A mí, en particular y me perdonan los politólogos y otros entendidos o aficionados a esa actividad, los debates que hacen los norteamericanos no me convencen en absoluto, para nada, porque en definitiva se trata de un duelo verbal entre dos gallitos a ver quién despluma al otro hablando más y mejor, o lo ripia al con los argumentos y calificativos que pueda utilizar por válidos o disparatosos que sean. Los debates han acabado, convirtiéndose en un show mediático seguido por millones de personas en todo planeta, y en el que se apuesta por uno u otro contendiente como si fuera un palenque criollo, y se confrontan con ansiedad los resultados de las encuestas que se publican una vez finalizados a ver quién ganó, al igual que los números de las quinielas.

Y digo que no me convencen, porque para gobernar bien no hace falta ser necesariamente ser un pico de oro o un argumentista de primera. La historia política lo ha demostrado y lo demuestra cada rato. Grandes oradores de tribuna han sido malos o pésimos presidentes y oradores mediocres o tímidos han hecho buenos o excelentes gobiernos, porque más que la palabras cuentan las intenciones, la buena voluntad de hace r lo mejor para los ciudadanos , y la sabiduría de saber actuar en cada momento ante las dificultades, y eso, el arte de hacer política, no puede demostrarse con dos o tres discursos enfrentados, y menos, endemoniados.

Aquí, en nuestro patio político particular, hemos tenido un ejemplo muy reciente que lo confirma, tuvimos un presidentes que siempre hablaba ‘’bonito´´ en sus discursos y comparecencias, pero sus gobiernos fueron muy ineficaces, aupando la corrupción y la impunidad a límites impensables. Que cada uno piense quién fue y seguro que acertará.

Hemos visto el último debate entre Hillary y Donald siguiendo la misma tónica de los dos anteriores. Trump diciendo disparates y la Hilary rebatiéndolos. El Donald insultando y denostando y la Hillary devolviendo con la misma moneda. El Trump acusando de mal comportamiento y la Clinton respondiendo con el ´´ tú más ‘’ y ‘’tú peor’’. El Donald interrumpiendo a cada rato y la Hillary también. Uno utilizando cataratas de palabras sin descansar para ahogar al contrario y el otro soltando ríos verbales sin parar a ver si podía arrasarlo. El Donald diciendo que tiene gran experiencia y logros económicos y la Hillary que tiene experiencia en la alta política como ministra de Asuntos Extranjeros. Total, un dime y un te digo más personal que sustancial, largo y aburrido.

Además, en el fondo y en la superficie, el debate no ha dejado de ser de ser también una guerra de sexos entre el machismo todopoderoso y tradicional de Trump, frente a la nueva femineidad de la mujer americana que quiere representar la Clinton, Ahí estaban enfrentándose también los doctores Merengues de ambos – del comic argentino- diciéndose por atrás ¡idiota! ¡inepta! ¡sinverguenza! ¡inútil! ¡rastrera! ¡caradura!. En definitiva, un espectáculo pobre, muy pobre, un verdadero ‘’realty’’ peleón de esos que hacen en Miami y que tanta audiencia tienen, indigno de un público instruido, medianamente instruido , o nada instruido, y en que a los norteamericanos parecen decirles que tienen que elegir entre una opción mala y otra peor.

Y también digo que a mí los debates norteamericanos ya no me importan un comino porque los hechos han demostrado durante siglos, que gane quien gane la Casa Blanca, los que siempre acabamos perdiendo somos los latinoamericanos. A la historia del subcontinente me remito. El próximo 8 de noviembre seguirá el espectáculo, pero de otra manera más urticante. Ya lo veremos