No hay nada más cierto que lo que reza un viejo adagio popular en el sentido de que “al Diablo no es lo mismo llamarlo que verlo llegar”. Digo esto porque, viendo las reacciones de muchas personas y sectores frente a la controvertida y controversial Sentencia TC 168/13 del Tribunal Constitucional, recuerdo, como si fuera hoy, los días en que muchos de los ferverosos defensores de la referida decisión jurisdiccional asistieron felices y puntuales en el mes de noviembre del año 2006 a una serie de charlas impartidas en UNIBE y FUNGLODE por Manuel Castells, invitado por el Presidente Leonel Fernández y el entonces presidente del INDOTEL, el hoy senador por la provincia de Espaillat, doctor José Rafael Vargas, y en las que el famoso sociólogo español trató los temas de la globalización, la concepción moderna de la sociedad de la información y el conocimiento, el desarrollo, la competitividad y los retos en la era la información.

Recuerdo que, en esa ocasión, Castells, a quien se le compara con Adam Smith y Karl Marx por su esfuerzo de comprender a cabalidad el funcionamiento de lo que él denomina el capitalismo de la información”, afirmaba que la esfera pública es el espacio de comunicación de las ideas y proyectos que emergen de la sociedad y que están dirigidos a los tomadores de decisiones en las instituciones de la sociedad. Esa esfera pública era profundamente afectada, a juicio de Castells, por el proceso de globalización que había mudado el debate público de las ideas del dominio nacional al transnacional, lo que implicaba no solo la globalización de la esfera pública sino, además, la transformación de la diplomacia que, de ser una diplomacia gubernamental o intergubernamental, se transformaba en una democracia pública global, donde intervenían nuevos actores extra estatales, como las organizaciones no gubernamentales multinacionales o globales, y donde la creación de valores culturales compartidos se transnacionalizaba.

Lo que decía Castells y que el presidente Leonel Fernández entendía perfectamente en ese momento era que lo global se volvía local y lo local devenía global. Ya no era solo que los sistemas políticos nacionales no tenían capacidad para manejar localmente los problemas de escala global sino también que nada local le era ajeno a la globalización y a la esfera pública global que emergía de ese proceso. La diplomacia, para ser exitosa, no solo debía dejar de ser simplemente gubernamental para transformarse en pública sino que, además, debía ser una diplomacia cultural, del “poder suave”, para usar una frase de Joseph Nye que alude a la capacidad de un actor político de incidir en las acciones o intereses de otros actores valiéndose de medios culturales e ideológicos. Tal diplomacia pública y tal poder suave requieren de un Gramsci del siglo XXI que explique las nuevas formas de construcción de hegemonías culturales muy alejadas de la coerción –abierta o oculta- que caracterizó los viejos proyectos hegemónicos nacionales e imperiales.

Es lo anterior y no ninguna descabellada teoría de la conspiración lo que explica el gran debate público nacional e internacional que ha originado la Sentencia TC 168/13. No es que actores políticos gubernamentales como el gobierno de Haití no se aprovechen descaradamente del rechazo de esta sentencia ni que la hipocresía de los gobiernos de CARICOM trate de pescar en el río revuelto causado más que por la sentencia por la furiosa defensa xenofóbica de la misma. No. Lo que digo es que las decisiones de las cortes superiores de un país, como las grandes decisiones políticas fundamentales adoptadas por los poderes públicos nacionales, no se producen en un vacío y, por tanto,  no escapan al ojo de la nueva esfera pública, de la sociedad civil global y de la incipiente gobernanza mundial. Máxime cuando la propia Constitución ha definido al Estado dominicano como un Estado cooperativo, un Estado abierto al Derecho Internacional y amigo de la comunidad internacional.

Por si lo anterior fuera poco, no solo es que ahora tenemos una esfera pública global es que también esta esfera es una virtual, en donde no solo la comunicación se democratiza y se acelera por internet y los medios sociales sino que, además, surge un “narcisismo público” (Zizi Papacharissi) que propicia que cualquier tuitero tenga tanta importancia o más que un político. Entonces ya no solo es que lo global es local y lo local global sino que también lo político es personal y lo personal, político, a una escala mundial. Por eso, no hay plan de contingencia que pueda controlar los daños de una política pública conformada como si el mundo no estuviese globalizado, como si el conocimiento no fuese democratizado y como si el Derecho siguiese siendo nacional y no también transnacional.

En este entorno planetario, el único patriotismo con sentido y futuro es un patriotismo constitucional, es decir, un nacionalismo liberal que concilie armoniosamente los valores nacionales constitucionalizados con los que emanan del Estado de Derecho global  y que tome en serio tanto los derechos fundamentales consignados en la Constitución como los plasmados en los  instrumentos internacionales.