“La violencia sexual se define como "conductas sexuales, coercitivas o no, impuestas a una persona menor de edad, por una persona mayor, que puede ser físicamente superior, con más experiencia y recursos, que utiliza incorrectamente su poder o autoridad. En la violencia sexual se hace referencia al abuso sexual. El abuso sexual es una forma extrema de violación a los derechos humanos de las niñas, los niños y las personas adolescentes, dejando graves secuelas emocionales y psicológicas en las víctimas”. (ONU, 2006:40)

Recientemente una noticia ha consternado a nuestra sociedad, el doble crimen cometido por un sacerdote contra un menor de edad, abuso sexual y homicidio. Este caso se suma a otros que se han presentado públicamente en los últimos años en los que niños y adolescentes han sido víctimas de violaciones sexuales cometidas por líderes religiosos tanto de la iglesia católica como de iglesias protestantes.

La situación llama a la reflexión y análisis sobre ¿cuáles pueden ser las causas? ¿Cómo es que dentro de un espacio religioso se pueda producir una relación de abuso sexual hacia una población tan vulnerable como son niños, niñas y adolescentes?

En el concepto de abuso sexual que citamos de la ONU (2006)  se  destaca la relación de poder como uno de los aspectos claves en el abuso sexual. Muchas figuras de autoridad como líderes religiosos, dirigentes políticos, legisladores, directores de centros educativos, docentes, padres, tios aprovechan su relación de autoridad para someter a niños, niñas y adolescentes y abusar sexualmente, lo que tiende a ser ocultado e invisibilizado en perjuicio de las víctimas.

Muchos niños, niñas y adolescentes ocultan que han sido víctimas de violencia sexual por una mezcla entre miedo y culpabilización. Este miedo y culpabilización tiende a promoverse desde sus familias y contextos educativos y sociales.

El hecho de que sean figuras de autoridad convierte a estas personas muchas veces en depositarias de la confianza y el permiso social para acercarse, manejar su cuerpo y violentar sus derechos. La permisividad social hacia las figuras de autoridad está sostenida también en la ausencia de sospechas de que sean sujetos de riesgo para la niñez y adolescencia.

El riesgo solo es identificado (lamentablemente) en personas desconocidas. Así en muchas comunidades y barrios a niños y niñas le enseñan que no deben conversar con personas desconocidas en la calle, ni aceptar invitaciones de desconocidos porque se tiene la visión de que los riesgos de violaciones y abuso sexual provienen de agentes externos cuando muchas veces por el contrario fluyen desde personas con relaciones primarias o de autoridad en la familia y/o en la comunidad.

El ocultamiento y la invisibilidad del abuso sexual es aún mayor cuando las víctimas son de sexo masculino, niños y adolescentes. El machismo genera que se permita el abuso y que los niños y adolescentes tengan barreras culturales que no le permiten reconocerse como víctimas y menos aún denunciar. Además de que las familias no tienen control de sus salidas, sus relaciones y su vida afectivo-sexual, pues son varones y tienen permiso de estar mucho tiempo en la calle, lo que no ocurre con las niñas y adolescentes. Esto convierte a los niños y adolescentes en sujetos de alto riesgo en todos los ámbitos.

Las denuncias contra estos agresores sexuales que ostentan poder religioso, familiar, social y/o político son escasas. Muchos niños, niñas y adolescentes ocultan que han sido víctimas de violencia sexual por una mezcla entre miedo y culpabilización. Este miedo y culpabilización tiende a promoverse desde sus familias y contextos educativos y sociales.

Junto a este miedo y ocultamiento se encuentra la impunidad. Una impunidad sostenida en complicidades presentes en el entorno social. Las denuncias no son llevadas al sistema de protección de la niñez y de justicia, o llegan, pero no se actúa por miedo a enfrentar a estas figuras de autoridad que tienen apoyo en el poder religioso, político y/o social. El hecho de que varios casos de violaciones sexuales ejercidas por líderes religiosos queden impunes genera que estos círculos de violencia sexual sigan reproduciéndose por la falta de un régimen de consecuencias.

Estos hechos lamentables deben servir de alarma social para tomar medidas de protección a favor de la niñez y adolescencia que rompan con la impunidad, complicidad y ocultamiento de los círculos de abuso sexual presentes en las comunidades. El sistema de protección de la niñez que debe funcionar en cada comunidad, municipio creando conciencia de derechos de la niñez y adolescencia en familias, centros educativos, instituciones religiosas y organizaciones sociales. Además de romper con todo tipo de impunidad y ocultamiento de estas situaciones.

Junto a ello se hace necesario que las instituciones religiosas tomen medidas de control, supervisión y sanción hacia quienes presenten posibles inclinaciones de pederastia y pedofilia.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY