Uno vive quejándose de la mala educación. Si, sabemos que si alguien se apiadara del país y decidiera poner empeño en la educación la palabra “mala” se podría liberar de su función de prefijo algún día. Esta cuestión de la educación es un terreno sumamente amplio y no solo se aplica a la formación que recibimos en los recintos escolares, sino también a la educación de hogar y entonces, de la mano, ambas líneas educativas generan seres que ponen en práctica una cosa rarísima, que se llama sentido común (súper cliché, el menos común de los sentidos). En referencia al sentido común, vemos cada día, a través de las redes sociales, que no somos los dominicanos, los únicos que parecemos haber perdido el juicio. Cosa que no nos justifica, pero nos sirve para reflexionar la dirección que está tomando el pensamiento colectivo.
Me pongo a pensar en algo sucedido recientemente, y vamos a plantear mis palabras de hoy como simples preguntas, sin respuestas…
¿Qué le habría sucedido al hombre que aterrizó en Punta Cana, ese que gritó “tengo ébola”, si se habría atrevido a mencionar esa la palabra aterrizando en su propio territorio? ¿Tendría suficiente peso, esta broma pesada, para demandarle o someter a algún tipo de castigo legal a dicho pasajero? ¿Qué habrá sentido cada pasajero que estaba dentro del avión y así mismo, los integrantes de la tripulación?
Pienso en muchas cosas, podrían surgir un millón de preguntas, pero interrumpiendo me asalta otra preocupación: Nosotros como país. Pudiera ser, que este chistecito, dejara implícito un sentimiento más relevante y es el hecho de que posiblemente no se nos tenga el mismo respeto como nación y como autoridad, comparándonos con otros. Tal vez, en otro lugar, este mismo señor, habría guardado silencio, conociendo las rigurosidades de seguridad y la integridad de las instituciones que se dedican a ello… Pudiera ser, recuerden, son divagaciones, aquí no estamos dando respuestas.