“Así Yavé los dispersó sobre la superficie de la tierra,

y dejaron de construir la ciudad.” Génesis 11, 8.

Para todo observador es evidente que esa especie de torre de Babel en la que se ingresa al abrir los periódicos está diciéndonos algo. Pero los ¿debates? acerca de algunos asuntos fundamentales para la vida democrática son especialmente significativos. Leer que se propone hacer pactos políticos fuera del sistema de partidos, ojalá no sea más que un ‘lapsus’, pues si tal propuesta obedece a una estrategia pensada y diseñada se estaría intentando, en los hechos, actuar fuera del marco institucional e ignorando las normas legales y constitucionales vigentes.

En pleno estudio del sistema electoral me ha tocado ver innumerables opiniones acerca de una de las áreas nodales de los sistemas electorales: la votación.  Y creo que equivocadamente se le han estado cargando todas las culpas a ese solo aspecto, tal vez el único que no es posible cambiar sin provocar toda una trama de reformas institucionales. La Constitución dominicana establece que “El voto es personal, libre, directo y secreto”. Luego, no parece posible  que tal forma de votar sea cambiada, y no he podido encontrar ninguna otra definición del voto directo que no signifique una modalidad en la que nadie interfiere en la voluntad del elector.  Es decir, éste elige y selecciona de la propuesta que hacen los partidos o los independientes y que figura en la boleta electoral.

Para abordar ambos temas, el pacto político liderado por un sacerdote o la modalidad de votar, se requiere acordar y transparentar qué se anda buscando, cuál es la aspiración, en definitiva, qué intereses son los que se están defendiendo. Lo escribo pues me parece evidente que hay, en el tratamiento de ambos aspectos, cierta confusión y la misma no tiene que ver con que se favorezca o desfavorezca una u otra opción.

Veamos.  Al analizar el voto directo como el único que permite la no interferencia de terceros en la voluntad del elector, no quedan dudas de que se trata, entonces, del más democrático.  Pero ojo, la forma en que se vota no determina por sí sola el carácter democrático de una elección, aunque reconozco que cuestiones culturales me impiden imaginar otra forma de sufragar que no sea la directa. Y la historia dominicana tiene algo que decir al respecto: en las elecciones que periódicamente organizaba Trujillo se votaba en forma directa.  Es necesario recordarlo para no caer en la trampa de centrar todo el esfuerzo argumentativo en la forma de votar pues ese simple ejemplo nos conduce a una segunda reflexión: se debe aspirar a que a diferencia de las elecciones de Trujillo, en democracia las elecciones sean competitivas. Allí está el secreto.  Parafraseando al poeta, sólo si son competitivas pueden las elecciones ser un “clavo pasao”.

Me parece no solo simplista, sino ingenuo, el argumento de que una determinada forma de votar –directa, indirecta, preferencial- facilite o dificulte la entrada al mercado político de dineros de origen ilegal. El tema de los dineros debe ser objeto de la normativa electoral que debe establecer límites al gasto electoral, a que las donaciones (su monto y su origen) sean de conocimiento público, rendición de cuentas, sanciones, etc.  La fábula de que la lista cerrada sea el modo de evitar dineros sucios, o para limitar la importancia de los recursos económicos en la contienda electoral queda en duda con sólo imaginar los esfuerzos del tercero de la lista en una demarcación en la que su partido tiene asegurados dos electos. Va buscar dinero no sólo para él, también para asegurar la elección de los que lo anteceden por la voluntad de la cúpula partidaria.  Y quién quita que también ésta pueda haber recibido alguna motivación para determinar el orden de los candidatos.

Cuando se dialoga sobre estos temas, importa recordar algunas experiencias, conceptualizar un “chin” e intentar que independientemente de las posiciones, estemos seguros de estar hablando de lo mismo. Por ejemplo, si de democracia se trata, es un abuso proponer que la modalidad del voto afecta a los partidos. Si los partidos son democráticos se fortalecerán con el voto directo. Si no lo son, el sistema de lista bloqueada debilitará la democracia. Como se puede ver, todo consiste en que tengamos claro que sistema de partidos y sistema electoral son distintos componentes del sistema político y que se debe tener como horizonte la democracia.

Para terminar hay que recordar la argumentación que irrumpe de la “desesperanza aprendida”: No es posible regular el gasto electoral, nadie sancionará a nadie. Sin la voluntad y la intervención del órgano electoral el voto directo facilita el fraude de las actas arregladas. Con cualquier sistema se elegirán los mismo corruptos.

Si esto fuera cierto, no nos engañemos, la discusión no tiene que ver con la forma de votar ni con pactos políticos buscados donde no es.  Puestos en ese plano, esta discusión tendrá que ver con otros actores que tampoco hay razón para seguir ocultando: los cambios democráticos pueden ser impedidos por quienes están de lo más bien, “cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria”(Benedetti). Pueden impedirlos aquellos y aquellas que viven de reclamar y que, al decir de Brecht, han asumido como su frase favorita: «No está listo para sentencia.» y pueden impedirlo los cobardes: "Sólo se tiene miedo cuando no se está de acuerdo con uno mismo." (Hesse)