La niñez, adolescencia y juventud en nuestro país sufre todo tipo de violaciones a sus derechos. A pesar de ello está generando cambios culturales significativos desde la demanda de participación e incidencia en espacios de expresión cultural y de políticas que garanticen esta participación.
El desconocimiento de los derechos de la niñez, adolescencia y juventud genera círculos de violencia en la familia, los centros educativos, la vecindad y toda la sociedad.
Junto al desconocimiento se presenta un gran miedo en estos espacios a ofrecer libertad y responsabilidad a estos grupos poblacionales por la errónea concepción de la disciplina y la autoridad sustentada en la verticalidad, autoritarismo, imposición y no en el respeto.
Tanto en el hogar, en la calle, en las instituciones y centros educativos se educa con represión, con sanciones permanentes en donde solo el “no” o las prohibiciones se mantienen como mensajes principales. Las prohibiciones generan rebeldía, violencia e irresponsabilidad social.
Ofrecer libertad sobre el manejo de su cuerpo, su afectividad y su interacción social a la niñez, adolescencia y juventud supone formar personas responsables de sí mismas y frente a su entorno natural y social.
La población adulta tiene miedo a ello y le niega así la toma de conciencia de sus derechos a las nuevas generaciones. Afectando con ello su empoderamiento con relación a su: cuerpo, expectativas futuras y vida cotidiana. Ofrecerle libertad no los convierte en delincuentes, adictos/as ni en sexualmente promiscuos/as, por el contrario en personas socialmente responsables. Estudios realizados en el país y en otros países de la región muestran que el riesgo de inserción en redes delictivas, adicciones y prácticas de promiscuidad aumenta con el autoritarismo en la familia y la comunidad.
La inserción en bandas juveniles, pandillas, naciones es producto de la búsqueda de espacios de libertad, acogida afectiva, identidad y construcción de masculinidad. Mientras más represión reciben niños-niñas, adolescentes y jóvenes en: sus hogares, centros educativos, vecindad y por la policía más se afianza en ellos la pertenencia a estos grupos.
La niñez, adolescencia y juventud demanda en nuestra sociedad demanda el respeto a sus derechos y su participación responsable en su propio destino. Para ello, se necesitan cambios en las políticas dirigidas a estos grupos poblacionales y en las lógicas que las sustentan.
Priorizar la niñez, adolescencia y juventud supone conocer sus necesidades y lógicas culturales desde las diferencias en su identidad de género, contextos (rural, urbano, urbano-marginal) y estratos sociales. Igualmente reconocer la diversidad presente en: opciones sexuales, perfil étnico, manifestaciones culturales y mágico-religiosas que envuelve su realidad y respetarla, rompiendo así los estereotipos, estigmas y perspectiva adultocéntrica.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY