Dentro de las atribuciones que tiene el presidente de la república, en su condición de jefe de Gobierno, es la de nombrar a los ministros, viceministros y demás funcionarios públicos que ocupen cargos de libre nombramiento, así como la designación de los y las titulares de los órganos autónomos y descentralizados del Estado.

Pero, sin cuestionar el derecho que tiene el presidente de elegir a una persona determinada para dirigir un ministerio o alto cargo en el Gobierno y de las cualidades que dicha persona debe poseer, tales como, liderazgo, ecuanimidad, responsabilidad, por citar algunas, existen tres aspectos que no pueden faltar:

1º Dominio del área u oficio del cual se encarga el ministerio o institución. Se debe tener dominio de la profesión del sector que se va a dirigir. Ser una persona de formación académica dentro del área y con conocimiento de lo que está pasando en el mundo en su campo. Por usted jugar “vitilla” por su casa, no va a convertirse en pelotero de Grandes Ligas. Tampoco es que por haber realizado un curso de dos semanas o leer artículos de la internet relacionados al tema, puede una persona encabezar un ministerio u ocupar una alta posición, porque por más buen equipo y asesores que tenga –estos en un 98% botellas, que alimentan la corrupción, deteriorando el Estado– nunca va a entender lo que se le exponga ni lo que suceda. Además, aceptar un cargo para el cual no se está preparado o formado, dice lo irresponsable y sinvergüenza que se es.

2º Conocimiento del universo que va a dirigir. No basta con el dominio del área, sino que se debe conocer a fondo con lo que se cuenta, con la realidad que vive dicho sector. Es llegar a su posición a remediar los problemas ya antes identificados. Poder tomar soluciones de otras partes y saber contextualizarlas a su campo. Saber de la infraestructura, de los recursos humanos, de las instituciones que dependen de dicho ministerio. No es que le cuenten, es estar, sentir, entender lo que se tiene, para saber lo que se puede y se debe.

3º Funcionamiento del Estado. No basta con que se sea un profesional dentro del área, tampoco que se conozca la realidad del sector, si no se sabe cómo funciona el Estado. Saber cómo exponer los problemas y tramitar las soluciones. Conocer lo que se puede llevar a cabo, dentro del marco estatal. Y sobre todo entender las reglas para no romperlas y quedar mal. Por ejemplo, en los últimos años, los presidentes han incorporado a personas del sector privado en posiciones punteras y muchos no entienden que el sector público tiene sus reglas, su dinámica y lenguaje, trayendo más problemas que soluciones al tratar de enmendar situaciones.

Mientras los presidentes continúen designando a personas por compromiso, por amistad o por tratarse de personas con cierta presencia social o de la farándula, seguiremos inmersos en un tercermundismo inacabable.