Algún dominicano dolido que conozco, me llamó casi para ofenderme por mi artículo “Defectos dominicanos”. Realmente lo lamenté no por él, sino por la cantidad de compatriotas que como este joven fundamentalista, no toleran las críticas.

Será que mi credo es la horizontalidad, en todas las dimensiones de la vida. Pues pienso que la crítica, si es constructiva, nos eleva y nos hace mejorar como individuos y como sociedad. Lejos del lastrante chismorreo y las actitudes de intolerancia a las críticas que no nos deja ver más allá de “las narices”, una crítica justo a tiempo, con buena intención remueve conciencias. Será que  me siento heredera del ideario pedagógico del Padre Valera, de José de la Luz y Caballero y de Hostos. Será que marcó mi visión y estilo de trabajo y de vida, el ejercico de crítica bibliográfica que me obligó mi tutora de la Maestría, Dra. Rafaela Macías Reyes, o quizás fuera también, la influencia metodológica de la Animación Sociocultural de los españoles de la década del 80´, y los cursos de “Calidad Total” y de Gestión y Gerencia culturales; así cómo aquellas materias de Educación Popular basada en los presupuestos teológicos de Paulo  Freire.

Pero nada formó tanto como las críticas reflexivas de abuela. En el hogar es donde ha de enseñarse a asimilar las críticas como medio al mejoramiento como seres humanos y sociales que somos. Si violas los principios y las normas intrafamiliares, tendrás crítica o castigo. Porque en un futuro si violas los principios y normas sociales tendrás castigo moral o legal (o por lo menos así debiera ser). Debieran existir escuelas en que enseñen a uno a ser padres-educadores de los humanos del mañana. La educación empieza por casa. Y cada madre y padre educa según lo educaron, con patrones autoritarios, las más de las veces.

Llamé a mis hijos de 15 y 16 años a una reunión familiar, decidir de las tres opciones de aptos que tenemos para mudarnos, por consenso, cuál nos convendría más. Después de un diálogo de ventajas y desventajas, llegamos a un acuerdo. No tomo decisiones de esa envergadura que no sean consensuadas, pues no tengo súbditos sino hijos inteligentes que deben aprender hacer ejercicio del criterio, a equilibrar lo positivo y negativo, y actuar en consecuencia. Los adoro, les digo, pero cuando se equivocan hay reflexión o castigo, en dependencia de la envergadura y reiterado del error. Creo en la educación familiar por compromiso y en diálogo horizontal.

Creo y practico, la educación familiar basada en el razonamiento, el comprometimiento sentimental, y la responsabilidad,  y no en un autoritarismo irreflexivo de ordeno y mando que convierte a los hijos en subordinados, esclavos, sin derecho a voz ni a voto. Me recuerda los tiempos de inicios del siglo XX, en campo adentro, según nos contaba mi abuela, cuando los niños no podían estar en las conversaciones de los adultos, tenían que ir para el cuarto. Bienvenidos sean nuestros adolescentes con sus nuevas ideas, creatividad y alto nivel de información que da el internet, redes sociales, televisión y otros productos de las industrias culturales. El diálogo intrafamiliar, participativo, es un maravilloso espacio para educarlos.

No marginarles, hacerles partícipe de la vida familiar y de que su criterio es importante, les ayudará a ser  independientes, responsables y ciudadanos de bien. Es aconsejable, ser tolerantes sin llegar a ser permisivos, sin transgredir principios morales, no solo decirles “no se puede” y ya, sino  argumentarles las razones y consecuencias del por qué no se puede, tal o mas cual cosa que ellos quieren.

Hay que enseñar y entrenar a nuestros hijos en la aceptación consciente y racional de las críticas, a incorporarlas para modelar su conducta. Como cualquier habilidad cognitiva, el ejercicio del criterio no solo se aprende, sino que también se practica. Aprendamos y ejercitémonos en asimilar e incorporar las críticas en cada acción, a escala individual, grupal y societal.  Seremos mejores de lo que somos hasta hoy.  Aceleraremos el proceso transformador de la realidad en que vivimos.

Son taaan diferentes y antagónicos el sentido de identidad y pertenencia a la patria que se ama que merece entrega diaria para transformarla  para mejorarla,  al nacionalismo acrítico, lastrante y enfermizo que no permite la introspección, el auto análisis. Nos impide la necesaria mirada al interior, para mejorarnos y  daña la patria, en sus esencias y en su desarrollo. Como versa un  viejo refrán: “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.