Niña bonita,
¿quién borró tu sonrisa,
cuál mano ruin te arrebató tus proyectos, tus ensueños;
quién cortó tu vida,
y junto a la de otros tantos estudiantes,
sembró luto y dolor en las familias;
llanto y pavor en campos y ciudades?
¡y de luto vistió a nuestra Alma Mater!
Ante tu muerte,
Coronada con la sangre de otros compañeros,
y la barbarie de aquel fatídico febrero 9,
temblaron los cimientos de la Universidad,
de Las Américas Primada,
sumado al grito de espanto de La Madonna que la guarda.
Llena de indignación
ella tembló,
se estremeció con tal emoción,
que ante su gran conmoción,
palidecieron las rosas rojas
alelíes y las margaritas.
Mudas de espanto
¡ellas perdieron el aroma y también su color!
Volaron temerosas las avecillas;
los manifestantes,
tendidos sobre el suelo,
tan sólo cubiertos con las clemencias del mismísimo cielo,
buscando protección
ante la bala inmisericorde, letal y primitiva,
que vomitaba fuego
de manos de aquel ejército organizado militar y policial
muy bien armado;
tal vez de una mano amiga,
o quizás de aquel adolescente
con quien jugábamos “vitilla”.
Apostados en el entorno frontal del Palacio de Gobierno,
Soldados, metrallas y pertrechos
dispusieron una guerra sin cuartel
¡Muy poco vista!
Bien entrenados,
ante la orden oficial
abrieron “fuego”.
Disparando a los acorralados jóvenes estudiantes,
sin más armas que sus lápices, reglas “T”, pinceles, cátedras y mascotas,
y quizás aquel viejo cuaderno, donde una vez – recordando a Guillén – escribiera un abuelo:”Soldado, ¿por qué piensas tú que te odio yo? , si tú eres yo y yo soy tú”.
Gritos, heridas, muerte, dolor… ¡Silencio!
Niña bonita, descansa en paz,
¡también tus compañeros!
Te devuelvo los alelíes,
las margaritas,
y también las rosas rojas,
para perfumar tu morada.
Saberte con nuestro Padre,
Al igual que a tus compañeros
Rodeada de Su luz eterna,
Consuela la falta de tu sonrisa
Tu siempre jovial presencia,
Unida a tu irremediable ausencia.
Amelia, bonita,
reposa sin sobresaltos,
tampoco entre desasosiegos.
YA ningún intruso
osará quebrantar tu quietud,
Tampoco tus sueños!
Descansa tranquila,
¡También tus compañeros!
En la paz que nos regala
Morar por siempre
en La Casa Eterna
de Nuestro Divino Maestro.
Que aquel 9 febrero
se registró en la historia,
quedó marcado con las heridas y muertes
del feroz ataque de aquellos militares
perpetrado contra centenares de jóvenes,
indefensos y sorprendidos estudiantes.