Esa partitura siniestra de la historia nacional, el “trujillismo”, nunca fue ideología, como tampoco lo fue el “balaguerismo,” que la “ampliaba” en el tiempo y en la metodología.

Tampoco concurre en sus mentores el mito pues éste es un culto diseñado por la tradición, hacia una figura arquetípica que ambos, a su muerte, cada vez más olvidada, no ostentan.

Las ideologías son doctrinales. ¿Cuándo la adulación vulgar a individuos se ha de considerar ideología sin degradar al término, sin degradarse los individuos?

Se trató, en el caso del primero, de una estructura organizada para apoderarse en términos personales, del Estado y de sus cuantiosos beneficios, y en el caso del segundo, de cumplir los propósitos del ejercicio del poder pura y simplemente y que el corpus “ideológico” partidista que lo sustentaba no le sobreviviera, como ha ocurrido.

En ambos personajes todo iba a cumplirse, misteriosamente, de manera claramente parecida.

Para que haya ideología tiene que haber ideólogos y estos dos personajes, sin  menoscabo de la incidencia que tuvieron y siguen teniendo en la sociedad dominicana, no lo eran.

Más bien deviene escépticos puntuales de lo que se considera la voluntad humana para producir cambios.

Para que haya ideología tiene que haber ideólogos y estos dos personajes, sin  menoscabo de la incidencia que tuvieron y siguen teniendo en la sociedad dominicana, no lo eran

Nunca amaron al pueblo, nunca les importó para nada y en algunos momentos se puede decir que, resentidamente, lo odiaron y cuando éste mostró a través de sus figuras políticas alguna disposición a darle fin al estado de cosas que ambos ominosamente crearon, yugularon violentamente tal intento “temerario”.

Aplicaron, no inventaron, posiciones ideológicas que ya eran maduras en el amplio espectro del lenguaje del dominio.

Se impusieron enérgicamente  utilizaron, desbordaron al Estado para ver cumplidos sus proyectos opresivos.

Aprovecharon, con rigurosa eficacia, la tradición autoritaria ya vigente y la especializaron.

En la mentalidad del militar erigido en presidente incontestable, se cumple el proyecto de “modernización” estructural en medio de la carencia absoluta de libertades que la gente necesita y que se necesitan para hacer evolucionar los procesos. En el de su “sucesor” en la conformación autoritaria, que opera como tradición y como “cultura en la República Dominicana, sobrevive la continuidad de las mismas posiciones conservadoras que le dan vigencia a un proyecto del que se cree equivocadamente que no dará paso al cumplimiento la las leyes del cambio.

Oponerse obstinadamente a los cambios sociales o de cualquier índole es como intentar detener el agua y no esperar que ésta acuse putrefacción por vía de las mismas fuerzas factuales y los factores que la paralizan. Una ideología es una compleja red de voluntades que intenta asaltar la eternidad.

Para ello se necesita de la alienación basada en la creencia (ilusoria) de que ellos, los dirigentes con una alta vocación de poder autoritario, siempre existirían.

De que obraban por una voluntad altísima que venía con el incensario de los filisteos que predican, y sólo predican, el bien, entre fabulaciones sociales e ideológicas.

Quienes acaudillaron las prerrogativas del poder acerado que les dio vigencia no inauguraron el autoritarismo aunque les otorgaron una configuración propia, especializándola uno en el terror de Estado, y el otro “sublimizándola” y extendiendo los horrores de la dictadura.

El estado autoritario que dos hombres de poder ejercieron en su más extensiva prolongación no necesitaba de los planos ideológicos que le dieran legitimidad.

Ellos mismos, su funcionalidad autoritaria, les “legitimaba” y deslegitimaba sucesivamente de acuerdo al movimiento en curso, de acuerdo a propósitos en camino.

Jamás les impresionó ni les importó el significado humano que a través del ejercicio del  sufragio colectivizado permite conocer la opinión de los ciudadanos.

Necesitaban demostrar que como semidioses en que los mostraba la publicidad interesada, se bastaban por sí mismos.

Crecieron y se desarrollaron en la llamada tradición autoritaria, que opera como una función vicaria de la ideología conservadora.

La impreparación de todo un pueblo llevado a una adoración que mezclaba tragedia y folclor les otorgó a los dos caudillos el ejercicio de la burla política como la que se ejerce contra niños que no conocen el mundo y sus más complicados conflictos.

La prueba de que los dos personajes arriba precisados no sustentaron una visión ideológica, sino más bien una plataforma “personalizada” del poder, viene constituida por la disolución de la estructura de poder que crearon, iniciada precisamente el mismo día en que ambos perdieron la vida y se ausentaron.