismo y el sionismo. Según él, estos dos conceptos no se funden en una solo, como le hacen creer a la gente en Israel, sino que son dos entidades diferentes “soldadas”, juntas, y en constante conflicto entre sí. El término “sionismo” tiene un papel dudoso en esta dualidad.

DEBO RECORDAR al lector una vez más que, para empezar, la gran idea de Theodor Herzl no tenía nada que ver con Zión, en el sentido literal (una colina de Jerusalén).

Al principio, Herzl quería un Estado de judíos (no un "Estado Judío"), en la Patagonia, en el sur de Argentina. La población original de allí había sido erradicada, más o menos, y Herzl pensó que este país vacío era apto para el asentamiento masivo de los judíos de Europa, una vez que habían sido desalojados los remanentes de los aborígenes (pero sólo después de que hubieran exterminado a todos los animales salvajes).

Cuando Herzl, un judío vienés completamente asimilado, entró en contacto con los judíos reales, especialmente los rusos, se dio cuenta de mala gana que nada sino Palestina funcionaría. Así que su idea se convirtió en “Sionismo”. A él nunca le gustó Palestina, nunca la visitó, excepto una vez cuando prácticamente se lo ordenó hacerlo el romántico Kaiser alemán, que insistió en reunirse con él en Jerusalén. (El Kaiser comentó después que el sionismo era una gran idea, pero que “no se puede llevar a cabo con judíos”.)

La idea de Herzl del sionismo era bastante simple: todos los judíos del mundo llegarán al nuevo estado y serán los únicos llamados judíos a partir de entonces. Los que prefieren permanecer donde están dejarán de ser judíos y finalmente se convertirán en austriacos corrientes, alemanes, americanos, etc. Fin de la historia.

PERO NO fue así. El sionismo era un instrumento demasiado conveniente para los políticos ‒tanto en Israel como en el extranjero‒ para arrojarlos a la basura.

Todo el mundo lo usa. Los políticos estadounidenses que codician los montones de dinero judío. Los políticos israelíes que no tienen nada más que decir. Los funcionarios del gobierno israelí de todos los colores, que abiertamente discriminan a los ciudadanos árabes de Israel. Los miembros de la Coalición del Knesset contra la oposición. Los miembros de la oposición del Knesset contra el Gobierno.

Deje que Benjamín Netanyahu llame “antisionista” a Yitzhak Herzog, el líder de la oposición, y él se opondrá con más fuerza que si hubiera sido llamado simplemente traidor. Ser antisionista es algo horrible. Imperdonable.

Sin embargo, si a cualquiera de estos se les preguntara qué es realmente el sionismo, pararía en seco. “¿El sionismo? Bueno, todo el mundo sabe lo que el sionismo. ¡Vaya pregunta! El sionismo es eh… eh… eh…”

En el otro lado de la cerca, la situación es muy similar. Todo el mundo acusa a todo el mundo de ser un sionista. ¿Usted está a favor de la solución de dos estados? ¡Un complot sionista malsano! ¿Usted no quiere que Israel desaparezca? Ah, pues usted es parte de la conspiración sionista mundial.

Llamar a alguien sionista es poner fin a la discusión. Es como decir que es un nazi. Sólo peor. Mucho peor.

Y luego están los remanentes del antisemitismo clásico. Lo que queda del antaño movimiento orgulloso que lo empezó todo. Las mismas personas que Herzl encontró en las calles de Viena y París, cuando él llegó a la conclusión lógica de que los judíos no podían seguir viviendo por más tiempo en la Europa del siglo XIX.

El gran movimiento antisemita desapareció. Sólo sobreviven restos lamentables. Sólo los suficientes para proporcionar a los sionistas el combustible que necesitan.

EL SIONISMO como tal, el verdadero y sincero sionismo, murió de una muerte honorable en Tel Aviv, cuando se fundó el Estado de Israel.

(En aquellos días “sionismo” era una especie de broma entre los jóvenes. “No hables en sionismo!” Eso significaba: “No digas tonterías jactanciosas")

Lo que queda es la co-existencia de dos entidades separadas, que en realidad no están fusionadas, que están destinadas a romperse algún momento en el futuro.

Ninguna de las dos tiene mucho que ver con el sionismo.

Existe la entidad israelí, una nación normal (al menos tan normal como lo es cualquier nación). Tiene una patria, una mentalidad colectiva, una realidad geográfica y política, intereses económicos, una lengua mayoritaria, problemas internos en abundancia. El 75% de su población son judíos; 20% son árabes. (El resto son judíos que no son reconocidos como judíos por los rabinos, que son quienes deciden estas cosas en Israel.)

Y luego está la judería mundial. Su patria es el mundo entero. Pertenece a muchas naciones diferentes, tiene algunos vagos intereses comunes (creados por los antisemitas), una religión, muchas tradiciones. Grandes partes de ella tienen un compromiso con Israel, un compromiso impreciso que fácilmente puede llegar a hacerse más indefinido aun.

Una de las principales funciones del “sionismo” es mantener a este pueblo totalmente subordinado a los intereses del actual (y cambiante) liderazgo de Israel. Sin esta conexión, Israel tendría que existir con sus propios recursos políticos, económicos y militares ‒una existencia ampliamente reducida.

Los lazos que unían a estas dos entidades (“soldadas”, de acuerdo con Yehoshua) son la religión y la tradición. En estos días, cuando judíos en todo el mundo y en Israel están celebrando las mismos “fiestas principales”, esto es muy obvio. Los vínculos están ahí, creados a lo largo de los siglos, pero uno puede preguntarse cuán fuerte son hoy realmente. ¿Cuánto más fuerte, en todo caso, que las existentes entre estadounidenses de origen irlandés e Irlanda, o los chinos de Singapur y China? En una prueba real, ¿cómo podría resistir?

Irónicamente, la facción más extrema de los judíos religiosos, tanto en Jerusalén como en Brooklyn, rechaza el sionismo como un pecado contra Dios.

EL DAÑO real causado por el dominio mental sionista sobre Israel es que falsea la situación de Israel en el mundo.

La designación oficial de Israel como un “estado judío y democrático” es un contrasentido, una paradoja. Un Estado judío no puede ser realmente democrático, puesto que la definición niega la igualdad a los no judíos, particularmente a los árabes. Por la misma razón, un Estado democrático no puede ser judío: debe pertenecer a todos sus ciudadanos.

Pero el problema es más profundo. Los vínculos de Israel con los judíos del mundo están infinitamente más cerca de los vínculos con sus vecinos. Uno no puede fijar la mirada en Nueva York y también estar profundamente interesado en lo que la gente hace en Bagdad, Damasco y Teherán.

Hasta Damasco y Teherán están tan cerca que ya no se pueden ignorar más. Irónicamente, la gente en Teherán grita “¡Muerte a la entidad sionista!” En el largo plazo, lo que está sucediendo es cien veces más importante para nuestro futuro que el Partido Republicano en San Francisco.

PERMÍTANME aclarar esto: no predico la Separación, como defendió un pequeño grupo apodado “cananeos” una vez. Los vínculos naturales que son reales y no perjudican el interés vital de cualquiera de las partes ‒a Israel o al judaísmo mundial‒ sobrevivirán.

Pero con una condición: que no harán daño al futuro de Israel, un futuro que demanda la paz y la amistad entre sus ciudadanos y vecinos, o el futuro de los judíos en todo el mundo dentro de sus propias naciones.

¿Cómo encaja esto en la doctrina sionista? Bueno, si no encaja, es una pena.