La muerte de Reynaldo Pared Pérez generó en la sociedad dominicana posiciones encontradas. Estaban quienes nos inscribíamos en el lado de la solidaridad y los que aprovechaban su deceso para seguir echando pestes contra el partido morado.
Personas que llegaban a molestarse por el hecho de que el partido exigiera la investigación de quienes hicieron circular una foto del cadáver. La gente decía que si fuese un pobre nadie pediría respeto convirtiendo un hecho de derechos en una lucha de clases.
Los políticos están sumamente desacreditados, incluso una investigación que solicitó el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo en la gestión de Temístocles Montás a la firma encuestadora Gallup, sobre la visión de la juventud a la sociedad contemporánea, arrojó que las dos instituciones más rechazadas por los jóvenes eran los partidos políticos y la policía nacional.
Además, ahora se suma todas estas operaciones anticorrupción que ha puesto el Ministerio Público en la palestra que revela grandes actos de corrupción de ex funcionarios del PLD ligados a Danilo Medina y al mismo Reynaldo que fue secretario general por veinte años.
Todo eso lo podemos entender y hasta cierto punto otorgar algún tipo de razón. Ahora bien, matar moralmente a una persona que ha fallecido es matarla dos veces. ¿Qué sentido tiene echar pestes sobre alguien que haya fallecido?
El respeto no es hacia la persona fallecida como tal porque este ya no tiene conciencia de lo bueno o malo que se diga de él, el respeto a sus familiares, a los que les duele lo que digan y que además no tienen culpa de lo que se acuse a la persona que ocupé algún puesto.
¿A dónde fue a parar la empatía de este pueblo? ¿A dónde arrojaron el sentimiento solidario ante el dolor del otro por la pérdida de una vida? ¿Está el rencor por encima de la solidaridad?
Aquí haría falta el texto bíblico de “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Si usted no quiere respetar la memoria de esa persona por lo menos respete su familia, sus hijos, sus padres, su esposa. Cuando lo que vaya a decir no sea más fuerte que el silencio mejor quédese callado.
Siempre recuerdo una frase que repetía monseñor Flores cuando le decían que él era un Santo. Su expresión favorita era “no crean en santos que mean”.
Entienda el que pueda.