Un profesor de filosofía le pidió a un niño de cinco años que le dibujara el silencio. El pequeño dibujó un pájaro. Entonces, el profesor le objetó que había pedido el dibujo del silencio. El niño respondió: “el silencio es lo que queda cuando el pájaro se calla en el bosque”.
La anécdota ha sido contada por Jordi Nomen, el profesor que la vivió y que estimula a los niños a expresarse filosóficamente a través de actividades reflexivas.
Jordi Nomen es autor del libro: El niño filósofo, un texto de filosofía para niños. En este libro, Nomen formula un conjunto de interrogantes asociadas a filósofos clásicos de la cultura occidental como la pregunta de Rousseau ¿para qué sirve la educación?; la cuestion kantiana ¿qué debemos hacer?; o el problema replanteado por Hannah Arendt ¿qué es el mal?
Parecen preguntas inadecuadas para la capacidad de un niño, pero podemos hacer que los chicos reflexionen sobre estas cuestiones a partir de preguntas que emergen de situaciones de la vida cotidiana. Así, la pregunta de Kant sobre lo que debemos hacer puede surgir de una situación en la que el niño miente. Podemos hacerle razonar sobre las repercusiones de mentir y si habría alguna circunstancia que lo justifique.
Del mismo modo, podemos hacer que un niño piense sobre el sentido de la vida a partir de una conversación sobre las propiedades materiales de un familiar o de un amigo. Se le puede incitar a razonar si la posesión de bienes tangibles es realmente lo más importante o si por el contrario, tener amigos o personas que nos quieran es un bien más importante.
La idea fundamental es incitarlos a reflexionar a partir de preguntas problemáticas. Esto no es sencillo, pues los padres asumen con frecuencia la postura de “sabelotodos”, moralizadores, o adoctrinadores que tratan de infundir en sus hijos los mismos prejuicios en que ellos han sido formados sin tomarse la molestia de interrogarse sobre la validez de los mismos.
La obsesión actual de ocupar todo el tiempo de los niños tampoco contribuye a que reflexionen. Se asume muchas veces que los chicos deben estar haciendo siempre algo. Pero, los niños, como los adultos, necesitan también tiempo para detenerse, calmarse, aburrirse. En esos momentos pueden emerger inquietudes interesantes y pueden abrirse situaciones para el pensamiento crítico y el diálogo, sustentos fundamentales para toda sociedad democrática.