Nos hemos empeñado en confundir hombres con el sistema. En pensar que los resultados se deben a personas y no a dinámicas sociales complejas. Ese relato maniqueo que hizo de Balaguer la causa de todos los males, sólo para verlo remplazado el día que faltó. Es el fallo analítico que, fracaso tras fracaso, mueve a la decepción continua, a la desesperanza y al inmovilismo. Apostamos a desplazar hombres y a aguardar redentores providenciales.

Aún así, los distintos liderazgos políticos arriesgan su credibilidad con los recursos de siempre.  Priman el discurso crispado, la improvisación y el amor a las cámaras. Apuestan a la simplificación populista, lo que habla de ellos y de lo que piensan de los dominicanos. Construyen su discurso alrededor (en oposición) de un hombre. Sin villano no hay discurso (ni superhéroe).

Quienes debieran estar construyendo una alternativa potable se enfrascan, de nuevo, en las desgastantes peripecias del caudillismo y el ego. Propuestas inviables que se  rehúsan a perder vigencia; los ya no tan alternativos que siguen prefiriendo las cámaras y el protagonismo a la política.

Copiando a la derecha, apuestan al miedo. Dejan ver que los intereses van primero; o que faltan las ideas. Ese discurso no deja ver una reflexión sobre lo que se necesita para mover la sociedad, menos aún para transformarla. Apoyados en la (des)articulación de los mismos grupos sociales no habrá mejores resultados. Apelar a un discurso ético, por demás poco creíble,  con 50 años de fracasos en la lucha contra la corrupción indican el déficit creativo (transformador). Apostar a condiciones individuales para escudar la falta de comprensión de un fenómeno social complejo es clave del fracaso. Es apostar a resultados distintos haciendo lo de siempre. El tema está en entender y atender las variables externas (de economía política) que hacen posible el fenómeno.

Tampoco se ha pensado en los públicos y los mensajes. ¿A quién le hablan? Hace  años que la oferta política no entusiasma. No ha logrado quebrar con la apatía o el clientelismo. Y es que eso supone, más que miedo, seguridad, esperanza. Creer que algo mejor es posible. Se necesitan propuestas; generar y construir confianza (del dominicano en sí mismo, y en su poder de incidir; en la oferta).

No hay camino al cambio que no pase por los ciudadanos. Los dominicanos deben (re)descubrir ese poder. El reto del lado de la oferta es convertirse en la oferta de las victorias ciudadanas (todavía pendiente). No entender eso es no entender la popularidad de Danilo Medina.

Romper con la inercia es romper con la dinámica de gobernantes y oposición; romper con el sistema es quebrar el monopolio del tablero político, incluir a los ciudadanos. Los resultados políticos son producidos por relaciones de poder. No habrá transformación sin capacidad de incidencia de la ciudadanía. Mientras le den la espalda a esa realidad, no hablen de transformación.