El juicio de la historia sobre Gógol es poco menos que unánime. Belinski, el gran crítico ruso, lo celebró como padre de “la escuela natural”, padre del realismo. Nikolái Chernyshevski, otro crítico y pensador ruso, afirmó que “Gógol fue el primero que nos presentó tal como somos en realidad” y que jugó un papel esencial  en cuanto a su papel impulsor en la literatura rusa. Vladimir Nabokov, el de “Lolita”, lo llamó “el más grande artista salido de Rusia”.

No menos impactante es el juicio de Doostoievski en el sentido de que “Todos salimos de ‘El capote de Gógol’”, un relato que en su docta opinión inicia la literatura rusa moderna. (Algo parecido diría Hemingway de Mark Twain en relación a la literatura usamericana).

Según Rafael Carbona la frase “Se ha atribuido erróneamente a Dostoievski” y “En realidad, es un comentario de Eugène-Melchior de Vogüé, diplomático francés y hombre de letras, que estudió y popularizó la literatura rusa de su tiempo. Apareció publicada en el primer número de la Revue des deux mondes (1885)”.

En forma más elaborada Dostoiesvki dijo (o dicen que dijo):

Monumento a Gógol en San Petersburgo
Monumento a Gógol en San Petersburgo

“Si hubiera que elegir a un escritor ruso, uno solo, cuya obra fuera indispensable piedra angular del inmenso, complejo, bárbaro, inabarcable y siempre asombroso edificio que constituye la literatura rusa, no dudaría un segundo: elegiría a Nikolái Gógol”.

Jesús Palacios, autor de un enjundioso prólogo para la recopilación de los Cuentos de Nikolái Gógol, sostiene lo siguiente:

“Ni el angustiado Dostoievski (…), ni el compasivo Tolstói, ni el melancólico Chéjov, por citar una trilogía poco menos que sagrada, y sin pretender, por supuesto, poner en duda su fundamental papel en la construcción de la idea de Rusia y de lo ruso….Gógol, por encima incluso de su admirado Pushkin, cumbre del romanticismo ruso, representa la esencia intrínseca, el tuétano, de eso que llamamos, a menudo con involuntario deje sentimental y exotista, el alma rusa, sea esta lo que sea”.

Una de las opiniones quizás más celebradas y fundamentadas teóricamente es la que publicara León Trotsky el 21 de febrero de 1902 en una revista literaria de la que era entonces Unión Soviética. De lo que dice Trotski se transcriben a continuación algunos párrafos memorables:

“Hoy, cincuenta años después de la muerte de Gógol, transcurrido ya tiempo suficiente desde que el desgraciado escritor se convirtió en gloria reconocida y exaltada de la literatura rusa y desde que recibió la consagración oficial como ‘padre de la escuela realista’, escribir sobre su figura una crónica rápida equivale a convertir al autor de Almas muertas en víctima sumisa de unos cuantos tópicos y de banales frases panegíricas. Hoy sobre Gógol hay que escribir libros, o no escribir. Para el lector medio ruso el nombre de Gógol va acompañado de cierta cohorte de nociones y juicios: ‘gran escritor… fundador del realismo, humorista incomparable… risa destilada entre lágrimas…’ De modo que basta decir Gógol para que el escritor aparezca en la ciencia rodeado de un cortejo, breve pero fiel, de esas imágenes. Por eso el artículo jubilar en un periódico no le dirá al lector mucho más que el nombre del escritor al que está dedicado. Y el lector puede preguntarse: ¿Para qué escribir eso?

“Son diversas las respuestas que tal pregunta tiene. En primer lugar, ¿por qué no recordar al gran escritor, aunque sea con banales frases, ahora que su obra se ha convertido en patrimonio de la sociedad? En segundo lugar, ¿ha conservado el lector con toda nitidez en su memoria las etiquetas que en la escuela le ayudaron a familiarizarte con Gógol? Y en tercer lugar, si en el transcurso de la vida el lector no ha perdido esas máximas sacramentales, ¿recuerda lo que significan? ¿Despiertan eco alguno en su espíritu? ¿No las ha vaciado de sentido y privado de alma nuestra escuela? Y si es así, ¿por qué no infundirles algo de vida?

“Por supuesto, el mejor homenaje del lector al recuerdo de Gógol en esta fecha triste y solemne sería releer su obra. Pero sé que la inmensa mayoría del ‘público’ no lo hará. Gracias a Dios, nosotros y los lectores hemos superado la etapa de ‘iniciación’ en Gógol. Recordamos que cierto oficial, apellidado, según creo, Kovaliev, quedó privado temporalmente de nariz; que en Nosdriev había un favorito insuperablemente vacío; que el Dnieper es hermoso cuando la atmósfera está en calma; que el bey de Argelia tiene un lobanillo debajo mismo de la nariz; que Podkoliesin saltó por la ventana en vez de ser coronado; que Petrushka poseía un olor peculiar… Pero ¿sabemos algo más? ¡Ay, de nosotros!

“Gógol nació el 19 de marzo de 1809. Murió el 21 de febrero de 1852. Vivió, por tanto, menos de cuarenta y tres años, mucho menos de lo que la literatura necesitaba. Pero en ese breve plazo de su desgraciada vida hizo lo inagotable. Hasta Gógol, la literatura rusa no pretendía siquiera el certificado de existencia. Desde Gógol existe. Gracias a él tiene existencia, que enlazó para siempre con la vida. Desde esta óptica fue el padre del realismo, o escuela naturalista cuyo padrino fue Belinsky.

“Hasta ellos, la vida y las convicciones que la vida alumbraba, andaban por un lado y la poesía por otro; la relación entre el escritor- y el hombre era débil, e incluso los más vitales, cuando tomaban la pluma como literatos, solían preocuparse más de las teorías sobre las elegancias del estilo, sin tener en cuenta por regla general la significación de sus obras, ni la ‘transposición de la idea viva’ en la creación artística… De esta insuficiencia -carencia de vínculo entre las convicciones vitales del autor y sus obras- sufría toda nuestra literatura hasta que la influencia de Gógol y Bielinsky la transformó”.

“Al arraigar en la vida, la literatura se hizo nacional.

“Antes de Gógol hubo Teócritos y Aristófanes rusos, Corneilles y Racines patrios, Goethes y Shakespeares nórdicos. Pero no teníamos escritores nacionales. Ni siquiera Pushkin está libre del mimetismo, y de ahí que lo denominaran el ‘Byron ruso’. Pero Gógol fue sencillamente Gógol. Y después de él nuestros escritores dejaron de ser los dobles de los ingenios europeos. Tuvimos sencillamente Grigoróvich, sencillamente Turguéniev, sencillamente Gonchárov, Saltikov, Tolstoi, Dostoievski, Ostrovskv… Todos derivan genealógicamente de Gógol, fundador de la narrativa y la comedia rusas. Tras recorrer largos años de aprendizaje, de artesanía casi, nuestra ‘musa’ presentó su producción maestra, la obra de Gógol, y entró a formar parte con pleno derecho de la familia de las literaturas europeas”. (Artículo publicado por L. Trotsky el 21 de febrero de 1902 en el número 43 de la revista Vostóchnoe Obosrénie).

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