Y ahora, ¿en qué sueñas?
¿dónde se fue tu espíritu sumiso?
¿no hay otro mundo
en que revivas tú, mi pobre bestia,
y encima de los cielos
te pasees brincando al lado mío?
Y la gente espera, con costumbre mórbida, que hablemos, dadas las circunstancias, de trivialidades como la Muerte. La muerte es una buena excusa para escribir, o para vivir que es lo mismo, pero no pasa de ahí. A Unamuno uno le acepta esas excusas pero en esta cuarta de isla a ninguno nos queda bien esa banalidad. Uno no habla de la muerte como tampoco habla de los trenes o la nieve. Entre políticos, clínicas de tercera o de quinta, policías ladrones, mítines políticos o religiosos (ups, se me paso una coma) hay demasiada complejidad en el hecho de seguir con vida como para ponerse a oler flores o a llorar cementerios.
Mira, tu hermano,
ese otro pobre perro,
junto a la tumba de su dios, tendido,
aullando a los cielos,
¡llama a la muerte!
El recuerdo, la Obra, el espíritu, hay muchos nombres para eso que queda como resaca de la vida, pero poco importa a fin de cuentas como se le nombre porque siempre quedará; a veces bueno, a veces malo, a veces como un vaho pronto a disiparse, a veces como una piedra continental. Todos recordamos Troya (la peli que vimos para no tener que leer la odisea) y necio afán de Aquiles por perpetuarse hasta el infinito, tal vez su afán es justo de lo que hablamos; el espíritu, la imagen que quedará de nosotros cuando la vida sea de los otros.
Tú al morir presentías vagamente
vivir en mi memoria,
no morirte del todo,
pero tu pobre hermano
se ve ya muerto en vida,
se ve perdido
y aúlla al cielo suplicando muerte.
Es fácil vivir para dejarle un par de regalitos a la humanidad pretendiendo vivir en ellos, en lo poco que deja el autor en su obra, regodearse por saber que su nombre será dicho y escrito por años en tomos que nadie nunca va a leer. Todavía más fácil es tener hijos solo para perpetrar (en vez de perpetuar) la especie y nada más. Todos esos que viven para la nimiedad de la muerte, esos toman el camino fácil. Lo difícil es vivir, lo difícil es tener que crear porque la vida aplasta y asfixia de a poco, lo difícil es legar las instrucciones para morir feliz.
¿Si supieras, mi perro,
qué triste está tu dios, porque te has muerto?
¡También tu dios se morirá algún día!
Moriste con tus ojos
en mis ojos clavados,
tal vez buscando en éstos el misterio
que te envolvía.
Y tus pupilas tristes
a espiar avezadas mis deseos,
preguntar parecían:
¿Adónde vamos, mi amo?
¿Adónde vamos?
La eternidad… la eternidad es para los mortales, nunca oí a ningún dios hablando bien de eso. Que se consuele la humanidad con las obras de los artistas, incluso eso es poca cosa frente al legado de los héroes anónimos (sean perros, niños u hombres) que no exigen monumentos por ser buenos padres y para los cuales hasta la muerte es poca cosa.
Descansa en paz, mi pobre compañero,
descansa en paz; más triste
la suerte de tu dios que no la tuya.
Los dioses lloran,
los dioses lloran cuando muere el perro
que les lamió las manos,
que les miró a los ojos,
y al mirarles así les preguntaba:
¿adónde vamos?
Por cierto el poema es de Unamuno Elegía en la muerte de un perro, y no, no está en orden.