Nada más lejano del Periodismo y más cercano de la propaganda que el derroche de imputaciones puesto en escena este lunes en la noche por el excéntrico comentarista de televisión, peruano residente en Miami, Jaime Bayly, contra el presidente del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y precandidato presidencial, Leonel Fernández, dos generales retirados de su escolta y un grupo de grandes empresarios extranjeros que operan aquí, a quienes, al menos, una docena de veces, tildó de narcotraficantes y ladrones al servicio del chavismo en Venezuela.

Sin pruebas, refirió que éstos han sido respaldados por los gobiernos de Fernández y Danilo Medina, quienes son rechazados como candidatos, según “mis fuentes impecables de Washington”.

Su programa ha sido una muestra chapucera de propaganda política a la vieja usanza. Más grave para la sociedad, por engañoso.

Lo vende con el falso ropaje de Periodismo de Investigación hecho con valentía y apego al rigor científico y la ética. Pero, si de algo adolece deliberadamente el show de marras, es de los criterios elementales del periodismo de calidad, comenzando por la verificación y las versiones encontradas.

Se evidencia en todo momento un interés por privilegiar la posverdad y el espectáculo para ganar rating y dinero en desmedro de la información veraz.

La adjetivación es reiterativa y altisonante. La verbalización de los ataques, en su dramatización, suena a libreto y resentimiento. Huele a chismes y rumores, dos productos comunicacionales que solo sirven al periodista para ser investigados y descartarlos; es decir, determinar su valor de verdad. No para difundirlos crudos. Lo saben los estudiantes nuevos de Periodismo.         

El objetivo encubierto ha sido desacreditar a Fernández y sacarlo del escenario para instalar en Palacio uno que responda a los intereses político-empresariales que representa allá y aquí.

En su programa se identifican los tres criterios básicos que caracterizan la propaganda. Según Alejandro Sanfeliciano, son: contenido, control del mensaje y objetivo.

En cuanto al contenido, debe ser político, ya sea de manera directa o indirecta. El mensaje puede parecer no politizado superficialmente, pero si se analiza en profundidad, se descubre asociación política. ¿No es político su mensaje nuclear?

Sobre el control del mensaje. Es absoluto, desde la producción hasta la difusión, sin dejar brechas al interlocutor. ¿Notó el control y el histrionismo, la dramaturgia? Solo él, Superman, lo podía saber. 

El tercer criterio, el objetivo, busca promocionar los intereses e ideas del emisor, además de la intención de producir respuestas en los receptores acordes con unos fines determinados previamente. ¿Acaso no se descubre la intención de manipular para anclar en las mentes de los perceptores su discurso ruidoso?

El novelista apela a la técnica del etiquetado al usar términos con gran carga emocional para asociar su discurso a un supuesto peligro: Fernández.

Así, usa etiquetas negativas: LF recibe 4 millones de dólares de empresarios narcotraficantes y ladrones chavistas.

La autoridad de la fuente se observa cuando se refiere a “mis fuentes impecables de Washington”, para que los perceptores no reclamen argumentos y crean en todo lo que dice el emisor por su condición de “todopoderoso”.

Construcción de significados. Recurre a instalar en el imaginario colectivo el origen secreto de sus informaciones. Fuentes inalcanzables de modo que el receptor no tenga acceso a ellas y crea en el todopoderoso emisor.

La carga de dispositivos de connotación es más grande, pero lo esbozado hasta ahora deja claro el fondo: no hay intención de determinar la verdad en toda su extensión.

El Periodismo es todo lo contrario a la Propaganda. Por su apego a la ética y la verdad, duda de documentos entregados, para averiguar, correlacionar y exprimir su nivel de verdad; servirla con justeza al colectivo y ayudar a construir una sociedad mejor. Se cuida de no traspasar sus límites para no dañar a terceros. No escandaliza ni se apresura por difundir temas sensibles por dar “un palo noticioso” a los demás medios. Obvia la manipulación de los hechos, el morbo y el sensacionalismo, y se piensa a partir de los públicos, no los cosifica.   

La Propaganda, en cambio, no tiene la verdad como su prenda de lujo. El objetivo subyacente es el “hackeo del cerebro” del perceptor para instalarle un chip que funcione según la conveniencia de su emisor, que es, sobre todo, sacar de cuajo del escenario político al expresidente Fernández. Y el espectáculo en cuestión, preñado de recursos de propaganda actuados por Bayly, tuvo esa intención implícita.