Compasión, deber cristiano, juramento hipocrático, solidaridad, etc. He ahí algunas de las razones esgrimidas y que nos obligarían a prestar asistencia incondicional a cualquier parturienta haitiana. Eso, sin tomar en cuenta que somos un país subdesarrollado, que apenas alcanzamos para ayudar a parir a nuestras mujeres. Tengan o no documentos, debemos partearlas, hospitalizarlas, darles medicamentos, canastillas, y buen trato. Eso exige la ONU y la Iglesia católica. Que hagamos caridad y resolvamos la crisis sanitaria haitiana podamos o no podamos.
Ahora un jesuita nos llena de improperios y la ONU exige a través de solemnes declaraciones, pero ninguno mueve un dedo para resolver la situación. Quieren peces sin mojarse el c…, quieren asistencia sin asistir a nadie. Actúan parecidos a esquineros de boxeos: el pugilista coge golpes por todas partes y ellos solamente ofrecen instrucciones y les echan fresco con toalla. Lo mismo vale para los norteamericanos. Por eso, quiero ofrecer una solución para que todos entren al cuadrilátero.
En mi propuesta, se aplicarían esos derechos humanos que demanda la ONU y la doctrina cristiana que demanda la Iglesia, mientras el sistema sanitario dominicano toma un respiro sirviendo mejor a nuestros ciudadanos. Veamos.
La orden jesuita convocaría de inmediato al episcopado, invitándoles a vender una o dos propiedades de las que poseen por toda la geografía nacional; así podría iniciarse el levantamiento de un par de hospitales de campaña al otro lado de la frontera. El tercero y el cuarto saldrían de la venta de algún cuadro de Boticelli, Tiziano o de Da Vinci – de esos que adornan los pasillos del Vaticano (creo que uno bastaría para costear el proyecto). La ONU contribuiría con personal, equipos, experiencia sanitaria, y también fondos contantes y sonantes. Los gringos enviarían médicos voluntarios, de esos que andan por el mundo ayudando a quienes puedan necesitarlos, insumos, y más fondos.
La Iglesia católica cuenta con miles de monjas enfermeras, que vendrían como anillo al dedo a los nuevos hospitales. La parte administrativa y contable estaría a cargo de los jesuitas, buenos financistas quienes, domiciliados al otro lado de la frontera, asegurarían el buen manejo de los dineros.
El gobierno dominicano, de este lado, seguiría asistiendo a las haitianas en buen estado migratorio – como siempre lo ha hecho mucho antes de esta crisis – y dispondría de tiempo y recursos para servir mejor a las dominicanas.
En otras palabras, son enormes las posibilidades que tiene la Iglesia católica, la ONU, y los Estados Unidos, para proveer asistencia material, profesional y logística a las parturientas haitianas. Pero no lo hacen. Piden que lo hagamos nosotros a “mano pelá”. Que echemos nosotros las limosnas en el cepillo mientras ellos ni se meten la mano en los bolsillos.
Si usted es cristiano, practique su doctrina. Practicar viene de “praso”, que quiere decir hacer hasta el final. Si usted representa a las naciones del planeta, no se quede sentado exigiendo y criticando, asista y aporte. Y si todavía usted pretende ser el “imperio de occidente”, ocúpese de mantener próspero y tranquilo sus dominios, al mejor estilo del imperio romano.
A la iglesia católica y a la ONU que se dejen de pedir al gobierno dominicano lo que ellos ni siquiera intentan hacer, pudiendo hacerlo. Mi propuesta consiste en que arrimen el hombro junto a nosotros y se dejen de fastidiar a quienes sacrifican el presupuesto de su nación para cobijar a parturientas haitianas.