Mentir, simular, actuar, utilizar eufemismos y manejar sofismas, son herramientas universales del político. Herramientas que, utilizadas en su justa medida, pudieran servir a buenos fines. Todo depende de si esas distorsiones conducen al bienestar o a la degradación de los gobernados. De resultar lo último, estaríamos ante una perversidad. Pura charlatanería.
Donald Trump, en Estados Unidos, diseñador egocéntrico de posverdades, mentiroso compulsivo, logra que sus falacias seduzcan al 35% de la población norteamericana, transformando al Partido Republicano en un templo que rinde culto a su persona. A todas luces, un peligroso charlatán.
Al otro extremo del rubio demagogo, se encuentra Pepe Mujica: gobernó Uruguay ateniéndose a los hechos y respetando la historia de su país. Mintió y simuló poco, sin desdoblamientos. No digo que fuera “Jesús sacrificado”, pero marcó una diferencia entre el líder auténtico y el aguajero.
En esta nación tormentosa, donde tantos farsantes luchan por hacerse con el tesoro público, dos expresidentes andan empecinados en deformar la historia. Con pueriles rejuegos sofistas tratan de echar culpas al actual gobierno sobre la hegemonía de los capos. Un esfuerzo inútil, que les hace ser hazmerreír de la gente. Difícil tarea la de señalar paja en ojo ajeno, cuando la viga es gigantesca en los propios. Lo que no fueron no lo pueden ser ahora.
Si algo está documentado en la historia delictiva de la clase gobernante dominicana es la penetración y hegemonía del narcotráfico, avalada por investigaciones locales, internacionales, y el extenso dossier que posee la DEA. El “boom” del narcotráfico criollo no tiene misterio: se desarrolla y crece durante las administraciones del PLD, mientras gobernaron Leonel Fernández y Danilo Mediana. Peor aún, existen irrebatibles evidencias del matrimonio bien avenido que mantuvieron con jefes mafiosos.
Ahí están, guardadas en discos duros, pruebas contundentes del contrabando de las drogas; desde el primero hasta el último gobierno morado. Ni el PLD ni la Fuerza del Pueblo tienen autoridad moral ni credibilidad para acusar a nadie de andar en contubernio con narcotraficantes, porque ellos permitieron que este país fuera su gran refugio.
Ahora, Leonel Fernández, por un lado, y un antiguo procurador danilista por el otro, aparecen en los medios cual señoritas con tres niños: inocentes y virginales. El primero clama por la “erradicación del narcotráfico en todos los gobiernos”, el segundo exige explicaciones sobre el narco-diputado perremeista. Insultan la inteligencia y la memoria de este pueblo. Por suerte, la gente oye a Leonel como quien oye llover, y al exprocurador pocos le prestan atención.
No es lo mismo, ni es igual. El liderazgo del PLD no puede sacudirse el polvo blanco que lleva encima, mientras que no existe el mínimo indicio de que la cocaína y sus mercaderes anden ahora cerca de palacio. Esta afirmación no es un supuesto. Está sustentada en hechos sucedidos durante los últimos veinte años -verificables en hemerotecas locales e internacionales- y lo que viene pasando aquí en los últimos nueve meses contra el narcotráfico.
(Así las cosas, de ninguna manera pasamos por alto el fallo ético en el que se entrampan los partidos durante las campañas electorales, haciéndose de la vista gorda cuando de recibir dinero se trata. Esos delincuentes que les financian terminan siempre embarrándolos. De esa tolerancia indigna, es culpable el PRM como el resto. Ese búmeran, que pega duro al devolverse, lo lanzan todos al aire intentando llegar al poder.)
Si los antiguos presidentes y sus socios quieren seguir vendiendo historietas y santidades, deformando hechos y realidades, no hacen más que exponerse a recibir en la cara la verdadera historia del narcotráfico dominicano con todo y protagonistas. No es lo mismo, ni es igual: aquí ya no se compran posverdades.